Desorden en campaña
Cada vez es más habitual que representantes políticos señalen a ciudadanos particulares
La política es muchas cosas, pero también una rama de la industria del entretenimiento. Parte de su función es generar contenido que luego se comenta; esos comentarios son el contenido siguiente. “Las noticias no hablan de nada”, escribe Jorge San Miguel, “solo de noticias”. El tema avanza impulsado por la fuerza narrativa, da un giro o dos, y desaparece. A menudo hablamos de cosas diferentes, pero todavía hay bastante coincidencia en comparación con otros países, y la campaña facilita que se discutan los mismos temas, aunque a unos les convengan más unos asuntos y aunque se intenten imponer interpretaciones contradictorias. Cuatro cuestiones resultan particularmente llamativas.
En primer lugar, destacan los anuncios electoralistas del Gobierno, que han comprometido 13.000 millones de euros, han “nacionalizado” los comicios, y han tenido un aire de improvisación y chapuza. En segundo lugar, la trama de compra de votos en Melilla. Sorprende que un partido pequeño como Coalición por Melilla tenga dinero para amañar 10.000 votos; la policía, la Guardia Civil y el CNI investigan la implicación de Marruecos en la red. Fuentes de la investigación dicen que dos detenidos captaban votos para el PP, que lo niega. La policía también ha detenido a varias personas ―incluidos dos candidatos del PSOE― por una presunta red de compra de votos en Mojácar.
Se ha discutido por el pasado, pero el debate en realidad trata del presente. Las alianzas que se presentaron como coyunturales se han vuelto estructurales: la imposibilidad de un pacto entre moderados es el Catch-22 de la política española. Para justificar los acuerdos actuales se falsea el pasado. (Al decir que ETA sigue viva y reclamar la ilegalización de Bildu, imposible según los expertos, Isabel Díaz Ayuso desviaba la atención de pactos poco favorecedores de sus adversarios e incomodaba a su partido.)
Cada vez es más habitual que representantes políticos señalen a ciudadanos particulares. En Madrid hemos visto una lona de Podemos contra el hermano de Díaz Ayuso, cuya causa quedó archivada. Una candidata y una ministra se pusieron una camiseta con su cara. La ministra de Igualdad arremetió contra un programa de televisión y el candidato de Podemos a la alcaldía de Madrid llamó “periodista corrupta” a Ana Rosa Quintana. Esos señalamientos revelan la desesperación de Podemos pero también su ADN populista y degradan nuestra democracia.
Buena parte de nuestra conversación es un simulacro, pero, como señala José Luis Pardo, a veces hay incendios. @gascondaniel
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