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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Cuántas científicas indígenas hay?

Son muchos los retos para que las mujeres de pueblos originarios se incorporen a la academia. Pero sus voces deben ser imprescindibles para promover el intercambio de saberes y pensar en soluciones

Las doctoras Anahí Jobeth Borrás Enríquez, Zoila Mora Guzmán, Elia Ballesteros Rodríguez y Lilian Dolores Chel Guerrero, miembros de la Red de Mujeres Indígenas en la Ciencia (REDMIC).
Las doctoras Anahí Jobeth Borrás Enríquez, Zoila Mora Guzmán, Elia Ballesteros Rodríguez y Lilian Dolores Chel Guerrero, miembros de la Red de Mujeres Indígenas en la Ciencia (REDMIC).Giovanni Salazar (Agenda Propia)
Lorena Arroyo

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“¿Cuántas científicas indígenas hay?” La pregunta que se hizo este martes la internacionalista y abogada ambiental boliviana Lorena Terrazas en un foro organizado por Naciones Unidas en Punta del Este (Uruguay) se quedó resonando en mi cabeza. La líder ambiental participaba en la primera sesión plenaria de la plataforma para la prevención de riesgos de desastres de América Latina y el Caribe en la que hablaba con otras cuatro mujeres sobre la importancia de la ciencia y la tecnología para adaptarse al cambio climático. “Se necesita un diálogo. No podemos actuar solos”, dijo Terrazas en una intervención en la que también pidió que no nos olvidemos de escuchar los bioindicadores, las señales que nos manda la tierra, y promover la conversación entre la ciencia y la sabiduría ancestral.

En una región donde se producen uno de cada cuatro desastres registrados en el mundo, sobre todo a causa de eventos de origen climático como inundaciones, no podemos dejar fuera de la conversación los saberes tradicionales en la búsqueda de soluciones. Y las científicas indígenas pueden ser unas excelentes interlocutoras en ese cruce de conocimientos. Pero, ¿cuántas son y dónde están? Es difícil saberlo porque, como advertía la ambientalista boliviana, no hay cifras. El medio independiente Agenda Propia, que lleva más de una década ejerciendo “periodismo colaborativo intercultural” con una red de más de 360 periodistas, narradores y comunicadores —la mayoría indígenas— en 17 países de América Latina, también se ha hecho recientemente esa pregunta. Para responderla, ha puesto en marcha una serie de reportajes por la que han lanzado solicitudes de acceso a la información para revelar esos datos en México, Colombia, Bolivia y Perú.

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El primer capítulo, firmado por Priscila Hernández y Pablo Hernández, y el único publicado hasta el momento, explora la situación en México y pone el foco en las mujeres indígenas con doctorado (un número muy inferior al 1%, según datos oficiales). “Pese a la discriminación, las carencias económicas y a la falta de acceso a universidades en sus comunidades, hay mujeres haciendo frente a la brecha de educación”, escriben los autores.

El reportaje incluye las voces de cuatro doctoras de Yucatán, Chiapas, Oaxaca y el Estado de México pertenecientes a la Red de Mujeres Indígenas en la Ciencia (REDMIC), una organización que ha becado a 12 investigadoras de siete pueblos indígenas para continuar con sus estudios y que pongan en marcha sus proyectos en beneficio de sus comunidades. Sus relatos dan fe de las barreras que han tenido que superar para llegar a tener un título de doctorado, desde las económicas a la discriminación o las dificultades para acceder a la educación desde sus comunidades. Pero también son un reconocimiento al aporte de los conocimientos tradicionales al desarrollo.

Las cuatro mujeres entrevistadas por Agenda Propia investigan temas diversos como la química, la ingeniería, la biomedicina, la tecnología, las ciencias agropecuarias o la biotecnología. Son áreas de conocimiento en las que los pueblos indígenas tradicionalmente han desarrollado sus saberes, como reconoce una de las entrevistadas, la doctora en bioquímica Zoila Mora Guzmán, de Oaxaca: “Mucho del conocimiento médico hoy en día deriva precisamente de este conocimiento en etnomedicina”, dice. “Por ejemplo, en mi caso, mi área es el cáncer, y alrededor del 80% o un poco más de los medicamentos conocidos hoy en día para para tratarlo provienen precisamente de plantas y fueron descubiertos a raíz de conocimientos etnomédicos”.

La periodista de investigación colombiana Edilma Prada, fundadora y directora de Agenda Propia, asegura que una parte importante de este reportaje es precisamente reconocer los saberes tradicionales de los pueblos indígenas que pueden apoyar a la ciencia. “Históricamente las comunidades se han sanado, se han recuperado a través de plantas e incluso del uso sagrado de las mismas”, explica. Historias como esta, dice, “nos recuerdan que las plantas sanan, que los sueños orientan el camino de sus pueblos, de sus comunidades”.

