Derrame
En alguna parte del mundo, un hombre ha fallecido mientras se aseaba y aún no han descubierto su cadáver
Piense usted en alguien que está debajo de la ducha. Un hombre calvo de unos cincuenta años, por ejemplo. En esto, al intentar alcanzar con la esponja el centro de la espalda, pierde el equilibrio, resbala y se da un golpe en la nuca que lo deja medio inconsciente. Como vive solo, nadie ha escuchado nada, de modo que el hombre permanece allí, aturdido y desnudo, con el agua resbalando por su cuerpo. Es posible, piensa el pobre, que si descansa un poco pueda salir enseguida y pedir auxilio. En cualquier caso, el asunto no debe de ser muy grave porque, mientras se tranquiliza con este y otros cálculos, observa que el agua que se desliza hacia el sumidero solo lleva trazas de jabón. No sangra, en efecto, pero tiene un derrame interior que poco a poco va confundiendo sus ideas. Le vienen a la memoria escenas del pasado, especialmente de la infancia. Antes de perder el conocimiento, ve a su madre corriendo por la playa hacia él para salvarlo de una ola gigante. Al rato, el hombre muere y su cadáver permanece bajo aquella lluvia doméstica que a los dos días comienza a salir fría porque la bombona de butano se ha vaciado.
Ese hombre existe, no sabemos si en Madrid, en Barcelona, en Singapur o en Tokio. En alguna parte del mundo, un hombre ha fallecido mientras se aseaba y aún no han descubierto su cadáver. Quizá tarden 5 o 6 meses, tal vez un año o dos, cuando su banco empiece a devolver los recibos de la luz por falta de pago. Existe ese difunto, y no porque nos lo hayamos imaginado, sino por pura estadística, ya que el mundo está lleno de bañeras resbaladizas y de hombres calvos de unos cincuenta años que viven más solos que la una. Nadie piensa en ellos, nadie. Cuando los descubren, les hacen un hueco en la zona de casos pintorescos del telediario y si te he visto no me acuerdo. Sírvanles estas líneas de homenaje.
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