¿Cuántas científicas indígenas hay?
Son muchos los retos para que las mujeres de pueblos originarios se incorporen a la academia. Pero sus voces deben ser imprescindibles para promover el intercambio de saberes y pensar en soluciones
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“¿Cuántas científicas indígenas hay?” La pregunta que se hizo este martes la internacionalista y abogada ambiental boliviana Lorena Terrazas en un foro organizado por Naciones Unidas en Punta del Este (Uruguay) se quedó resonando en mi cabeza. La líder ambiental participaba en la primera sesión plenaria de la plataforma para la prevención de riesgos de desastres de América Latina y el Caribe en la que hablaba con otras cuatro mujeres sobre la importancia de la ciencia y la tecnología para adaptarse al cambio climático. “Se necesita un diálogo. No podemos actuar solos”, dijo Terrazas en una intervención en la que también pidió que no nos olvidemos de escuchar los bioindicadores, las señales que nos manda la tierra, y promover la conversación entre la ciencia y la sabiduría ancestral.
En una región donde se producen uno de cada cuatro desastres registrados en el mundo, sobre todo a causa de eventos de origen climático como inundaciones, no podemos dejar fuera de la conversación los saberes tradicionales en la búsqueda de soluciones. Y las científicas indígenas pueden ser unas excelentes interlocutoras en ese cruce de conocimientos. Pero, ¿cuántas son y dónde están? Es difícil saberlo porque, como advertía la ambientalista boliviana, no hay cifras. El medio independiente Agenda Propia, que lleva más de una década ejerciendo “periodismo colaborativo intercultural” con una red de más de 360 periodistas, narradores y comunicadores —la mayoría indígenas— en 17 países de América Latina, también se ha hecho recientemente esa pregunta. Para responderla, ha puesto en marcha una serie de reportajes por la que han lanzado solicitudes de acceso a la información para revelar esos datos en México, Colombia, Bolivia y Perú.
El primer capítulo, firmado por Priscila Hernández y Pablo Hernández, y el único publicado hasta el momento, explora la situación en México y pone el foco en las mujeres indígenas con doctorado (un número muy inferior al 1%, según datos oficiales). “Pese a la discriminación, las carencias económicas y a la falta de acceso a universidades en sus comunidades, hay mujeres haciendo frente a la brecha de educación”, escriben los autores.
El reportaje incluye las voces de cuatro doctoras de Yucatán, Chiapas, Oaxaca y el Estado de México pertenecientes a la Red de Mujeres Indígenas en la Ciencia (REDMIC), una organización que ha becado a 12 investigadoras de siete pueblos indígenas para continuar con sus estudios y que pongan en marcha sus proyectos en beneficio de sus comunidades. Sus relatos dan fe de las barreras que han tenido que superar para llegar a tener un título de doctorado, desde las económicas a la discriminación o las dificultades para acceder a la educación desde sus comunidades. Pero también son un reconocimiento al aporte de los conocimientos tradicionales al desarrollo.
Las cuatro mujeres entrevistadas por Agenda Propia investigan temas diversos como la química, la ingeniería, la biomedicina, la tecnología, las ciencias agropecuarias o la biotecnología. Son áreas de conocimiento en las que los pueblos indígenas tradicionalmente han desarrollado sus saberes, como reconoce una de las entrevistadas, la doctora en bioquímica Zoila Mora Guzmán, de Oaxaca: “Mucho del conocimiento médico hoy en día deriva precisamente de este conocimiento en etnomedicina”, dice. “Por ejemplo, en mi caso, mi área es el cáncer, y alrededor del 80% o un poco más de los medicamentos conocidos hoy en día para para tratarlo provienen precisamente de plantas y fueron descubiertos a raíz de conocimientos etnomédicos”.
La periodista de investigación colombiana Edilma Prada, fundadora y directora de Agenda Propia, asegura que una parte importante de este reportaje es precisamente reconocer los saberes tradicionales de los pueblos indígenas que pueden apoyar a la ciencia. “Históricamente las comunidades se han sanado, se han recuperado a través de plantas e incluso del uso sagrado de las mismas”, explica. Historias como esta, dice, “nos recuerdan que las plantas sanan, que los sueños orientan el camino de sus pueblos, de sus comunidades”.
Mientras su medio hace la tarea y salda la deuda estadística que nos impide conocer cuántas científicas indígenas hay, Prada insta a poner la mirada en las historias de resistencia de los pueblos indígenas a la hora de pensar en soluciones a los problemas actuales como la crisis climática. Y pide reconocer a estas mujeres como “parte de la solución de lo que está pasando en el mundo”.
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🎥 Y para terminar, una película: 1976
Por Érika Rosete
La película chilena ‘1976′ no fue nominada a los Oscar. Sin embargo, aludiendo a la emblemática frase de un poeta del mismo país, al recibir el premio Cervantes de literatura, Nicanor Parra, podríamos recordar también que “los premios suelen ser para los amigos de los jurados”, o los amigos del canon con predominancia masculina. La actriz chilena Manuela Martelli dirige este largometraje cuya protagonista es una mujer adulta de clase socioeconómica alta, con casa de veraneo en la playa, solo tres años después del golpe de Estado de los militares, encabezado por Augusto Pinochet. Se llama Carmen y su vida cambia drásticamente cuando un sacerdote de la comunidad en donde veranea le pide un favor que implica involucrarse, aparentemente de forma superficial, en la tarea secreta de esconder y ayudar a un joven que huye de la policía, cuando la policía en Chile era cualquier ciudadano o ciudadana con la firme convicción de que el comunismo acabaría con la humanidad.
La historia de Martinelli, su ópera prima, es el resultado de un largo recorrido por el mundo del cine chileno. Ella misma, la directora, es la protagonista de una de las películas más emblemáticas de su país: Machuca, un filme que protagonizó cuando tenía 21 años. Ahora, desde la dirección, la visión de Martinelli nos brinda un escenario minado de atrocidades están presentes en los rincones donde la cámara no apunta. En el sonido de un helicóptero acercándose a la playa, en el hallazgo de un cuerpo que el mar ha arrojado; en el aullido desesperado de una mujer que grita su nombre para que sepan que es ella a la que han subido a la fuerza en un coche lleno de hombres vestidos de civil. La escritora y poeta argentina, Nina Ferrari, nacida en 1983 igual que Martelli, escribió una frase que cobra un significado distinto y poderoso cuando ves la película 1976: “Qué violenta la calma con la que los empachados nos piden que agradezcamos las migajas”.
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