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Columna
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El joven presidente que osó decir la verdad

Hay una izquierda antigua, miope y hemipléjica, a la que le cuesta distinguir desde su viejo púlpito entre opresores y oprimidos

Lula saluda al presidente chileno, Gabriel Boric, durante la toma de posesión del primero como presidente de Brasil.
Lula saluda al presidente chileno, Gabriel Boric, durante la toma de posesión del primero como presidente de Brasil.RICARDO MORAES (REUTERS)
Lluís Bassets

Las dudas ofenden. Esas verdades tan sangrantes no lo merecen. No es una guerra declarada entre Rusia y Ucrania. Ni una guerra de la OTAN contra Rusia. Es una guerra de agresión emprendida por una potencia autoritaria e imperialista contra un país soberano y democrático, en flagrante contravención de la legalidad y los tratados internacionales, la Carta de Naciones Unidas y los acuerdos bilaterales con Ucrania firmados por el Kremlin. Cualquier otra definición falta a la verdad.

No ha faltado a la verdad la declaración de la cumbre entre la Comunidad de Estados Latinoamericanos y el Caribe y la Unión Europea, celebrada en Bruselas esta pasada semana, cuando ha dicho que es una guerra contra Ucrania. Se podía pedir más, pero no menos. La afirmación es exacta, pero incompleta. Aun así, la Nicaragua autocrática del presidente Daniel Ortega y de su esposa y vicepresidenta Rosario Murillo ni siquiera estuvo de acuerdo con el único párrafo del comunicado en el que se decía alguna cosa por su nombre, es decir, que era una guerra y que era Ucrania la que la sufría, aunque nada se dijera de quien la había desencadenado ni de los atroces y criminales resultados de la invasión.

Así lo hicieron constar sus redactores al final del comunicado, sin mencionar tampoco a quien se había negado a firmar y pretendía llevar a la cumbre al fracaso. La vicedictadora nicaragüense devolvió el cumplido calificando al documento de pomposo y mentiroso. De poco sirvió la inclusión del tradicional repertorio de agravios latinoamericanos, incluido el embargo sobre Cuba, el contencioso de las Malvinas o el legado infame del tráfico y explotación de esclavos africanos. Ni el tacto con que la diplomacia bruselense defendió los principios y objetivos de Naciones Unidas siempre sin nombrar al culpable de su vulneración. O los sufrimientos generados por la guerra, junto a las repercusiones en la economía mundial y en la seguridad alimentaria que a todos afecta. La Nicaragua de los Ortega, más putinista que Putin, retiró su firma del comunicado entero.

No ha dudado en cambio el joven presidente de Chile, Gabriel Boric, que ama a la verdad más que a sus amigos, y más la ama todavía cuando se dice entera y desde su continente: “Creo que es importante que desde América Latina lo digamos con claridad, lo que sucede en Ucrania es una guerra de agresión imperial, inaceptable, en donde se viola el derecho internacional. Hoy es Ucrania, pero mañana podría ser cualquiera de nosotros. Lo importante es el respeto al derecho internacional y acá se ha violado claramente el derecho internacional, no por las dos partes, por una parte invasora, que es Rusia”. Boric ha salvado a la cumbre, a la verdad y a la izquierda. Bien que se lo ha reprochado Lula da Silva desde el púlpito de la vieja izquierda hemipléjica y miope, con dificultades para distinguir entre opresores y oprimidos, imperialistas y colonizados.


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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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