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tribuna
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Pedro Sánchez, en manos de Puigdemont

Este 23-J deja una lectura en clave territorial: hay una ‘España plural’ que no solo ha perdonado los indultos, sino que hasta los ha avalado. Es ese país que no quiere ni una Cataluña ni un Euskadi incendiados

Puigdemont Cataluña
El 'expresident' de la Generalitat, Carles Puigdemont, interviene por videoconferencia en el mitin de Junts per Catalunya, el 21 de julio en Barcelona.Enric Fontcuberta (EFE)
Estefanía Molina

A Pedro Sánchez se le apareció Carles Puigdemont de madrugada: España se arroja a un escenario probable de “o Junts, o repetición de elecciones” en las próximas semanas. El problema es que el fracaso de ERC en los comicios municipales y generales da ahora alas a los junteros para llevar al PSOE hasta la agonía en sus exigencias negociadoras. El independentismo tiene difícil saltarse su promesa de no investirle “a cambio de nada”. Es el trago amargo en la carambola electoral del superviviente Sánchez: podría reeditar con facilidad un “nuevo Frankenstein”, si no fuera por el enfado en una parte del independentismo al creer que otra “mesa de diálogo” sería estéril. Esto explica el desgaste de ERC en esta legislatura, al haber obtenido unos indultos con que salvar a sus líderes de la cárcel, pero ningún referéndum de autodeterminación, como siguen reclamando muchos ciudadanos. Y la prueba definitiva se apreció este 23-J, con la pujanza del PSC, en parte por la campaña abstencionista orquestada por corrientes afines a la ruptura como símbolo de protesta.

Así que, Pedro Sánchez se enfrenta a un independentismo desnortado, cuyos partidos él mismo ha laminado mediante sus tesis del apaciguamiento. Tendrá más fácil ahí convencer para su investidura a Oriol Junqueras que a los junteros. El partido de Xavier Trias ya se afila los colmillos, tras arrebatarle el PSC la alcaldía de Barcelona hace dos meses. Tampoco olvidan la promesa del líder socialista de traer a Puigdemont a España para ser juzgado en 2019. Parecen demasiados agravios como para regalarle La Moncloa. La pregunta es qué quiere ser Junts de mayor. Su objetivo es recuperar la presidencia de la Generalitat, tras serle arrebatada por Pere Aragonès hace dos años. La paradoja es que, si acaba forzando elecciones, poca autonomía quedará en caso de que gobernara la ultraderecha.

Pero ¿acaso podrían conformarse en Junts con algo que no sea procés para dar sus votos a cambio? Cataluña se mueve —se vio este 23-J—, aunque en Madrid algunos insisten en que está igual que hace seis años. Empieza a crecer un clima de opinión sutil entre algunos afines al procés sobre que sus partidos se han vuelto estériles. Creen que ni sirven ni para avanzar en la agenda de ruptura, ni tampoco, para lograr cesiones competenciales de calado. Por eso, Sánchez no debería desdeñar peticiones que están hoy más vivas que nunca en el debate público catalán, como el traspaso de Rodalies.

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La cuestión que la endiablada situación que enfrenta el líder del PSOE, para ser investido de nuevo, es solo el reflejo de los fantasmas de nuestra propia España: Puigdemont recuerda que la pantalla del 1-O no está del todo cerrada. Los partidos del procés siguen reclamando el retorno de los exconsellers que muchos catalanes tildan de “exiliados”. Pero cerrar las heridas aún abiertas no depende solo de la voluntad política, sino también de la acción de los tribunales.

Y quizás este 23-J deja una lectura en clave territorial: hay una España plural que no solo ha perdonado los indultos, sino que hasta los ha avalado. Es ese país que no quiere ni una Cataluña ni un Euskadi incendiados, como prometía la ultraderecha, y que se ha plantado frente a la intolerancia de quienes solo entienden una única visión de la españolidad. Quién sabe si también esa misma España acabará reclamando un eventual perdón a Puigdemont. El líder socialista no parece asumir hoy los mismos costes que hace cinco años.

Aunque no toda la España plural puede estar igual de contenta con Sánchez. Es probable que Alberto Núñez Feijóo busque una fórmula de investidura basada en darle el máximo protagonismo a un PNV decisivo. Los nacionalistas vascos llevan tiempo quejumbrosos por el enorme foco de Bildu. Por eso, Feijóo podría intentar un Gobierno en solitario, apoyado desde fuera por Vox, Coalición Canaria, UPN, y los nacionalistas vascos. Aunque a un año de las autonómicas vascas, y con la izquierda abertzale habiéndoles superado en el Congreso, el riesgo de ser un socio del PP —aun con la ultraderecha fuera del Ejecutivo— sería demasiado elevado para los jeltzales. El PP se ve noqueado por su propio mantra del “Que te vote Txapote”, que ha dado alas a Bildu.

En consecuencia, si España logra ser gobernable será a costa de un “nuevo Frankenstein”. Sin embargo, ese apelativo no debe ser tomado ya como insulto: a diferencia de 2019, esta vez los ciudadanos les han votado con conocimiento de causa, en cesiones y formato. Claro está que los socios pequeños tendrán más poder que nunca sobre el próximo Gobierno: compatibilizar los mimos al PNV frente al apoyo de Bildu, o a Junts frente a ERC, partidos que compiten entre sí, es el reto del presidente en funciones. La diferencia con hace cuatro años es que el “nuevo Frankenstein” estará mucho más desacomplejado porque las urnas del 23-J lo han refrendado: hundimiento independentista en Cataluña, Bildu en la gobernabilidad de España. Eso, o elecciones generales. Las carambolas del destino de Sánchez son inescrutables.

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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y en el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER. Presenta el podcast 'Selfi a los 30' (SER Podcast).

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