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Columna
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¿Y si vascos y catalanes suman?

Los movimientos que, dentro de un Estado, defienden los derechos de una comunidad concreta tienen mala fama

Gabriel Rufian y Aitor Esteban
Los diputados Gabriel Rufián (ERC) y Aitor Esteban (PNV), en el Congreso de los Diputados.Europa Press News (Europa Press via Getty Images)
Víctor Lapuente

Caerán mejor o peor, pero prácticamente nadie piensa que los nacionalismos catalán y vasco sumen a la democracia española. Para la derecha, los partidos políticos periféricos restan mucho. Y, para la izquierda, incluso la más condescendiente, serían neutros: no son una amenaza para la convivencia en libertad, pero, si desaparecieran de forma natural PNV, ERC o Junts, tampoco perderíamos mucho, ¿no?

Este ha sido también el enfoque tradicional entre los académicos. Los movimientos que, dentro de un Estado, defienden los derechos de una comunidad concreta, definida por una cultura, un idioma, una historia o una combinación más o menos cabal o rocambolesca de todo eso, tienen mala fama. Tras la caída del muro de Berlín, los expertos subrayaban que la democracia progresaba más rápido en aquellos países en los que no existían divisiones étnicas, como Polonia, Hungría o República Checa. Un pueblo grande y libre. Por el contrario, donde no había uno, sino varios pueblos, como Eslovaquia, Bulgaria, Rumania y, por supuesto, la antigua Yugoslavia, la democracia parecía encallarse, cuando no degenerar en cruentos conflictos basados precisamente en esas grietas étnicas.

Sin embargo, tras varias décadas de experiencia democrática, esta visión sobre los movimientos políticos étnicos está invirtiéndose. Como apunta Jan Rovny, investigador en Sciences Po, hoy los retrocesos democráticos más notables se producen en los países donde no existen esos partidos étnicos o nacionalistas periféricos. Polonia, Hungría o Eslovenia, que cumplen con el ideal de una única nación en términos étnicos, culturales y políticos, y sus ciudadanos no votan a nacionalismos minoritarios, han sufrido una importante caída de los derechos civiles y políticos. Por el contrario, las democracias étnicamente más “impuras”, como Estonia, Letonia, Bulgaria o Eslovaquia, se mantienen en mejor forma.

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Parece ser que los nacionalismos étnicos o periféricos, una vez son conscientes de que deben operar en un Estado en el que inexorablemente son y serán una minoría (y ese reconocimiento les puede costar tiempo; lo estamos viendo en España con muchos independentistas), persiguen políticas para poner coto al poder de la mayoría. Su objetivo primordial es evitar un gobierno absolutista en la capital del país.

¿Y si en España sucede algo parecido? ¿Y si vascos y catalanes suman? @VictorLapuente

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