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Columna
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La agonía de Twitter se acerca a su fin

Los usuarios han tolerado todo tipo de abyecciones, incluyendo la desinformación, el acoso y las cuentas falsas. Todo eso contribuía a llenar la plataforma de dopamina

Símbolo de Twitter en la sede de la empresa en San Francisco.
Símbolo de Twitter en la sede de la empresa en San Francisco.Jeff Chiu (AP)
Marta Peirano

Las grandes redes sociales agonizan muy despacio. Empiezan a morir en la cumbre, cuando nadie piensa en su desaparición. Facebook no atrae usuarios menores de 30 desde 2012, cuando aún se autocoronaba responsable de la primavera árabe; Instagram pierde adolescentes desde 2018, cuando celebró sus primeros mil millones de usuarios. Mark Zuckerberg dijo que era un problema existencial. En 2021, cambió de nombre a la empresa con la vana esperanza de quitarse años. Ningún adolescente quiere entrar en el bar de sus padres mientras ellos siguen allí.

La ballena lucha por mantener su relevancia. Cuando aparece una plataforma nueva con nuevos filtros, stories o rooms, hay que devorarla. Comprando, como hizo Facebook con Instagram y WhatsApp; plagiando, como hizo con Snapchat; o tratando de prohibirla, como hace con TikTok. Incluso ganando batallas, la longevidad es la madre del desencanto. Con el tiempo hay protestas por los cambios en la interfaz, la política, el algoritmo, extracción de datos, desinformación. Cómo estar en la pomada cuando tus usuarios quieren que el negocio cambie pero todo siga igual. La ballena se atrofia y esta fase se puede alargar mucho tiempo. La agonía de Facebook parece larga, pero ojo que aún existe MySpace.

En una red grande pueden desaparecer galaxias sin que nadie lo note. Como ha pasado en Twitter con la comunidad internacional de #infosec. Los profesionales y aficionados a la ciberseguridad que se han fugado en bloque a Mastodon, donde hay un servidor gestionado por exempleados de Twitter y otro administrado por el exjefe de seguridad de Facebook. Pero la mayor parte de usuarios aguantan con la esperanza de que Twitter siga siendo Twitter. El colapso sólo llega cuando dejan de experimentar la emoción que les hacía volver.

El usuario de Twitter ha tolerado todo tipo de abyecciones, incluyendo la desinformación, el acoso y el cinismo descerebrado de las cuentas falsas de troles mercenarios, con su ración cotidiana de veneno y estupidez. Todo eso contribuía a llenar la plataforma de lo que realmente busca: dopamina. La carga emocional es el principal predictor de interacción en todas las plataformas y, por tanto, el ingrediente clave de su algoritmo de recomendación.

La dopamina llega por distintas vías. “Para algunos es el placer libidinal de ver amigos y compartir con la comunidad —explicaba Danah Boyd, presidenta del Data & Society Research Institute—. Los posts que te hacen reír o te alegran el día. Para otros, es el deseo masoquista de ver contenido que aumenta la presión arterial. Y hay otros que no pueden resistir el drama de un choque de trenes”. El algoritmo de Twitter estaba optimizado para mostrarnos los contenidos que canalizaban esas emociones. Boyd los llama “posts emocionalmente pegajosos”. Producen las emociones que nos hacen volver.

En las últimas dos semanas, Elon Musk ha modificado el algoritmo para optimizar la visibilidad de Elon Musk. Los usuarios que hacen posts emocionalmente pegajosos siguen en Twitter, pero ya no los vemos. La dopamina se ha convertido en frustración. Se acaba Twitter, pero empieza una era más solitaria y oscura. El drama se ha movido a una nueva plataforma de publicidad hipersegmentada de personalidad múltiple, llamada ChatGPT, Sydney o Bing.

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