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Brasil
Columna
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En qué podría Brasil ejercer ya hoy un liderazgo mundial

El país latinoamericano podría estar a la cabeza en la gran guerra por el medio ambiente, una lucha que atañe al planeta entero

Lula Da Silva
Un indígena brasileño durante una protesta por el cuidado del medio ambiente, en Brasilia, el 8 de abril de 2022.Andressa Anholete (Getty Images)
Juan Arias

Es normal que Lula da Silva haya llegado al poder con ganas de reconstruir un país que había sido arrasado por todos los costados en los cuatro años de gobierno de extrema derecha de Jair Bolsonaro. Un país arrasado dentro y fuera de él, ya que estaba perdiendo el prestigio que ya había tenido una vez.

Ha sido por ello que a los cien días de su gobierno ha retomado enseguida las riendas de la política exterior para reconectar a Brasil de nuevo con las grandes potencias, con su visita primero a los Estados y Unidos y recientemente a China, dos de los grandes polos económicos que hoy se disputan la hegemonía mundial.

Que la visita de Lula a China y la positiva acogida que ha tenido en dicho país acarreará grandes logros a Brasil, sobre todo económicos, es indiscutible. Lula tiene gran olfato político y ya se había distinguido en sus dos mandatos anteriores por una robusta política internacional que colocó a Brasil en el candelero mundial.

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Esta vez, sin embargo, Lula se ha encontrado con un país destruido por el bolsonarismo en varios campos a la vez: en la economía, la enseñanza, la salud pública, las relaciones exteriores, la cultura, las instituciones democráticas y la maldita inflación, que atenaza sobre todo a los más pobres, a quienes había prometido rescatar para acabar con los demonios del hambre que ya habían afligido al país en el pasado y que habían vuelto con fuerza.

Lula tuvo siempre la obsesión de colocar a Brasil entre las grandes potencias mundiales y no sólo en el centro del Mercosur. Y es cierto que se trata del quinto país mayor del mundo y con grandes recursos naturales y que con Bolsonaro había sido reducido a un país bananero fuera del ajedrez mundial.

Lula está siendo, sin embargo, criticado en la prensa nacional por algunas de sus propuestas hechas, sobre todo en China, sobre asuntos en los que Brasil, a pesar de su importancia, no puede pretender competir con las grandes potencias mundiales. ¿Cómo podría, por ejemplo, Brasil, como parece pretender Lula, resolver el complejo problema de la guerra entre Rusia y Ucrania? ¿Cómo podría pretender intervenir en el delicado y complejo tema del dólar como moneda de cambio internacional? ¿Y menos aún, cómo puede Brasil intervenir en la guerra por la hegemonía económica mundial entre Estados Unidos y China, y pronto con la India?

Sin duda Lula tiene talla de estadista, como demostró en el pasado, y quiere acabar su carrera política coronado como quien colocó a Brasil en el centro de la atención mundial y hasta resolver el delicado problema de la guerra en curso para conseguir su ansiado Nobel de la Paz.

Todo ello es noble y recoloca de alguna forma a Brasil en el ring de los países que cuentan en el mundo. Lo que se discute entre los analistas políticos es si Brasil, en realidad, tiene la fuerza para pretender intervenir de forma sustancial en los graves problemas que atenazan al mundo. O si no le haría mejor, en este momento, a Lula, colocar su victoria y su experiencia política sobre todo en resolver los graves problemas internos de este país que él ha recogido destrozado, al borde de un golpe de Estado y hasta de una guerra civil.

Sin duda, la gran mayoría de quienes eligieron a Lula en las urnas lo hicieron pensando en que con sus experiencias de gobiernos anteriores podría recomponer a este país rasgado no solo en sus instituciones democráticas sino en su economía maltrecha.

Si Lula pretende que Brasil pueda ser una potencia mundial y con un liderazgo que vaya más allá de sus fronteras, tiene en efecto en sus manos dicha oportunidad, aunque no como parece pretender, intentando resolver problemas para los que Brasil no cuenta con dicha fuerza.

