Trágico Haití
La galopante corrupción, las bandas criminales y un nuevo brote de cólera agravan la desesperada situación del país


Haití se hunde. La agonía del país caribeño no es una novedad, pero el cóctel de violencia, corrupción, miseria y desmoronamiento institucional que condena hoy a millones de personas al caos no solo no ha reducido sus ingentes dimensiones sino que parece haber alcanzado un trágico punto de no retorno. La caída se aceleró hace un año y medio con el magnicidio del presidente Jovenel Moïse. Desde entonces el primer ministro, Ariel Henry, dirige el país en un contexto de profunda inestabilidad política y una enorme impopularidad. Las bandas criminales, allí denominadas gangas, dominan hasta el 60% del territorio de Puerto Príncipe, la capital, según un cálculo de la ONU: barrios enteros, carreteras o mercados quedan bajo su control. Cerca de 100.000 personas han sido desplazadas de sus hogares a causa de la violencia en una capital y su área metropolitana que cuenta con tres millones de habitantes. El efecto inmediato de esta situación fuera de control ha sido alimentar una perversa y creciente espiral de connivencia entre el crimen organizado y los cargos públicos.
A este sombrío panorama se suman las protestas. El último estallido se remonta al pasado enero, cuando el asesinato de 14 policías en tres semanas fue la espoleta que desató una violenta protesta de uniformados y exagentes que incluso obligó a Henry a refugiarse en las instalaciones del aeropuerto. El hartazgo y las movilizaciones han marcado la gestión del actual primer ministro desde el inicio de su periodo. En septiembre el anuncio de un incremento del precio de los combustibles de más del 100% sumió a Haití en una nueva oleada de manifestaciones que paralizó el país y profundizó la crisis.
Mientras miles de personas tratan de buscar una salida y huir en busca de oportunidades, la mezcla de descontento y desgobierno acaba repercutiendo también en lo que queda de servicios públicos. Las últimas protestas provocaron un desabastecimiento de agua, facilitando así la propagación de un nuevo brote de cólera. La enfermedad reactivó una emergencia que se consideraba superada al menos desde 2020. Hace 13 años, después del terremoto que arrasó el país y que dejó más de 200.000 muertos, se registraron casi un millón de contagios. Después llegaron los años de la ayuda extranjera y el despliegue de Naciones Unidas, pero con las misiones internacionales se multiplicaron los casos de abusos sexuales y la propagación de otras enfermedades. La comunidad internacional no puede hacer caso omiso a las continuas alertas que llegan desde Haití. La situación de deterioro del país caribeño es cada vez más desesperada y no hay visos de que los propios políticos haitianos puedan revertir por sí mismos la situación. La ayuda y la implicación internacional deben llegar más pronto que tarde, antes de tener que volver a deplorar una calamidad todavía mayor.
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