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Columna
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Privatización y rapiña en la guerra

Wagner es antigua y moderna, a la vez compañía medieval de mercenarios y hampa global que vende seguridad a los dictadores

Grupo Wagner
Visitantes vestidos con camuflaje militar en la entrada del "Centro PMC Wagner", asociado al empresario y fundador del grupo militar privado Wagner, Yevgeny Prigozhin, durante la inauguración oficial del bloque de oficinas durante el Día de la Unidad Nacional, en San Petersburgo, Rusia, este sábado.AP
Lluís Bassets

Donde hay Estados fallidos, minerales preciosos, materias primas y jóvenes sin presente ni futuro, allí está Wagner. Lleva el nombre del compositor, pero no hay lugar a confusión. Entona la música de las bombas y de las balas y es un ejército privado al servicio de Vladímir Putin, ahora desplegado para extender, también fuera de Ucrania, la guerra que sufren directamente los ucranios.

Wagner es a la vez una antigualla y pura modernidad. Recluta mercenarios como si fuera un señor de la guerra medieval y los manda a matar y morir por una soldada miserable a beneficio de su condottiero, el expresidiario y aprovisionador del Kremlin, antaño de festines y ahora de carne de cañón, Yevgeny Prigozhin. Su multinacional del crimen es única. Usa las armas más sofisticadas, incluidas las híbridas de la desinformación. Vende seguridad a los dictadores de todo el mundo, pero especialmente de África y Oriente Próximo, a cambio de acceso en régimen de rapiña a los yacimientos de uranio, diamantes o tierras raras. Contribuye a expulsar y sustituir a las tropas occidentales en misiones antiterroristas. Y a eludir de paso el escrutinio de la justicia y las organizaciones internacionales.

Tiene todos los motivos para actuar así, incluyendo sus antecedentes de delincuente. Nadie como su primer cliente ha cometido mayores y más infames fechorías en nuestra época, empezando por los crímenes de agresión contra Ucrania —también contra Chechenia, Siria y Georgia—, del mismo tipo que los que llevaron al cadalso a los dirigentes de Alemania y de Japón en 1945 y 1946 al término de la Segunda Guerra Mundial. Y a este primer cliente se debe el mayor contrato de tan abyecta compañía, que no es otro que conseguir en Ucrania lo que no puedan los ejércitos regulares rusos.

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Su especialidad es mandar carne de cañón al frente, para extender así alfombras de cadáveres acribillados sobre las que desfilarán las tropas del Kremlin con la esperanza de que no queden suficientes balas para ellas. Recluta allí donde no hay esperanza: en las cárceles de Rusia o en los poblados de chabolas de África, y ofrece a los mercenarios patente de corso para el pillaje, la violación, la tortura y el asesinato. Y una bala para quien retroceda o se retrase, antigua práctica de los batallones de castigo estalinistas con los que se libra la guerra más moderna. También es antigua la fusión entre el hampa carcelaria y los servicios secretos bolcheviques, la checa, de donde Putin ha salido.

La privatización rusa de la guerra está alcanzado insólitos niveles, en paralelo a la subrogación a Wagner de la acción internacional, tanto económica como militar. El Estado ruso, mientras tanto, se va retirando como un apestado del territorio civilizado de las reglas y los tratados, de la legalidad y las instituciones. Solo falta que el jefe y magnate del hampa eche a Putin y sea él mismo quien se instale en el Kremlin.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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