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DEFENSOR DEL LECTOR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Con los lectores, siempre

Llegado el relevo, conviene recordar que todos los redactores son defensores de quienes nos leen

Carlos Yárnoz
Ilustración de El Roto con motivo del 40 aniversario
Ilustración de El Roto con motivo del 40 aniversarioEL ROTO

La razón última del trabajo de los periodistas consiste en salvaguardar los derechos de los lectores. Por tanto, cada integrante de la Redacción, desde la directora hasta el último becario, se comporta como un defensor del lector, aunque solo uno lleve ese título oficial que, a partir de ahora, pasa a las valiosas manos de Soledad Alcaide, avalada por la directora y por el Comité Profesional del periódico.

Conviene recordar en estos momentos esa defensoría compartida por todos porque en esta comunidad de EL PAÍS tenemos un objetivo común: disponer de la información más completa posible, interesante y no manipulada por ningún grupo de interés, pero a la vez empeñarnos cada día en mejorar nuestro trabajo.

Defensores del lector, y en primera línea —literal, en este caso—, son esa decena de colegas que estos meses se turnan en Ucrania para contarnos los desastres de la guerra. Recordar que asumen riesgos personales supone destacar solo una parte de la verdad, porque a menudo anteponen la necesidad vocacional de que la barbarie no quede oculta. Ellos representan a esa clase de periodistas de todos los medios que a diario buscan una historia que narrar para que algo cambie, para que sus denuncias muevan conciencias en la búsqueda de una sociedad mejor.

¿No es precisamente eso lo que han hecho los periodistas de este diario que han destapado cientos de casos de pederastia en la Iglesia católica española? Como defensores del lector, ellos han roto los muros de hipocresía y silencio que durante décadas han protegido a esos a quienes muchas familias habían confiado lo más sagrado que tenían: sus hijos.

Defensores del lector son quienes pasan semanas lejos de sus casas para detallarnos los dramas de la migración, los que nos han explicado de manera fiable y pedagógica las claves de la pandemia. Y los que invierten jornadas interminables en el Parlamento, las manifestaciones en Rusia y Perú o entre montañas de datos e informes para denunciar el deterioro de la sanidad pública o para darnos claves para sortear la crisis. Como lo son esos críticos y prescriptores de literatura, música, cine o arquitectura que aportan pistas para una mejor ubicación de cada lector en el mundo actual.

No menos aliados de los lectores aquellos que, 46 años después del nacimiento de EL PAÍS, respetan un principio asentado por sus fundadores y recogido en el Estatuto de la Redacción y en el primer artículo de ese contrato con los lectores que es el Libro de Estilo: “EL PAÍS acoge todas las tendencias, excepto las que propugnan la violencia para el cumplimiento de sus fines”.

No por casualidad, incluso en tiempos tan crispados en una sociedad más y más polarizada, este periódico sigue incluyendo todas las semanas artículos de opinión discrepantes y opuestos a su línea editorial reflejada en los editoriales. No hay otro caso entre los diarios de referencia en España, pero el periódico mantiene ese sello de identidad, molesto a veces para algunos, porque defiende con hechos la libertad de expresión y porque así sirve mejor a sus lectores, que de esa manera disponen siempre de más elementos de juicio para formarse su propio criterio.

Defensores del lector son quienes, con su labor más callada y anónima, editan vídeos, audios y textos o corrigen y eliminan cientos de fallos y erratas, siempre con la frustración de no poder hacerlo mejor por falta de manos y de horas.

Y defensores a los que hay que darles mucho más que las gracias son esos lectores que escriben al periódico para criticar o señalar errores porque, con esos actos altruistas, se saben cómplices de la Redacción en ese objetivo de mejorar el diario.

Imposible olvidar en este capítulo a Fausto Rojo, el lector a quien las faltas y erratas le saltaban a la vista como “luces de neón”, tal como él las describió en varios de sus escritos al Defensor del Lector. Las denominaba “patadas al idioma” y llegó a enviar, numeradas, 558. Murió hace dos años y lo seguimos echando de menos.

Entre las muchas icónicas viñetas de Andrés Rábago, El Roto, hay una que ocupa toda una fachada lateral del edificio sede del periódico. En ella figura la cabeza de un héroe de cómic con un antifaz del que sobresale un lápiz a cada lado. “Con los lectores, siempre”, escribió en la viñeta “el mejor editorialista de EL PAÍS”, como lo califican algunos lectores y también miembros de la sección de Opinión.

Imposible mejorar semejante lema para un periódico que en ese contrato con su comunidad destaca este lapidario principio: “El interés del lector prevalece sobre cualquier otro”. Pues eso.

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Puede enviar sus cuestiones a defensor@elpais.es

O preguntar en el blog El Defensor del Lector contesta


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Sobre la firma

Carlos Yárnoz
Llegó a EL PAÍS en 1983 y ha sido jefe de Política, subdirector, corresponsal en Bruselas y París y Defensor del lector entre 2019 y 2023. El periodismo y Europa son sus prioridades. Como es periodista, siempre ha defendido a los lectores.

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