El caso del Perú
Hoy en día cualquier país puede elegir el progreso y la modernidad. Pero, para ello, debe renunciar a políticas absurdas y que ya han sido derrotadas por la historia del siglo XX
Imitando a Alberto Fujimori, el presidente de la República del Perú, Pedro Castillo, quiso dar un golpe de Estado, pero se olvidó de informar a los militares, o por lo menos a los que realmente cuentan, que son los que saben de estas cosas. Pese a ello, el mandatario peruano salió a las radios y a la televisión, anunció su “golpe”, destituyó a todos los parlamentarios, declaró que el poder judicial sería “reorganizado” y anunció que habría nuevas elecciones para reformar la Constitución y crear un nuevo Congreso Nacional. Dicho esto, como su famoso “golpe” no prosperaba, indicó a su escolta que lo llevara a la Embajada de México, donde, su nuevo compinche, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, había dado órdenes de que lo asilaran para darle un exilio que prometía ser “dorado”. El cuerpo de protección con que cuenta un jefe del Estado, luego de recibir las órdenes del presidente, las incumplió y, en vez de llevarlo al exilio, lo depositó en la Prefectura. De allí pasó a la cárcel, donde se encuentra ahora. Esa cárcel, recordemos, es una dependencia policial que fue acondicionada especialmente para el exmandatario Fujimori, con el que Pedro Castillo tendrá seguramente en el futuro mucho tiempo para conversar.
Entre tanto, la vicepresidenta, Dina Boluarte, elevada a la Presidencia por los parlamentarios, anunció que se abría un período de paz en la república. Sin saber que todos los grupos de izquierda y de extrema izquierda, que tienen cierta capacidad de movilización en el sur del Perú, habían tomado muy en serio la causa del expresidente, declarando que la “derecha” lo había secuestrado. Estos grupos procedieron de inmediato a cerrar carreteras, capturar aeropuertos, atacar policías y asaltar dependencias del poder judicial y la Fiscalía, y extender el caos en el pobre país. La situación se ha tranquilizado por el momento, pero el famoso Congreso de la Lengua, que se reúne cada cuatro años y se iba a celebrar en Arequipa, ya no tendrá lugar: ahora se llevará a cabo en un lugar más pacífico, Cádiz, que viene reclamando este Congreso desde hace algún tiempo.
Este evento, que iba a llevar a Arequipa a cerca de 300 investigadores de todo el mundo hispánico, y a los propios Reyes de España, ha sido suprimido, lo que deja un vacío que sin duda no volverá a llenarse, por lo menos en un futuro previsible. Qué lástima. Con el entusiasmo con que esperaban este congreso todas las universidades de Arequipa, donde muchos profesores se preparaban para presentar ensayos y tesis sobre “el mestizaje”, tema sobre el que debía discutirse en dicho evento internacional.
¿Cuál es la situación actual en el Perú? La vicepresidenta, reconocida como presidenta por los parlamentarios una vez destituido el presidente golpista de acuerdo con el procedimiento constitucional, ha prometido abandonar su cargo luego de la primera elección, que tendrá lugar dentro de un año y tres meses. Luego de la efervescencia que conmovió al país, este parece haberse tranquilizado y la situación da la impresión que es la de un sosiego calmo, aunque podría transformarse con cualquier pretexto.
Tal vez es ridículo celebrar lo ocurrido, ya que la imagen internacional del Perú se ha visto en estas semanas gravemente afectada. Todo esto era previsible desde que los peruanos, en una equivocación garrafal, eligieron a un presidente como Pedro Castillo, que, claramente, no tenía la preparación básica para ejercer ese mando. Por eso, yo llamé a mis compatriotas a votar por Keiko Fujimori, que parecía más preparada que el pobre cajamarquino que fue elegido, y que ha sido declarado, según un consenso casi general, el peor presidente de la historia del Perú, (incluyendo, por supuesto, a los golpistas). Hay cargos que no se puede encomendar a un maestro rural como él pues es claramente una temeridad. Este candidato era alguien que se presentaba por un partido marxista, que había estado cerca de un grupo de fachada de Sendero Luminoso, que desconocía las leyes y que no tenía idea de los problemas básicos del país de los que han resultado los embrollos subsiguientes.
¿Hay alguna posibilidad de que la calma actual se prolongue hasta las próximas elecciones? No es imposible, a condición de que los grupos y grupitos de la extrema izquierda se calmen, entierren a sus muertos con circunspección, y tengan la paz y la coexistencia como su principal reclamo. Es mucho pedir, sin duda, en la alborotada América Latina de estos días. Habría que reclamar una cosa parecida a los mandatarios de México, Bolivia, Argentina y Colombia, que, de manera irresponsable, han apoyado a Pedro Castillo y a la extrema izquierda peruana, en su delirante tesis del “secuestro” del expresidente, olvidando sin duda los problemas que tienen en su propia tierra y que parecen bastante graves. Tanto que, comparados con los del Perú, estos últimos parecen pecados apenas veniales. Pero no está excluido que el presidente de México, sobre todo, que se ha llevado a la familia del expresidente peruano y le ha concedido el asilo, y que parece tener una inquina especialmente con los asuntos peruanos, persista. De él se puede decir que, como no está en condiciones de resolver los problemas mexicanos, se empeña en resolver los asuntos peruanos. Pero no sabe cómo hacerlo, y con sus absurdas declaraciones solo enreda la cosa cada vez más. Esto, y los tres países que lo acompañan, harían bien en seguir el ejemplo del mandatario chileno Gabriel Boric, que, de manera admirable, se ha abstenido de meter la mano en el avispero peruano, manteniendo una neutralidad que lo honra, así como el Perú guardó una respetuosa neutralidad cuando las manifestaciones y escándalos afectaron lo que parecía una fórmula exitosa para la sociedad chilena. Por lo menos en este caso, cada país baila con su propio pañuelo y resuelve los problemas como puede y debe.
Quizás vale la pena terminar con una breve reflexión sobre América Latina en general. Las cosas no van bien en los países que puso en contacto con el resto del mundo Cristóbal Colón. En vez de elegir las fórmulas más sensatas —promover las inversiones, enfrentar mediante la relación con la comunidad internacional las grandes carencias nacionales—, América Latina parece empeñarse en seguir el ejemplo de Cuba y Venezuela, países que, basta averiguar lo que ocurre con sus poblaciones, y la deserción de sus habitantes para partir al extranjero —a Estados Unidos por supuesto, o, en todo caso, a cualquiera de los países de América Latina—, en busca de trabajo y de un futuro que no sea seguirse empobreciendo y arruinando, para darse cuenta de que ofrecen las peores perspectivas. Ya basta de imitar los malos ejemplos, que solo conducen a agravar la situación de los pobres, sobre todo, pero también de esas clases medias a las que parecería que queremos llevar a la ruina, hundiéndolas cada vez más en la miseria o la desocupación… Venezuela ha “expulsado” a seis millones de habitantes (un millón ha ido al Perú), a juzgar por la manera como los pobres venezolanos han invadido los países de América Latina, en busca de paz y de trabajo. No es de esta manera como un país progresa y se levanta. Hoy en día cualquier país puede elegir el progreso y la modernidad. Pero, para ello, debe renunciar a políticas absurdas y que ya han sido derrotadas por la historia del siglo XX. Mientras nos aferramos a un pasado anacrónico, podemos perder el tren. Y el resultado es un conjunto de países cada vez más pobres y atrasados, del que los ciudadanos solo quieren huir. ¿Eso es lo que queremos para América Latina?
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.