Mientras su medio hace la tarea y salda la deuda estadística que nos impide conocer cuántas científicas indígenas hay, Prada insta a poner la mirada en las historias de resistencia de los pueblos indígenas a la hora de pensar en soluciones a los problemas actuales como la crisis climática. Y pide reconocer a estas mujeres como “parte de la solución de lo que está pasando en el mundo”.

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<p>Sam tampoco tuvo referentes que le ayudasen a gestionar cómo se sentía. Aunque recuerda que desde los siete años tuvo claro que le gustaban tanto las chicas como los chicos. Nació con genitales femeninos y, al igual que le sucedió a Geena, cuando su cuerpo cambio se dio cuenta de que no le correspondía: era una mujer, sin embargo, tampoco odiaba su cuerpo. Pero esto cambió con los años.</p> <p>Primero, se identificó con el género fluido —que es un género no binario, es decir, fuera del binomio hombre-mujer—, también empezó a<strong> jugar con su expresión de género</strong>: "La forma de vestir, el maquillaje, a veces hablaba de mí en femenino, a veces en masculino y a veces sin género, usando la e". Pero su entorno no le tomaba en serio y Sam comenzó a rechazar su lado femenino y a sentir disforia, el rechazo al propio cuerpo.</p> <p>A partir de ese momento decidió que quería llevar a cabo la transición para ser un chico trans. Tras los análisis psicológicos y la mastectomía para extirpar los pechos, ha logrado llegar al punto en el que se encuentra a gusto con su cuerpo e intenta mantener la ingesta de hormonas masculinas al mínimo para que no cambie más.</p> <p>Más allá de insultos o vejaciones que haya podido experimentar, su expresión de género y su identidad pueden suponerle problemas en el día a día. Cuestiones tan cotidianas como ir a un baño público se convierten en momentos de reflexión sobre cuál elegir: "Aunque normalmente me decanto por el masculino, suelo pararme y plantearme a cuál entrar porque no me identifico". También puede ocurrir al rellenar formularios en los que te piden seleccionar un género. "Lo tengo más fácil que otras personas no binarias que no aceptan ninguna. Yo me identifico con el masculino, aunque no me considere un hombre". Poco a poco, al menos en el ámbito del activismo, concluye, <strong>se empieza a añadir la casilla del género no binario.</strong></p>

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🎥 Y para terminar, una película: 1976

Por Érika Rosete

La película chilena ‘1976′ no fue nominada a los Oscar. Sin embargo, aludiendo a la emblemática frase de un poeta del mismo país, al recibir el premio Cervantes de literatura, Nicanor Parra, podríamos recordar también que “los premios suelen ser para los amigos de los jurados”, o los amigos del canon con predominancia masculina. La actriz chilena Manuela Martelli dirige este largometraje cuya protagonista es una mujer adulta de clase socioeconómica alta, con casa de veraneo en la playa, solo tres años después del golpe de Estado de los militares, encabezado por Augusto Pinochet. Se llama Carmen y su vida cambia drásticamente cuando un sacerdote de la comunidad en donde veranea le pide un favor que implica involucrarse, aparentemente de forma superficial, en la tarea secreta de esconder y ayudar a un joven que huye de la policía, cuando la policía en Chile era cualquier ciudadano o ciudadana con la firme convicción de que el comunismo acabaría con la humanidad.

La actriz Aline Küppenheim en un fotograma de la película '1976' (2023).
La actriz Aline Küppenheim en un fotograma de la película '1976' (2023).Cinestación (IMDB)

La historia de Martinelli, su ópera prima, es el resultado de un largo recorrido por el mundo del cine chileno. Ella misma, la directora, es la protagonista de una de las películas más emblemáticas de su país: Machuca, un filme que protagonizó cuando tenía 21 años. Ahora, desde la dirección, la visión de Martinelli nos brinda un escenario minado de atrocidades están presentes en los rincones donde la cámara no apunta. En el sonido de un helicóptero acercándose a la playa, en el hallazgo de un cuerpo que el mar ha arrojado; en el aullido desesperado de una mujer que grita su nombre para que sepan que es ella a la que han subido a la fuerza en un coche lleno de hombres vestidos de civil. La escritora y poeta argentina, Nina Ferrari, nacida en 1983 igual que Martelli, escribió una frase que cobra un significado distinto y poderoso cuando ves la película 1976: “Qué violenta la calma con la que los empachados nos piden que agradezcamos las migajas”.

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Sobre la firma

Lorena Arroyo
Editora y jefa de la edición América de EL PAÍS. Cubre Centroamérica, el Caribe e inmigración. Antes trabajó en Univision Noticias en Washington y Miami, en BBC Mundo y en la agencia EFE en Brasil, Bolivia y Madrid. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Periodismo de Investigación, Datos y Visualización.

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