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tribuna
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Nélida Piñón queda entre nosotros

La escritora, fallecida a finales de 2022, dio un registro profundo a la compleja historia del Brasil, que supo llevar a los escenarios de la imaginación en su obra maestra ‘La república de los sueños’

Sergio Ramírez
Nélida Piñon, en una imagen de 2019.
Nélida Piñon, en una imagen de 2019.

Igual que nuestra literatura en español, la literatura portuguesa realiza un viaje de ida y de vuelta. El gran poeta de distintos rostros, Fernando Pessoa, lo expresó mejor que nadie con su frase ritual “mi patria es la lengua portuguesa”, igual que, décadas más tarde, Carlos Fuentes diría que nuestra patria común es La Mancha, es decir, el idioma castellano. Las dos lenguas bajo el tutelaje de sus santos patronos, Miguel de Cervantes y Luís de Camões, entre el Quijote y Los Lusiadas, uno en prosa y otro en verso.

Las dos literaturas han sostenido un pulso constante desde la época fundacional de la narrativa latinoamericana en la última parte del siglo XIX, aunque la novela brasileña nació con mejor ventaja, con la aparición en 1881 de las Memorias póstumas de Blas Cubas, que trajo de un golpe la modernidad y la postmodernidad.

Joaquim Machado de Assis creó el desconcierto, como Laurence Sterne un siglo antes en Inglaterra con Tristam Shandy, porque entre otras novedades Blas Cubas cuenta su historia de gracias y desgracias desde la tumba, igual que lo harán los muertos en Pedro Páramo, de Juan Rulfo.

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Al esplendor de la literatura brasileña agregó su escritura Nélida Piñón, a quien despedimos el año que se acaba de cerrar. Hija de inmigrantes gallegos, su voz dio un registro profundo a la compleja historia del Brasil, que ella supo llevar a los escenarios de la imaginación en su obra maestra La república de los sueños.

El Brasil de los inmigrantes. Los gallegos que en el siglo XIX atravesaron el mar en busca de “hacer la América”, no se marchaban hacia Nueva York, o Buenos Aires, las metrópolis socorridas de las incesantes corrientes migratorias de entonces, sino hacia Río de Janeiro, donde ese sueño se teñía de colores misteriosos.

La América que se abría, y a la vez se escondía, entre selvas impenetrables y ríos portentosos, y a la que arriba, a comienzos del siglo XX, Madruga, el personaje de La república de los sueños. Se escapa a los 13 años de su hogar campesino en Sobreira, una olvidada aldea de Galicia, para subirse en Vigo a un barco que lo llevará al Brasil. Así, inicia la aventura de un trasplante que nunca se dejará consumar. Y mientras despliega su ingenio e hinca su garra para hacerse rico, y cumplir su parte del sueño americano, Venancio, su compañero de viaje, que desprecia la riqueza, lo colocará siempre frente al espejo moral.

Lo que empieza como una huida terminar siendo un regreso constante. Del otro lado del Atlántico a Madruga lo estarán llamando todo el tiempo los antepasados en la voz del abuelo, que sigue en la distancia contándole las historias que componen la tradición gallega. Y sin esas historias no se puede ser, ni se puede vivir.

La novela se abre en el lecho de muerte de Eulalia, la esposa que Madruga había ido a buscar a su pueblo de Sobreira. Por esa puerta final entramos a conocer la dilatada saga familiar, contada en diferentes voces y en diferentes planos, con diferentes resonancias, y que terminará por ser narrada en la voz perentoria y desenfadada de la nieta Breta, heredera final de las historias y los secretos familiares. Ella es la depositaria de la saga, espejo de la propia Nélida, que asume el papel de traspasar al territorio de la imaginación las historias de sus ancestros gallegos.

Una familia a través de dos siglos, a ambos lados del mar. Del lado de Galicia, el mito con fuerza telúrica, que retiene la cabeza y el corazón de los que se van, condenados a volver siempre; del lado del Brasil, la historia viva, el mosaico político y social que va componiéndose pieza por pieza tanto en la vida pública, como en la vida de los personajes. Los abuelos sostendrán la imaginación en la bruma lejana de las tradiciones; los hijos, entretejidos en la urdimbre ambiciosa de los negocios, serán la realidad.

Un laberinto de descensos, con escaleras que siempre llevan hacia abajo, a sótanos y entrepisos cada vez más profundos. Una historia contada lleva a otra historia, y cada personaje está compuesto de varios planos, a los que accedemos gracias a las virtudes esplendorosas del lenguaje de Nélida, y de su ejemplar forma de contar, enhebrando con paciencia maestra los múltiples hilos del tejido familiar.

Y corre parejas con otra gran novela de emigrantes, Una casa para Mr. Bilwas, de V. S. Naipaul; descendiente de hindúes llegados a la isla de Trinidad, en el Caribe, compone otra épica del éxodo, y relata los arraigos y desarraigos de una tribu extranjera en tierras americanas, solo que en este caso las trasposiciones culturales son mucho más lejanas.

La república de los sueños pertenece a esa estirpe de las novelas que, al contar una saga familiar a través de décadas, cuenta a la vez la historia de un país, y también la historia de una aventura cultural, y espiritual, que es la del éxodo, sin lo que no es posible entender la historia de facetas múltiples y superpuesta de Brasil, ni entender las historias de sus inmigrantes.

Y la admirable voz de Nélida Piñón queda entre nosotros, a ambos lados del mar.

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