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Columna
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Houellebecq quiere ser una “mujer violada”

La licencia literaria del escritor esconde un prejuicio peligroso: el de insistir, una vez más, en que es propio de las mujeres decir que sí para más tarde pensar que no. O decir que no para, en realidad, desear que sí

Michel Houellebecq
El escritor Michel Houellebecq, en La Rochelle (Francia) en julio de 2019.XAVIER LEOTY (AFP via Getty Images)
Nuria Labari

La última provocación de Michel Houellebecq es que muy pronto todos podremos verlo manteniendo relaciones sexuales en la película experimental neerlandesa Kirac 27, del director Stefan Ruitenbeek. Sin embargo, Houellebecq no desea debutar en el mundo del porno artístico. Porque aunque firmó un documento para participar en la cinta, ahora se arrepiente de haberlo hecho. Tanto, que ha intentado frenar el estreno en los tribunales (Ámsterdam y París) pero habiendo un contrato y adultos consintientes, nadie le da la razón. La película se emitirá y él se siente como “una mujer violada”, según ha confesado a EL PAÍS. Llama la atención que el escritor no sea capaz de sentirse simplemente violado como el hombre que es y que sienta que debe cambiar de género para experimentar humillación o vergüenza. ¿Será qué Houellebecq es ahora una víctima del patriarcado? ¿O será que le gustaría serlo? Personalmente, no me resisto al comentario de texto de una entrevista sin desperdicio.

“Siento, aunque con mucha menos fuerza, más o menos lo que sienten las mujeres violadas. Tengo la impresión de que mi cuerpo no me pertenece. Tengo la impresión de sentir vergüenza también. Y la tercera cosa es una desconfianza y una falta de interés por las relaciones sexuales”, explica. Resulta impresionante que la star literaria francesa no conciba en su rico imaginario que existan los hombres violados y que describa lo que sienten las mujeres víctimas de una violación, como si todas fueran iguales y a todas les pasara lo mismo, como si en vez de personas fueran conceptos. Por otro lado, me parece sospechoso que recurra a la imagen de una mujer violada para describir una situación (la suya) donde alguien firma un contrato para mantener unas relaciones sexuales de las que más tarde se arrepiente. Es decir, Houellebecq es una mujer violada que previamente ha consentido, incluso ha disfrutado del sexo, pero que, más tarde, se autodetermina como mujer violada. Una licencia literaria que esconde un prejuicio peligroso: el de insistir, una vez más, en que es propio de las mujeres decir que sí para más tarde pensar que no. O decir que no para, en realidad, desear que sí. El sexo y el consentimiento, ya se sabe, son algo muy confuso, lleno de matices y oscuridad. Y así las cosas, cualquiera puede ser una mujer violada, incluido Michel Houellebecq. Peligrosa afirmación. Porque si bien el sexo es ambiguo y el deseo puede ser juguetón y hasta monstruoso, las víctimas de una violación no son un producto literario ni un malentendido filosófico. Ser una mujer violada no tiene nada que ver con cambiar de idea, sino con un abuso cometido conscientemente por el agresor.

Sin embargo, resulta increíble cómo a lo largo de toda la entrevista, el escritor persigue la legitimidad de la víctima (que no es) tratando de identificarse con la imagen de mujer violada. Y bochornoso cómo para hacerlo despliega su imaginario machista, ese donde las mujeres son sujetos políticos llamados a padecer el abuso sexual de los hombres. Él, que ha usado y abusado del privilegio masculino, quiere ahora también gozar del reconocimiento que reciben las víctimas de los abusos sexuales machistas. Así, su apetito de privilegio (incluido el de no cumplir los contratos que firma) lo convierte en la peor versión de sí mismo. Está claro que va a escribir sobre ello y está claro que para eso está construyendo el estatus de víctima y así podrá denunciar después, como mujer violada, la inconsistencia del consentimiento sexual.

La cuestión es especialmente mezquina si atendemos a una de las imágenes promocionales del tráiler en la que aparecen en la cama Michel Houellebecq, con 67 años y sobrio pijama de seda a lo Hugh Heffner (dueño de la mansión Playboy) y la joven Jini Van Rooijen, 30 o 40 años menor, con salto de cama floreado y sonrisa de oreja a oreja, felizmente seducida por el vigor sexual e intelectual del escritor. Una imagen esta, la de mujer muy joven (idealmente menor de edad) irremediablemente atraída por la inteligencia de un hombre de letras que ha sido consentida, celebrada y alentada por una supuesta libertad sexual francesa que ya denunció Vanessa Springora en su libro El consentimiento, donde relata la relación que mantuvo a los 14 años con el escritor Gabriel Matzneff, 36 años mayor, con su consentimiento y el de todo su entorno familiar y cultural. Springora denuncia cómo el imaginario cultural francés se ha pasado décadas insistiendo hasta el hartazgo en la representación ideal (cinematográfica y literaria) de relaciones desiguales atravesadas por el poder de una de las partes (el varón culto) y la inocencia y desprotección de la otra (la chica ingenua, cuyo cuerpo está al servicio del placer del primero). No es extraño entonces que el actor porno Houellebecq se mantenga fiel al más rancio machoerotismo francés. De hecho, aunque el Premio Nacional de las Letras francesas dice sentirse como una mujer violada, no se pregunta en ningún momento cómo se sentirá la joven Jini Van Rooijen, que aparecerá en la película manteniendo relaciones con él. O cómo se sentirá su esposa, Qianyum Lysis Li, con quien también ha practicado sexo para la cinta. ¿Por qué el escritor no menciona el derecho a la intimidad de sus compañeras? Ni sintiéndose una mujer violada es capaz de meterse en la piel de una mujer.

Con todo, en la entrevista se lo ve hundido y afligido. Pero no como mujer violada, sino como estrella literaria desubicada. Houellebecq presiente que, por el camino que va, no van a darle el Nobel. El reconocimiento literario está en horas bajas para los discursos sexistas y la escenita a lo Hugh Hefner perjudica notoriamente su prestigio social. Él es muy consciente de que el Nobel francés se lo han dado a una mujer, Annie Ernaux, en las antípodas ideológicas. ¿Creerá Houellebecq que le han dado el Nobel porque las mujeres están de moda o será capaz de imaginar (no hablo ya de aceptar) que se trata de una gran escritora? Nunca lo sabremos, pues su prepotencia es tal que Houellebecq se jacta de no haber leído a Ernaux. “Para ser honesto, no la he leído realmente. No diré nada malo de ella porque no la conozco bien”. Es decir, que lo de decir algo bueno ni se lo plantea. ¿Ernaux? ¿Qué Ernaux? Lo que Houellebecq quiere ahora es ser la nueva mujer de las letras francesas, ser la víctima y el varón privilegiado al mismo tiempo. Y por eso anuncia, en la misma entrevista, que va a escribir su historia de mujer violada. “Cambiaré el nombre de las personas, excepto yo, lo escribiré en primera persona. Pienso que, más o menos, es la única cosa que yo sepa hacer y puede hacerme bien ayudándome a destruir el recuerdo”, explica. Houellebecq, en concierto.

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Sobre la firma

Nuria Labari
Es periodista y escritora. Ha trabajado en 'El Mundo', 'Marie Clarie' y el grupo Mediaset. Ha publicado 'Cosas que brillan cuando están rotas' (Círculo de Tiza), 'La mejor madre del mundo' y 'El último hombre blanco' (Literatura Random House). Con 'Los borrachos de mi vida' ganó el Premio de Narrativa de Caja Madrid en 2007.

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