El precipicio
Puede que Tamames sueñe, como remate de su fértil biografía, con ofrecer una lección magistral para la historia, si bien corre el peligro de que todo acabe en un sainete ratonero sobre la unidad de España con la exaltada verborrea de cualquier falangista
En los años 50 del siglo pasado Ramón Tamames era un joven de mandíbula cuadrada, que cada día se escalaba a si mismo por la pared norte con una actividad compulsiva. Estudiaba, escribía libros, pintaba, esculpía, fabricaba muebles, tocaba el órgano, hacía deporte hasta el punto de permitirse el lujo de despeñarse por un precipicio en el que pudo haber terminado su biografía. En la universidad se coronó con premios extraordinarios sin dejar de participar en las luchas estudiantiles que le llevaron a la cárcel. Era un comunista críptico y un cristiano evangélico que iba a la caza del hombre nuevo y confesaba sus pecados de rodillas ante el cura Aguirre, futuro Duque de Alba. Cuando el 9 de abril de 1977 fue legalizado el Partido Comunista Ramón Tamames estaba en la sede recibiendo los primeros abrazos. ¿Cómo un chico de tan buena familia puede ser comunista?, se preguntaban algunas señoras de bien. En cambio, los camaradas se sentían orgullosos de su líder, un rojo homologable a escala europea, rico, inteligente e infatigable al que podían maginar con un campari en la mano. Cuando llegó la democracia, la frustración y el desencanto le llevaron a recular, huyendo de si mismo al galope a lo largo de todas las ideologías. Al final de la escapada ahora a los 89 años ha decidido degustar el único licor que le faltaba. Al grito de ¡la patria me necesita!, tal vez por orgullo intelectual ha aceptado ser el candidato de la extrema derecha en la moción de censura contra el Gobierno socialista. Puede que Tamames sueñe, como remate de su fértil biografía, con ofrecer una lección magistral para la historia, si bien corre el peligro de que todo acabe en un sainete ratonero sobre la unidad de España con la exaltada verborrea de cualquier falangista. La tribuna del Congreso es un precipicio muy peligroso en el que este formidable escalador de si mismo podría despeñarse.
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