Lula da Silva en Brasil
Lula da Silva junto a líderes indígenas en una manifestación por el cuidado del medio ambiente. Andressa Anholete (Getty Images)

Brasil sí podría estar a la cabeza del mundo, por ejemplo, como líder de la gran guerra en curso sobre el medio ambiente, una guerra que ya es mundial y que atañe al planeta entero. Una guerra más amenazadora que las posibles guerras nucleares, porque afecta a todos los continentes a la vez y que ningún país por poderoso que sea podría resolver solo.

Y es que Brasil tiene una peculiaridad en la guerra en curso sobre la catástrofe que puede suponer la falta de responsabilidad en la defensa del medio ambiente. Es en este campo en el que Lula puede pretender y con razón colocar a Brasil como el país con mayores posibilidades de aminorar esa guerra. Y ello porque la importancia que este país tiene con la preservación de la Amazonia alcanza globalmente a todos los lugares del planeta. Es en la lucha contra la guerra del clima donde Brasil puede tener una fuerza global, ya que la destrucción o la salvación de la Amazonia afecta a todo el planeta.

Ningún país, en efecto, puede decir que no le afectaría la destrucción de la selva amazónica, ya que de su conservación depende el futuro de la Humanidad como tal. Basta solo una cifra: el 22% del agua potable del mundo proviene de la Amazonia. Su deterioro sí podría provocar una guerra planetaria.

Es sabido que una de las mayores fechorías realizadas en los cuatro años del desastroso gobierno de extrema derecha bolsonarista fue la de la guerra contra todas las leyes que protegían a la Amazonia y a sus pueblos nativos. Una guerra que afecta y preocupa a todo el mundo.

Y lo que algunos temen en este inicio del nuevo gobierno Lula, en el que tantas esperanzas se han puesto de reconstrucción del país, es que mientras el nuevo gobierno se ha estrenado con una poderosa política internacional, las cifras que han llegado en los primeros cien días del nuevo gobierno sobre el tema central de la Amazonia han sido tristemente negativas. Y eso a pesar de que Lula consiguió colocar como ministra de Medio Ambiente a una personalidad como Marina Silva, conocida y aplaudida mundialmente por su empeño en la defensa del gran santuario de la Amazonia donde ella nació, de familia humilde como Lula, y que se alfabetizó ya adulta. Llegó a ser apellidada como una “Lula con faldas”.

Pues a pesar de todo, las últimas cifras sobre la recuperación física y política de la Amazonia, en los primeros cien días del nuevo gobierno, han sido incluso negativas, para sorpresa de todos. No solo, en efecto, ha habido avances en la defensa de la Amazonia, también han aumentado las cifras de su deforestación. Según datos del sistema Deter del INPE, en estos tres primeros meses del nuevo gobierno, se han destruido 1.375 nuevos kilómetros cuadrados de la selva. Como subrayó en su editorial el diario O Globo, “la Amazonia ha registrado, en lo que va de gobierno, su segundo peor índice de serie histórica con la pérdida de 884 kilómetros cuadrados de vegetación”.

Brasil es hoy consciente de que la preservación de la Amazonia no solo es vital para el país sino que afecta a todo el Planeta. Eso explica que nada más llegar Lula al poder los países que ya contribuían económicamente a la defensa de la selva amazónica y que habían dejado de hacerlo en el gobierno de Bolsonaro, enseguida se han mostrado dispuestas a seguir ayudando para conquistar esa guerra que sí atañe a todos y no solo a Brasil.

Lula tiene que ser consciente de que tiene hoy en sus manos la posibilidad de que Brasil sea líder mundial en la lucha contra la guerra del medio ambiente. Y que ello es, si cabe, más importante que acabar, como pretende, con la guerra entre Rusia y Ucrania, de la que Brasil está lejos y en la que poco puede hacer, ya que se lidia en un contexto de grandes potencias mundiales de las que este país hoy por hoy no puede pretender formar parte. Puede ser, y hoy está en manos de Lula, que Brasil sea líder global en la gran guerra contra la destrucción del Planeta. Es una bandera a la que puede aspirar con justicia. Y el mundo lo sabe. Si lo consigue, se merecerá no uno sino dos Nobel de la Paz.

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