El superpoder de Connor
En ‘Succession’, el hijo menos relevante les dice a sus hermanos algo extraordinario: “Lo bueno de tener una familia que no te quiere es que te adaptas. Ustedes son esponjas necesitadas de amor”
Estoy en la Costa Brava, por trabajo. Me quedaré mucho tiempo. Hoy salí a correr y soplaba la tramontana, un viento rabioso. Me gustó esa resistencia fuerte mientras corría junto a campos de un verde ultramarino y encinas atormentadas. El primer día que pasé aquí, en esta casa que se yergue sobre una cala lacerante, salí a caminar y encontré a Severín. Rubio trigal altísimo, estaba sentado sobre una alfombra en una colina, junto a una van ínfima repleta de cachivaches. Viajaba desde Suiza, sin destino. Sentí una envidia desesperante por la vida de ese hombre libre y solitario. Volví corriendo a la casa a la que había llegado un rato antes y en la que, apenas entrar, fui embestida por una voz que dijo: “Es acá. Este podría ser el final del camino”. No lo será. De muy joven leí, en el diario de Pavese, esta frase: “Nunca más deberás tomar en serio las cosas que no dependen sólo de ti. Como el amor, la amistad y la gloria”. Intento, desde entonces, hacerla carne. Pero soy débil y a menudo me tacklea la whitmaniana idea de que no se puede caminar ni una milla sin amor. En el segundo episodio de la última temporada de Succession, Connor, el hijo menos relevante de Logan Roy, les dice a sus hermanos algo extraordinario: “Lo bueno de tener una familia que no te quiere es que te adaptas. Ustedes son esponjas necesitadas de amor. Yo soy una planta que crece en las piedras y vive de insectos. Yo no necesito amor. Es como un superpoder”. ¿Por qué voy a regresar a Buenos Aires, la ciudad en la que vivo, un sitio donde el cielo no es una procesión de luz, donde perderé las estrellas y todo el mar y esta casa a la que regresé sin haber estado nunca? Porque no soy Connor. Porque, aunque me esfuerce, no logro ser una planta que crece en las piedras y vive de insectos. Porque no tengo el único superpoder que vale la pena: no necesitar de nadie, de nada de lo que quedó allá.
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