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Columna
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Noche de la victoria

La guerra supone el triunfo más aplastante del cálculo racional frío sobre el instinto moral y, al mismo tiempo, implica su mayor derrota. Lo vemos en Bajmut

Ucrania
Soldados ucranios patrullan por Bajmut, el pasado 12 de abril.Iryna Rubakova (AP)
Víctor Lapuente

Lo central en la política europea es lo que ocurre en la periferia: Ucrania. Ahí no se libra una guerra entre dos ejércitos, sino entre dos espíritus: el del miedo, que anima a los sistemas despóticos, según Montesquieu, y el de la emancipación, propio de las democracias.

¿Está justificado por eso que Ucrania ataque territorio ruso? Si es para destruir redes de abastecimiento de las tropas rusas o depósitos de combustible, parece que sí; pero para acabar con el cerebro, o los ideólogos de la masacre, parece que no. ¿Dónde está el límite de la violencia aceptable?

Una invasión cambia las normas del juego. Comentando la fracasada conquista de Rusia por parte del imbatible ejército napoleónico, Tolstói dice que las tornas cambiaron cuando los rusos reescribieron las reglas: dejaron de considerar la guerra como un choque de esgrima entre virtuosos maestros y reemplazaron la espada por el garrote. En lugar de las majestuosas batallas a campo abierto, los rusos optaron por las emboscadas, triquiñuelas y otras artimañas de la guerra de guerrillas que salvaron al país, como antes a España. Se trata de maximizar las pérdidas del enemigo y minimizar las propias.

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La guerra supone así el triunfo más aplastante del cálculo racional frío sobre el instinto moral. Pero, al mismo tiempo, implica su mayor derrota. Lo vemos en Bajmut. Desde el punto de vista estratégico, no tiene sentido que Rusia haya sacrificado decenas de miles de soldados para intentar que la toma de una plaza de escasa importancia coincidiera con la conmemoración hoy del Día de la Victoria frente a los nazis. Tampoco para los ucranios tiene valor más allá de lo simbólico, razón por la cual algunos aliados instan a Zelenski a que ceda en Bajmut.

Sin embargo, los símbolos irracionales pueden ser transformadores. La batalla más improbable de la Segunda Guerra Mundial, Stalingrado, se convirtió en la más decisiva. Si la ciudad se hubiera llamado Volgogrado, ni alemanes ni rusos se habrían empeñado tanto en controlarla y quizás el destino de la guerra podría haber sido distinto. Pero, al haber sido rebautizada con el nombre del líder ruso unos años atrás, ambos bandos invirtieron todas las tropas y armas disponibles. Y, exhaustos los recursos, el espíritu de liberación del pueblo invadido se impuso al del invasor.

La emancipación vence al miedo. Rusia debería saberlo. @VictorLapuente

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