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Columna
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Envidia de clítoris

Vivía yo muy feliz sin tener ni idea de quién era Gabriel Le Senne hasta que el muy moderado PP lo convirtió en presidente del Parlamento de Baleares

Gabriel Le Senne (Vox), durante la sesión de constitución del Parlamento balear, el día 20.
Gabriel Le Senne (Vox), durante la sesión de constitución del Parlamento balear, el día 20.Isaac Buj (Europa Press)
Najat El Hachmi

Vivía yo muy feliz sin tener ni idea de quién era Gabriel Le Senne hasta que el muy moderado PP, tan tajante con el negacionismo de la violencia machista, lo convirtió en presidente del Parlamento de las Islas Baleares. De la verborrea machista, racista, conspiranoide y terraplanista del personaje llama la atención descubrir que es un freudiano de los que ya no quedan dada la actual hegemonía del conductismo y la autoayuda. Y es que el ínclito voxista ha desempolvado ni más ni menos que la envidia de pene al afirmar que si las mujeres somos más beligerantes es porque no contamos con tan preciado tentáculo. Tal es la importancia que le da a su miembro: si estamos cabreadas y combativas, si nos rebelamos contra la discriminación y la injusticia, si no nos da la gana de conformarnos y esperar sentadas siglos para alcanzar la igualdad plena, si pedimos justicia por los asesinatos y las violaciones y, en fin, si estamos hartas de soportar a tipos como él allá donde vamos, todo esto nos pasa por no tener externos los genitales. De lo que se podría deducir que los hombres bien dotados son mansos y pacíficos, mientras que los desgraciados con micropene deben de ser tan “beligerantes” como las mujeres.

Se quedó Le Senne en el muy infantil estadio del complejo de castración, ese momento en el que el niño que observa por primera vez a una niña cree que le han pegado un hachazo. Tan católico es el señoro que se ha privado de los conocimientos más básicos sobre la anatomía femenina y no sabe que las mujeres no tenemos pene, es cierto (aunque si nos apetece tampoco es que nos cueste mucho encontrar alguno al alcance), pero contamos con un órgano cuya potencia dejaría boquiabierto al president, un botoncito de nada llamado clítoris que nos da tantas alegrías que hay días en que incluso las más convencidas ateas se plantean si tan genial invento no será obra de Dios. Así que ni nos enfada ni nos apena no tener pene porque disponemos de un territorio erógeno mucho más extenso que los preciados centímetros del venerado colgajo. Ay si Le Senne llega a descubrir que somos capaces de tener orgasmos sucesivos sin necesidad de recuperación ni reposo o si alguien le cuenta lo que es ser multiorgásmica. Al muy verde de Abascal seguro que le da algo, como mínimo envidia. Pero no de pene, sino de clítoris. Así podríamos encontrar una razón psicoanalítica del odio que se desprende de sus opiniones.

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