El boquete en el bolsillo de Putin
Varios datos económicos apuntan a que las sanciones occidentales empiezan a golpear con más fuerza a la economía rusa, pero no debe subestimarse su capacidad de resistencia
A principios de semana, datos publicados por el Ministerio de Hacienda ruso apuntaron a que tan solo en el mes de enero Rusia acumuló un déficit de más de 20.000 millones de euros, un 60% de lo presupuestado para todo 2023. Los ingresos procedentes de la venta de gas y petróleo fueron un 46% inferiores que en el mismo mes del año anterior, mientras los gastos se incrementaron un 59% debido a las exigencias bélicas. El banco central indicó que probablemente tendrá que subir los tipos de interés. Y, este viernes, el Kremlin anunció que en marzo recortará su producción de crudo en 500.000 barriles diarios, alrededor del 5% de su extracción total, posiblemente un cambio de estrategia en parte vinculado a la dificultad de colocar la totalidad de sus exportaciones tras las últimas sanciones occidentales.
En conjunto, parecen síntomas de que las medidas sancionatorias occidentales adoptadas en represalia por la invasión rusa, y especialmente las que golpean al sector de los hidrocarburos, estén dando un considerable salto de eficacia.
Hasta ahora, la economía rusa había acusado el golpe, pero el país ha logrado evitar el colapso que algunos imaginaban cuando empezaron las sanciones concertadas y la estampida de empresas. El FMI ha estimado recientemente que el PIB ruso en 2022 se contrajo un 2,2%, algo muy inferior a las proyecciones que se hicieron en los primeros compases de la invasión. El rublo, por su parte, aguantó. La represalia occidental, por tanto, hasta ahora había costado a Rusia algunos puntos de PIB y serias dificultades para sostener la producción en determinados sectores, pero no fue un golpe decisivo. Esto puede estar cambiando.
En paralelo, cabe notar que Europa parece haber ganado la batalla del gas, evitando el riesgo de cortes en el suministro, y el precio en el mercado TTF va cada vez mejor, situándose ahora en niveles de 2021. Los datos de PIB y empleo han sido en los últimos meses mejores de lo esperado en la UE, y la inflación va reduciéndose.
En definitiva, hay elementos para considerar que el fundamental campo de batalla económico parece inclinarse desfavorablemente para Rusia.
Ello no debería sin embargo inducir a subestimar la persistente amenaza que el Kremlin representa. No solo porque es probable que en breve pueda hacerse notar en los frentes de Ucrania la inyección de fuerzas frescas rusas, sino porque el régimen de Putin está paulatinamente reorientando la economía y la sociedad rusas para sostener un prolongado y sufrido esfuerzo bélico. Movilizaciones forzosas, reorientación de la actividad económica al servicio de las fuerzas armadas, impuestos especiales, reordenación de su comercio internacional con socios dispuestos a ello como China, India o Irán, una histórica disposición a soportar enormes sacrificios: el abanico es amplio.
A la vez, no debería subestimarse el daño económico que la guerra está infligiendo no solo, obviamente, a Ucrania, que necesita un enorme apoyo financiero además de militar, sino a países del entorno —como muestran las turbulencias que sufre Moldavia, en parte vinculadas a dificultades económicas— y a la propia UE. El bloque ha evitado las perspectivas más oscuras, pero las heridas acumuladas son serias, y el camino hacia adelante, accidentado. Aunque la inflación esté remitiendo, no está vencida, y el daño ya causado es grande, con su impacto en el poder adquisitivo que se contrae con fuerza, en los ahorros que se evaporan, en las hipotecas de tipo variable que ahogan a tantas familias. Y no puede descartarse que los precios del crudo suban ahora, y los del gas lo hagan en el próximo invierno, que probablemente no podremos afrontar con las reservas tan llenas como este. No hay crisis sistémica, pero sí bastante sufrimiento social.
La dinámica es esperanzadora, pero no hay motivo para bajar ni un milímetro la guardia.
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