De dónde sale un asesino
Debemos saber de dónde diablos surge ese tipo, cómo fue educado, si tiene un entorno que lo apoya, si creció aprendiendo a despreciar a las mujeres. Para luchar contra la violencia hay que conocer su naturaleza
No está de más echar un vistazo a Las cartas de Elena Francis: una educación sentimental bajo el franquismo, que Rosario Fontova y Armand Balsebre rescataron del deterioro y del olvido: conviene saber de dónde venimos. La mayoría de las cartas no se emitieron pero hoy constituyen un documento excepcional para percibir hasta qué punto estaban desamparadas tantas mujeres, en su mayoría de clase trabajadora, que no veían la manera de escaparse de un embarazo indeseado, del maltrato, las humillaciones constantes ante los hijos, la marginalidad. Lo que comenzó como un consultorio de belleza se convirtió en un buzón donde llegaban cartas que rebosaban desesperación y, por supuesto, firmadas anónimamente. Pero Francis, que de mujer solo tenía la voz, puesto que se trataba en realidad de un equipo de asesores que incluía cura y psicólogo, seguía los postulados de la férrea moral católica impuesta por el franquismo, y solo llamaba a la obediencia. Desde 1947 hasta después de muerto el dictador se instó a las desesperadas, desde el que fuera uno de los programas más populares de la radio, a aguantar, a disimular las huellas de una paliza, a poner buena cara a las infidelidades, en definitiva, a disculpar la impulsiva personalidad de un varón que si levanta la mano es porque en su naturaleza de macho está el ser celoso, el derecho a perder la cabeza, a obedecer al impulso violento, a ser dueño de la voluntad de la mujer. Recuerdo haber visto a mis tías encorvarse junto a la radio para escuchar a la odiosa señora que ya cuando yo era niña sonaba anacrónica, aunque mantuviera su poder de convocatoria e influencia. Existía entonces la denominación de crimen pasional para disculpar socialmente al asesino.
Este mes de diciembre está siendo un remate trágico para las víctimas de violencia de género y para tantos niños que han quedado huérfanos. Traer a colación en estos momentos la ley del solo sí es sí es, por un lado, salirse por la tangente y, por otro, poner como siempre el acento en las medidas punitivas, cuando de lo que se trata es de no escatimar protección a las víctimas, de que se sientan de verdad arropadas por el Estado y por la sociedad, que son familia, vecinos, gente que escucha a través de las paredes y que puede frenar un crimen. Es penoso que en este asunto donde habría que defender con ahínco la acción conjunta haya siempre un reproche cruzado entre ministerios. Muy mal.
Hace tiempo que no dejo de pensar que el hecho de poner el acento en la biografía de quien ha visto su vida malograda para que no quede en el olvido nos ha hecho obviar el aspecto social, el germen de la violencia. Es como si se entendiera que al explicar el contexto de donde sale un maltratador, un asesino, estuviéramos de alguna forma exculpándole. Pero no es así. Debemos saber de dónde diablos surge ese tipo, cómo fue educado, si tiene un entorno que lo apoya, si creció aprendiendo a despreciar a las mujeres. Para luchar contra la violencia hay que conocer su naturaleza y contrarrestarla desde donde se la alimenta. Si de verdad pensáramos que el origen del impulso asesino no importa todo se arreglaría aumentando las penas o apelando a la cadena perpetua. Pero ¿es que no sabe ya el desgraciado que acuchilla a una mujer embarazada que va a acabar con sus huesos en la cárcel? Lo sabe, pero apoderado por el odio prefiere culminar su crimen.
Sabemos que hay hombres que no han asumido la soberanía de las mujeres y se rebelan, furiosos, ante esa pérdida de poder. En su versión más leve, esta independencia de las mujeres provoca incomodidad; en la versión violenta, se traduce en maltrato, a veces en muerte. Estudiar cómo se alimentan el resentimiento, el desprecio, la agresión, podría ayudarnos a atajar este drama insoportable. En ese aspecto social, educativo, han sido las mujeres las que han aportado siempre ideas más avanzadas. Sigamos su estela.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.