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Columna
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España podrías ser tú

El periodismo ilustrado de Gabilondo le encamina hacia el mismo lugar de siempre: la normalización de un debate público plural

Fotograma de '¿Qué (diablos) es España'. En vídeo: Tráiler del espacio.
Jordi Amat

“Se ha llegado a un momento en el que prácticamente no hay manera de encontrar un territorio común”. Así describía Iñaki Gabilondo la situación política en España para explicar por qué tiraba la toalla y dejaba su mítico comentario diario en la SER. De acuerdo que ya se acercaba a sus 80 (es evidente que el tipo ha pactado con el diablo), pero la fatiga era de otro tipo. Era el cansancio acumulado al asumir con resignación el desajuste entre la realidad que cada día le tocaba describir y el motor de su vocación periodística. Digamos que la práctica de su profesión, tal y como él la había ejercido desde mediados de la década de los sesenta, le parecía que ya no resultaba útil. Y no quería repetir una mañana tras otra la carraca del consenso. No porque no lo creyese necesario, sino porque Gabilondo es suficientemente honesto para saber que su generación ha acabado por gastar el sentido de esa palabra. En antena reclamaba el consenso no en el espejo deformante de 1978. En la espiral de la polarización, lo hacía argumentando que la democracia, ayer y hoy, se refuerza cuando se progresa de los disensos a los consensos. Pero constataba que ese camino hoy ya no podía recorrerse. “He ido desfalleciendo al ver la inutilidad de encontrar puntos comunes”.

El miércoles se estrenó ¿Qué (diablos) es España? La última pregunta de Iñaki Gabilondo. Lo pueden ver en Movistar Plus+. Se lo recomiendo. No tanto por lo que unos respondimos a lo que Gabilondo nos preguntó. Pueden imaginarlo. Somos un coro bienintencionado, más bien alérgicos al esencialismo, modestamente regeneracionistas, más constructivos que entusiastas. Pero lo que de veras vale la pena es la actitud del periodista. Sus silencios, su rostro atento, sus contadas reacciones mientras escucha.

A mí, cuando esa mañana se plantó en el barrio de Sants de Barcelona, más bien esa actitud me desconcertó, una sensación parecida a lo que este domingo reseñaba Sergio del Molino en su crítica del documental. Iba andando de casa hacia el hotel donde me habían citado y no podía dejar de preguntarme por qué diablos él había tomado un AVE a primerísima hora de la mañana y se llevaba a un equipo completo para hacerme preguntas para las que yo no tenía respuesta. Así serían las dos horas siguientes. Se sentó en su silla roja de tijera, no llevaba ni un papel en la mano, empezó la conversación. Pasaban los minutos. De diálogo nada. Una entrevista a pelo sobre nuestro país. La sensación creciente de ser un impostor. La necesidad de levantarme de mi silla roja. Las ganas de versionar a Burning. ¿Qué diablos hace alguien como yo ante un tipo como este?

La respuesta a mi pregunta la descubrí al ver el documental y al recordar lo que Gabilondo explicó cuando hace casi dos años dejó su comentario político diario. Su silencio era resignado, pero él no ha querido resignarse. Contra la tentación de la resignación, la ética de la responsabilidad. El motor de su periodismo ilustrado sigue funcionado y le encamina hacia el mismo lugar de siempre: la normalización de un debate público plural, ni cainita ni demagógico, como condición necesaria para el fortalecimiento democrático a través de la consolidación de una opinión crítica y, por tanto, no maniquea ni atrapada por mitos caducos y tópicos falaces. Pienso que ojalá España se pareciese a ese tipo elegante y pausado que se sienta en una silla y escucha. Esa sería mi respuesta a su pregunta. Describir su rostro de madurez solapado a una mirada infantil que me acompaña desde hace unas semanas. La niña de la portada de 14 de abril, la novela documental que acaba de publicar Paco Cerdà y donde se reconstruye con todo detalle un día de esperanza democrática. La clave del libro es esa mirada anónima, alegre y radiante, y su virtud es la humanidad con la que muestra la complejidad de todo el país. La misma que Gabilondo ha querido legar al formular su última pregunta.


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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.

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