Feijóo sacó de sus casillas a Sánchez
La letanía del líder del PP fue una cantidad de datos disparados a la velocidad de la luz pero sin mover un músculo. Y el estribillo, una frase que, como un martillo, golpeaba una y otra vez a Sánchez hasta hacerle torcer el gesto: “Eso no es verdad”
El debate resultó una sorpresa. Por varias cosas. La primera, por lo que se esperaba de él. Los analistas políticos venían desde hace días diciendo que el debate —tan ansiado por Pedro Sánchez, tan temido por Alberto Núñez Feijóo— sería la gran oportunidad del presidente del Gobierno para cambiar el sentido de las encuestas y presentarse en el umbral de las urnas con opciones de victoria. De hecho, hasta el líder del PP llegó a ponerse la venda antes de la herida. El domingo, durante un mitin en Pontevedra, advirtió: “A Sánchez se le dan mejor los platós que la gestión. A mí me pasa lo contrario”. Así que, visto lo visto en las sesiones de control del Senado —donde un Sánchez pletórico golpeaba sin piedad a un Feijóo recién llegado de Galicia—, el debate se presentaba con un guion claro: Sánchez iría al ataque, con el aplomo que da el poder, la experiencia de cinco años de gobierno y el buen sabor de boca que dejó entre sus fieles sus intervenciones en programas televisivos de entretenimiento. A Núñez Feijóo le tocaba un papel mucho menos atractivo, el de aguantar hora y media como pudiera, sin meter mucho la pata, buscando un empate, si acaso una derrota por la mínima que no tuviera una gran repercusión en las encuestas.
No fue necesario ni esperar cinco minutos de debate para constatar que los tiros no iban a ir por ahí, sino más bien todo lo contrario. Núñez Feijóo logró sacar de sus casillas a Sánchez dejando claro cuál iba a ser su letanía y su estribillo. La letanía, una cantidad de datos disparados a la velocidad de la luz pero sin mover un músculo. El estribillo, una frase que, como un martillo, golpeaba una y otra vez a Sánchez hasta hacerle torcer el gesto: “Eso no es verdad, no engañe a los españoles”. A partir de ahí, o sea, desde el principio y prácticamente hasta el final, el debate fue un intercambio agrio, casi maleducado, en el que ambos contendientes se disparaban datos a quemarropa, sin escucharse el uno al otro y sin dejarse hablar.
A las 22.45, Ana Pastor, que actuaba de moderadora pero apenas había abierto la boca hasta entonces, dijo: “Si hablan a la vez, la gente no entiende nada en sus casas”. Para entonces, ya llevaban tres cuartos de hora hablando a la vez, en un tono insufrible para el espectador, con un intercambio de acusaciones cuya veracidad o falsedad era imposible de asimilar —ya no digamos de contrastar— por el espectador. Como en todos los debates de este tipo, es difícil saber quién ganó. Pero sí que ambos —tal vez más Sánchez— perdieron una gran oportunidad para dejar en los espectadores un mensaje esperanzador y, mucho menos, una actitud edificante.
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