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Columna
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El fin del sexo libre

¿Por qué tantos jóvenes tienen a día de hoy una visión perversa y enfermiza que considera a cualquier mujer en una situación sexual una puta que bien merece ser sometida?

Una imgen de la discoteca Waka.
Una imgen de la discoteca Waka.Alejandro Garcia (EFE)
Najat El Hachmi

Cualquiera que presencie un delito lo que hace es pedir ayuda, llamar a la policía, pero en el caso de las agresiones sexuales a algunos les siguen pareciendo graciosas o morbosas. Por eso cuando en la discoteca Waka de Sabadell se vio a una menor practicando una felación en la pista de baile, a algún iluminado se le ocurrió que lo mejor que podía hacer era grabarlo y luego difundirlo. Y por la repercusión que han tenido las imágenes, no son pocos los que no han tenido reparos en compartir un material que podría ser clasificado como pornografía infantil.

Con este suceso, el enésimo de muchos, se evidencia un retroceso que tendremos que ir asumiendo: se acabó la libertad sexual para las mujeres, no puede existir mientras siga habiendo depredadores en los espacios compartidos de ocio, mientras bares y discotecas no tomen medidas decididas contra las agresiones, mientras no tengamos una profunda conciencia social sobre la vulneración de derechos que supone compartir imágenes de personas sin su consentimiento, más aún cuando se trata de menores. Tampoco habrá libertad para nosotras si las plataformas de difusión virtuales no se hacen responsables de los contenidos delictivos que contribuyen a difundir. Y es que la libertad sexual, hoy más que nunca, parece que se ganó para que fueran ellos los únicos beneficiados, para que, en vez de disfrutar de encuentros deseados, gozosos y alegres, los hombres pudieran acceder a las mujeres sin tener que rendir cuentas de sus actos. Nos persigue el pecado fundacional del destape, ese fenómeno con el que se vendía liberación mientras a nosotras nos tendían la trampa de la explotación: ellas espléndidas, jóvenes y guapas se desnudaban a la primera de cambio ante las cámaras mientras que ellos, en su mayoría viejos babosos, calvos y casposos, disfrutaban de barra libre de mujeres. De esos polvos estos lodos, solo que ahora con el efecto multiplicador de una cultura pornográfica violenta y unos medios digitales que aceleran y facilitan las actuaciones de agresores y violadores. ¿Por qué se nos sigue ridiculizando por nuestra sexualidad? ¿Por qué el hombre es el único animal que disfruta con la humillación de sus posibles compañeras sexuales, que en vez de encontrarse con ellas en igualdad de condiciones prefiere denigrarlas como sujeto deseante, aniquilar su condición de persona y convertirlas en objetos de usar y tirar? ¿Por qué tantos jóvenes tienen a día de hoy una visión perversa y enfermiza que considera a cualquier mujer en una situación sexual una puta que bien merece ser sometida?

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