El futuro siempre pasa de largo
Decían que era el turismo. Ahora es la destrucción del paisaje con instalaciones que afectan a la fauna
Viajo por algunos de los paisajes más hermosos de Europa y el horizonte está cubierto de molinos. Ocurre en muchos lugares de España, y el asunto sale con frecuencia en la conversación. Dos de las películas españolas más destacadas del año, Alcarràs y As bestas, tratan del impacto de las energías renovables en los territorios y las personas que viven en ellos. Rodrigo Sorogoyen mencionó el tema en su discurso de agradecimiento en los Goya. Una respuesta habitual son los trade offs: nada es gratis. Necesitamos energías limpias y necesitamos solidaridad territorial. Los partidarios hablan del peligro de la mentalidad nimby (not in my backyard): si nadie quiere las centrales, tenemos un problema grave. Y al mismo tiempo algo de cautela y escepticismo es comprensible.
En Teruel y otros lugares de España muchos recuerdan los pueblos sumergidos, las minas y su cierre y la emigración, las propuestas de cementerios nucleares, las centrales térmicas que se cerraron porque contaminaban. Hace unos meses volamos la torre de refrigeración de la de Andorra ―hoy se elimina la chimenea―, y luego algunos países anunciaron que mantendrían las centrales abiertas para paliar los efectos de la guerra en Ucrania. Los proyectos de transición para los trabajadores o las nuevas energías no compensan el empleo perdido. El futuro, decían, es el turismo; ahora es la destrucción del paisaje con instalaciones que afectan a la fauna.
El Congreso ha eliminado la Declaración de Impacto Ambiental para los proyectos de renovables de más de 50 megavatios que no estén en espacios protegidos. Se someterán a un procedimiento de “afección ambiental”, que se evalúa a partir de la información que aporta la propia promotora. El objetivo es agilizar el proceso y salvar la inversión ya realizada, pero la experiencia hace dudar de los incentivos. En un mes, ha escrito Genoveva Crespo, en España ha habido una oleada de compraventa de plantas y proyectos de energías renovables por un total de 10.000 millones de euros a manos de grandes energéticas y fondos de inversión. En este caso, los molinos también son gigantes. Algunas investigaciones alertan del “global stilling” ―el cambio climático hace que los vientos pierdan fuerza― y los expertos señalan la fragilidad de una industria dependiente de la meteorología.
La historia puede ser bien conocida: abrazamos una promesa, rebajamos los controles, estropeamos el entorno y después descubrimos que el futuro ha pasado de largo. @gascondaniel
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