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Asalto al Congreso nacional en Brasil
Columna
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Bolsonaro y el jarrón chino de Felipe González

Hasta ayer, el expresidente brasileño era visto como un objeto precioso. Y, de repente, se ha revelado un jarrón valioso pero que estorba en todos los salones

El expresidente de Brasil Jair Bolsonaro, a su llegada a un colegio electoral en Rio de Janeiro, el 30 de octubre de 2022.
El expresidente de Brasil Jair Bolsonaro, a su llegada a un colegio electoral en Rio de Janeiro, el 30 de octubre de 2022.MAURO PIMENTEL (AFP)
Juan Arias

Fue el español Felipe González quien acuñó la famosa frase que recorrió el mundo en la que comparó a un expresidente político con un jarrón chino en un salón. Todos le suponen un gran valor pero no saben dónde colocarlo y esperan a que un niño acabe dándole un codazo y lo haga pedazos. El jarrón acaba convirtiéndose en un estorbo.

La parodia del expresidente socialista español me ha venido a la memoria frente a la situación parecida que está viviendo en Brasil el expresidente de extrema derecha, Jair Bolsonaro. Hasta ayer, incluso después de haber perdido las elecciones, el expresidente era visto como un objeto precioso, codiciado políticamente. Y, de repente, se ha revelado un jarrón valioso, pero que estorba en todos los salones.

Incluso cuando el hoy expresidente perdió las elecciones y huyó a los Estados Unidos, el mundo político que había apostado en él seguía viéndole como algo valioso del que se podría conseguir dividendos políticos. Un jarrón chino que había mantenido su precio.

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Y, de repente, con la velocidad con que a veces cambian los vientos, el expresidente Bolsonaro ha empezado a aparecer ante los ojos de todos los que se lo rifaban como un estorbo, un apestado político que sería mejor que algún codazo lo hiciera cisco.

Sí, de repente todos prefieren que en vez de volver de su exilio americano, al que huyó tras su derrota, según los suyos, para volver después como victorioso, se quede fuera del país. Hasta el nuevo presidente, Lula, que lo derrotó en las urnas, ha dado a entender que si Bolsonaro volviera prefiere que no sea encarcelado, algo que podría convertirlo en un mártir.

El derechista Partido Liberal que abrigaba a Bolsonaro, que no había conseguido firmas suficientes para crear su propio partido, tampoco sabe ahora ―sobre todo después del fallido golpe de Estado―, qué hacer con él si vuelve a Brasil. Sobre todo, porque lo más seguro es que la Justicia electoral lo declare inelegible por ocho años.

A su vez, los empresarios más conservadores que lo sostuvieron en la campaña electoral y que han estado últimamente financiando a los golpistas que pusieron patas arriba las tres sedes del poder en Brasilia, también se están mostrando más interesados en que siga fuera que dentro del país. Han sido ellos quienes acaban de sugerirle que cree en los Estados Unidos una empresa personal para dar conferencias políticas. Hasta le han sugerido cuánto debería pedir por cada una de ellas: 10.000 dólares.

¿Y si los Estados Unidos decidieran no renovarle el visado con el que entró? Y es que al presidente americano Biden que pronto se encontrará con su colega brasileño, Lula da Silva, ya le basta con su Trump para crearle dolores de cabeza, y más cuando ya 45 diputados de su partido le han pedido que expulse a Bolsonaro del país.

En caso de que eso ocurriera y que el expresidente brasileño no pudiera seguir en su exilio dorado americano, sus amigos empresarios le están aconsejando que aproveche entonces que tiene su nacionalidad italiana para trasladarse al país que fue el de sus antepasados. Todo menos que vuelva por aquí.

¿Y sus seguidores fieles, los más fanáticos, sus incondicionales? También ellos, algunos ya en la cárcel, acusados de haber participado activamente en la destrucción en Brasilia, empiezan a estar perplejos y confundidos. Estaban seguros de que su jefe, su mito, su mesías, no les abandonaría y conseguiría que los militares le escucharan y se hicieran cómplices de sus deseos de implantar un gobierno autoritario. Muchos de ellos empiezan a sentirse confundidos y hasta traicionados, mientras que los políticos que hasta ayer, abierta o solapadamente, se lo rifaban a la búsqueda de los votos que él conseguía con su conducta populista están perplejos.

¿Y su esposa, Michelle, la evangélica aguerrida, que fue tan viva en la campaña electoral, que se presentaba ya como la candidata para sucederle? Su esposa, que organizaba con pastores evangélicos muy temprano en el Palacio Presidencial ritos religiosos en los que ella, de rodillas, en un éxtasis místico en el que hablaba lenguas extrañas, pedía que Dios echara de aquel lugar a los demonios del comunismo que habían dejado los gobiernos de izquierdas.

La ex primera dama bolsonarista, que en un inicio se había negado a acompañar a su marido a los Estados Unidos, lo que hizo correr la voz de que se habían separado, ahora sigue feliz a su lado y se entretiene, como ha aparecido en las redes sociales, en mostrar y aconsejar a las mujeres los productos de belleza que ella usa y ama.

Y todo ello, por el momento, aparece solo como el prólogo de una novela cuyo final nadie en su sano juicio sería hoy capaz de adivinar. ¿Conseguirán Bolsonaro y los suyos resucitar del actual letargo y derrota judicial y volver al ruedo del poder con sus ritos antidemocráticos, confesándose traicionados y engañados? ¿Volverán a ser los reyes y los magos de las redes sociales, sembradores avispados de las fake news que tantos dividendos le dieron, o serán las redes quienes lo vean también como el jarrón chino que empieza a estorbar en medio del salón?

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