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Columna
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El sillón

Puede recibir al individuo holgado que no quiere soltar prenda en sus poderes o a la persona que busca un lugar tranquilo para pensar, leer y conversar

Pedro Sánchez y Yolanda Díaz
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, en febrero en el Congreso.Eduardo Parra (Europa Press)

En los debates políticos, sobre todo en época electoral, aparecen con frecuencia el verbo aferrar y el sustantivo sillón. Aferrar significa agarrar con fuerza y puede albergar los matices de la obsesión injustificada o de las convicciones legítimas. El sillón alude a una silla con brazos que resulta cómoda. Puede recibir al individuo holgado que no quiere soltar prenda en sus poderes o a la persona que busca un lugar tranquilo para pensar, leer y conversar. Como el descrédito de la política es una inversión financiera bien calculada, aferrarse al sillón no suele entenderse como un compromiso con las convicciones y el pensamiento, sino como el empeño del poder ilegítimo. Esta idea de la política mancha también al opositor, porque traslada la sensación de que quiere ocupar el sillón no para llevar a cabo sus convicciones, sino para reafirmar sus obsesiones y sus intereses egoístas. En fin, nada más embarazoso que un sillón público.

Los poetas nos aferramos al sillón en una escala de tiempo diferente. Nuestra vanidad más honesta tiene que ver con la posteridad. Sólo los tontorrones se contentan con un premio o un sillón inmediato, cuando pueden imaginarse celebrando una boda futura. Aferrarse al sillón de Quevedo, Rosalía o Cernuda es desear haber escrito algún poema digno, unos versos con los que alguien pueda declarar su amor dentro de 100 años. Para la vanidad poética, el corto plazo es menos valioso que las bodas del futuro. El orgullo es ahí más importante que la soberbia.

Claro que uno tiene derecho a elegir las bodas a las que piensa asistir. No me gustaría estar en medio de unos sacerdotes conmovidos por José María Pemán. Por eso conviene también atender al presente, aunque la vanidad vaya por los caminos de las futuras educaciones sentimentales. Me gustaría que en mis bodas hubiese gente parecida a Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, dos personas muy bien casadas.

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