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EDITORIAL
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El legado de Berlusconi

El populismo del empresario italiano y su afán por convertir la política en espectáculo marcan el actual estilo de gobernar

Silvio Berlusconi, en 2012.
Silvio Berlusconi, en 2012.ANDREAS SOLARO (AFP)
El País

Al contrario de lo que se suele decir cuando fallece un político relevante, con la desaparición de Silvio Berlusconi no se cierra una época en la política italiana. La influencia que introdujo este empresario y político nacido en Milán en 1936 en la manera de entender la discusión pública, la forma de gobernar y el mismo concepto de verdad y mentira sigue marcando no solo la política transalpina, sino que también explica lo que está sucediendo en otros importantes países de Europa e incluso el sorprendente ascenso de un empresario de parecido perfil, Donald Trump, a la presidencia de Estados Unidos.

Cuando en enero de 1994 Berlusconi anunció que entraba en política —que “bajaba al terreno de juego”— fue recibido con una mezcla de escepticismo y burla por una clase política que lidiaba con los restos del naufragio de la Primera República italiana, convencida de que no se trataba más que de la enésima ocurrencia de un constructor, dueño de medios de comunicación y clubes deportivos, amante de las portadas de las revistas y las declaraciones chocantes. Fue un tremendo error. El sistema tradicional de partidos puesto en pie tras la II Guerra Mundial había implosionado principalmente a causa de los escándalos de corrupción y mientras la izquierda, extinto el histórico partido socialista, se estaba reconstituyendo mediante la transformación del poderoso Partido Comunista en un partido de corte socialdemócrata, la derecha se presentaba como un desierto con múltiples candidatos a ocupar el espacio de la hasta entonces omnipresente Democracia Cristiana. Berlusconi vio ahí su oportunidad. Aupado por la popularidad del personaje público que se estaba construyendo, empleando un lenguaje directo, demagogo y populista basado en la descalificación del contrario, prometiendo soluciones simples a problemas complejos y convirtiendo la arena política en un espectáculo televisivo, el magnate logró hacerse con la jefatura del Gobierno. Llegó a estar durante varias legislaturas más de nueve años como primer ministro y superó a otro longevo líder de la historia republicana italiana, Giulio Andreotti. En las elecciones de 2006, la coalición que lideraba obtuvo el 49,7% de los votos, una cifra apabullante en un panorama político tan fragmentado como el italiano. El romance entre Berlusconi y el electorado resulta incuestionable.

Pero a pesar de este caudal de confianza popular, su gestión constituye una sucesión de escándalos, acusaciones y procesos judiciales que no solo enfangaron las reformas necesarias en una de las principales economías europeas, sino que, cuando su fórmula se agotó, dejó el terreno expedito para que poco más de dos décadas después de su entrada en política sucediera lo que muchos consideraban inimaginable: la victoria electoral clara de la extrema derecha de Giorgia Meloni y su normalización en el plano internacional. Y con el mismo Berlusconi de socio en ese Gobierno. El político tuvo que afrontar 30 procesos judiciales —aunque él solía hablar de 88— que incluyen corrupción de menores, y solo fue condenado en uno, por fraude fiscal en 2013, lo que le supuso la inhabilitación política que terminó de cumplir en 2018.

Berlusconi representa el triunfo del populismo mesiánico en una democracia occidental consolidada y su estrategia ha marcado el camino a otros líderes que han venido después. Si la democracia italiana ha resistido sus embates ha sido gracias a que sus instituciones han aguantado los sucesivos intentos que trataban de socavarla. Desaparecida la persona, queda su legado y, sobre todo, las consecuencias de este.

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