Peajes
Jamás había pagado por dormir, pero al pensar en la cantidad de trabajo que me esperaba al día siguiente, decidí rendirme y pagué por entrar en la región del sueño


Pues el caso es que me metí en la cama, cerré los ojos y empecé a deslizarme hacia el sueño. Agotado como estaba, llegué enseguida a los límites de la vigilia. En esto, cuando me disponía a atravesarlos, apareció ante mí una caseta semejante a la de los peajes de las autopistas en cuyo interior había un guardia que me exigió una cantidad de dinero por pasar al otro lado.
—Esto es nuevo —le dije—. Jamás he pagado por dormir, jamás.
—Han cambiado las cosas —apuntó él—. Algunos usuarios abusaban.
Me negué a pagar y fui invitado a apartarme de la cola, pues había mucha gente detrás de mí que empezaba a protestar. Lo más probable, pensé ante una situación tan onírica, es que ya esté dormido. Pero al mismo tiempo me sentía despierto. De hecho, hice la prueba típica de intentar atravesarme la palma de la mano izquierda con el dedo índice de la derecha (es sabido que cuando lo consigues es porque estás dormido), pero yo tropecé con una resistencia implacable. Me hallaba despierto, en fin, y bien despierto. Merodeé un poco por los alrededores de la aduana, donde, entretanto, se habían ido estableciendo vendedores de helados y refrescos, pues era una de las noches más cálidas del año. Finalmente, al pensar en la cantidad de trabajo que me esperaba al día siguiente, decidí rendirme y pagué por entrar en la región del sueño.
Desperté pronto, según mi costumbre, pero permanecí un rato con los ojos cerrados, repasando las tareas de la jornada. Luego, decidido ya a espabilarme del todo, me dirigí a los territorios de la vigilia, en cuya frontera tropecé de nuevo con el aduanero de la noche anterior. Dijo que no me permitiría pasar a la vigilia sin el pago del peaje. Me negué y aquí sigo. Sé que estoy dormido porque me atravieso sin dificultad la palma de la mano izquierda con el dedo índice de la derecha.
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