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Brasil
Columna
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¿Qué harán ahora en Brasil los militares sin Bolsonaro?

Lula tiene su talón de Aquiles en desmontar todo el aparato militar que el expresidente ultraderechista instaló en el Gobierno

Soldados brasileños frente al Palácio da Alvorada, en Brasilia
Soldados brasileños frente al Palácio da Alvorada, en Brasilia.ADRIANO MACHADO (Reuters)
Juan Arias

Durante los cuatro años del Gobierno de extrema derecha del capitán Jair Bolsonaro, el tema de los militares y de la fuerza de su apoyo al presidente estuvo en los titulares de la prensa un día sí y otro también.

Hasta entonces, desde acabada la dictadura militar, el tema del Ejército nunca fue un problema para los Gobiernos civiles. Ni siquiera en los dos mandatos del sindicalista de izquierda Lula da Silva, quien supo siempre dialogar con ellos.

También la sociedad civil tuvo en gran aprecio al Ejército que, junto con la Iglesia, eran las dos instituciones mejor valoradas en todos los sondeos nacionales.

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Con la llegada de Bolsonaro, todo empezó a cambiar y el tema militar ocupó el centro de la atención. Más de 6.000 miembros de las Fuerzas Armadas, en activo o en reserva, entraron a galope en el Gobierno y en todas las demás instituciones del Estado y gozaron de privilegios que nunca habían tenido en el pasado.

Se llegó a decir que por primera vez después de la dictadura, de nuevo los militares volvían a gobernar el país. Hasta el ministro de Sanidad, en plena pandemia de la covid y con más de 700.000 víctimas mortales, era un general del Ejército en activo. Y fue un desastre. Él mismo decía que actuaba a las órdenes de su jefe, el presidente.

Hasta la delicada Agencia Brasileña de Inteligencia (Abin) estuvo con Bolsonaro ocupada por militares, y hoy empieza a descubrirse que en ella hacía y deshacía el presidente a su antojo, y que podrían haber actuado en el fracasado golpe del 8 de enero de 2023.

Ahora Lula, que ha arrancado bien en su política exterior abriendo puertas y ventanas para devolver a Brasil su antiguo prestigio como país emergente, tiene su talón de Aquiles en desmontar todo el aparato militar que su antecesor había insertado en las instituciones con la esperanza de que pudieran estar a su lado a la hora de dar un golpe para acabar con la democracia.

Cuando Dilma Rousseff llegó a la presidencia, apoyada entonces por Lula, se hizo célebre una viñeta en la que la primera presidenta mujer aparecía con una escoba en la mano barriendo a una serie de ministros heredados de Lula que aparecían involucrados en los escándalos de corrupción de Lava Jato.

Hoy, Lula, que ha vuelto por tercera vez al poder y que en sus dos mandatos anteriores nunca tuvo problemas con el Ejército, necesitaría heredar la escoba de Dilma para barrer de las instituciones a los miles de miembros del Ejército bajo sospecha de apoyar a Bolsonaro.

La Comisión de Investigación Parlamentaria que acaba de instalarse en el Congreso para analizar la intentona de golpe militar podrá revelar hasta qué punto las Fuerzas Armadas estuvieron involucradas en los deseos de Bolsonaro de imponer un golpe militar.

De cualquier modo, como están insistiendo los analistas políticos y militares, esta vez Lula tendrá que demostrar mano dura para poder colocar a los militares en el lugar que les corresponde en una democracia. Para ello deberá, sin embargo, entender que la postura de los militares acostumbrados a los halagos y privilegios de los que han gozado durante los cuatro turbulentos años de Gobierno bolsonarista ya no va a ser de la que gozó en sus mandatos anteriores.

Quiera o no, y al parecer sí lo está intentando, Lula tendrá que recoger la escoba de Dilma para empezar a barrer de las estructuras del Gobierno y del Estado a los militares que debían haberse quedado en los cuarteles y que no dejarán de hacer resistencia activa o pasiva para no perder sus privilegios.

En verdad, Lula ya ha empezado a hacerlo: acaba de despedir a 28 militares a los que Bolsonaro había colocado en el Gabinete de Seguridad Nacional, sospechosos de haber sido cómplices en el fallido golpe del pasado 8 de enero.

Es verdad que dicha tarea de limpieza no será fácil, ya que los tiempos y el humor de las Fuerzas Armadas no es ahora la de los gobiernos de izquierdas del pasado. El pasaje de Bolsonaro por la presidencia y su connivencia golpista con los militares han enturbiado la armonía y tranquilidad de un Ejército que había convivido en alegre armonía con los gobiernos democráticos incluso los más de izquierdas.

El panorama ha cambiado. Las aguas se han revuelto y tardarán en calmarse, sobre todo porque Bolsonaro fue derrotado, pero el bolsonarismo raíz, el extremista, ya conectado con los movimientos de extrema izquierda del mundo, sigue vivo y agresivo en las redes sociales y en el Congreso.

Lula no podrá ya olvidar que hoy tendrá que gobernar con un Parlamento en el que está en minoría, ya que la mayoría sigue siendo bolsonarista y en el que el grupo llamado de la bala, formado por exmilitares y expolicías ha crecido y sigue dispuesto a amargar la vida del nuevo Gobierno.

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