El General Invierno despliega sus tropas
Putin no puede ganar militarmente la guerra ni perderla políticamente. Por ello tiene la negociación en la cabeza
Putin sabe que no puede ganar. En ningún caso con el ejército brutal y miserable que ha decepcionado incluso a sus enemigos. Rusia tampoco puede perder. Su identidad geopolítica lo excluye del todo. Con la capacidad destructiva inacabable de sus misiles y su amenazadora fuerza nuclear, a las órdenes de un poder centralizado y autocrático que controla un territorio de unas dimensiones colosales, el del mayor país soberano del mundo, queda excluida cualquier salida que conduzca a la capitulación y a la imposición de un régimen desarmado y sometido al orden internacional de los vencedores como sucedió en 1945 con Alemania y Japón.
Quien puede perder la guerra y probablemente la perderá es Putin. Para que Rusia gane, o al menos salve los muebles, alguien deberá pagar, y nada más natural que sea el responsable del estropicio. Como argumento preventivo, algunos advierten la posibilidad siniestra de que quien le sustituya sea todavía peor, tan cruel y criminal o quizás más. No es una circunstancia que excluya una negociación entre los más duros de cada bando, como ya ha sucedido otras veces en la historia. Al contrario, puede facilitarla. Para De Gaulle, que algo sabía de guerras y paces, se trata de la paix des braves (la paz de los valientes).
No pudiendo vencer militarmente, ni perderla políticamente, está claro que Putin tiene la negociación en la cabeza. Lo que está por dilucidar es el momento exacto que más le conviene. Por ahora nada se atisba para antes de la próxima primavera, después de que el General Invierno haya machacado a los aliados de Kiev y dejado a la población ucrania sin agua, sin calefacción y a oscuras. Mientras que en el primer caso será gracias a la guerra económica de las restricciones en el suministro de energía y cereales, de la inflación y del descontento popular sembrado por tan penosas perspectivas e incomodidades, en el segundo será por la acción de la artillería, los misiles y los drones rusos, ocupados en destruir los servicios esenciales de tantas ciudades y pueblos ucranios como sea posible.
El frente en sentido estricto, donde las tropas rusas siguen retrocediendo, quedará embarrado y congelado por el frío. La guerra seguirá bien viva, en cambio, en el asedio económico y los ataques artilleros, para lo que solo se precisa el control de los grifos y la munición. El desenlace de la campaña invernal dependerá de la capacidad de resistencia, la de los ucranios, los que más van a sufrir, y la de sus aliados, los europeos, nosotros.
La intimidación nuclear, que tan buenos servicios le ha prestado a Putin, quedará de momento aparcada. Regresará con el buen tiempo, si la resistencia vence al General Invierno y, al entrar en el segundo año de guerra, las tropas rusas siguen retrocediendo y encajando derrotas una tras otra como nos tienen ya acostumbrados. Bajo la amenaza nuclear, cundirán también las ansias de negociación y de paz. Putin tendrá que aprovecharlas.
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