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Reservas llenas y temperaturas altas: por qué el precio del gas cae, pero Europa aún no puede cantar victoria

Aunque la UE gana tiempo de cara al próximo invierno, la crisis energética sigue sin resolverse

gas natural
Un buque metanero, fotografiado a principios de septiembre en Países Bajos junto a un aerogenerador.SIESE VEENSTRA (AFP)
Ignacio Fariza

Pocos habrían dudado ni un segundo en firmar el trato: que Europa llegara a principios de noviembre, cuando salen de su letargo en las latitudes más septentrionales, con el gas cotizando en el entorno de 100 euros por megavatio hora (MWh), tras una fuerte bajada en septiembre y, sobre todo, octubre. Los mercados energéticos, inmersos en una gigantesca crisis que dura ya más de un año, esconden estas paradojas: cuando más cerca está la temporada invernal, en la que el consumo se multiplica exponencialmente, más bajan los precios. Atrás quedan ya los máximos históricos de 350 euros de mediados de agosto; una estupenda noticia que, sin embargo, no es completa: quien lance las campanas al vuelo, puede estar equivocándose.

Pensar que, en adelante, las cosas solo pueden ir a mejor es tan tentador como peligroso: si algo ha demostrado la actual crisis, iniciada antes de que Vladímir Putin invadiese Ucrania, es una enorme habilidad para mutar. El mensaje de quienes saben de energía y siguen el día a día de los mercados es cristalino: el repentino cambio de tono en el mercado gasista es una inesperada buena nueva en varios frentes —alivia la factura de la luz, presiona a la baja la inflación e invita a pensar en un invierno menos duro de lo inicialmente proyectado—, pero cantar victoria sería prematuro.

“Si se mantienen unas temperaturas más templadas de lo previsto y la demanda asiática continúa siendo baja —un elemento clave en la ecuación: es el continente que más gas natural licuado (GNL) compra—, los precios seguirán moviéndose en este rango”, proyectan los técnicos del grupo ASE en su informe energético de octubre. Su análisis del momento que atraviesa el mercado puede resumirse en seis palabras: “Reservas en máximos; demanda en mínimos”.

Esa conjunción de factores, sin embargo, tendrá fecha de caducidad: aunque tarde y a rastras, el frío acabará por llegar. Y con él, el consumo alto de gas y la necesidad de tirar de depósitos para cubrir la demanda. “Hasta ahora, el tiempo ha sido caritativo en Europa, pero los precios subirán cuando las temperaturas bajen”, sintetiza, sin atisbo de duda, Katja Yafimava, del Instituto Oxford de Estudios Energéticos, una de las voces analíticas más respetadas en el mundo gasista. La calma chicha, en fin, no será eterna.

La UE gana tiempo para construir sus regasificadoras

La reciente mejora del panorama tiene mucho que ver con la meteorología y el llenado exprés de los depósitos. Pero también ha ayudado, y de qué manera, el severo recorte del consumo en la UE: en agosto la demanda se hundió un 14% y en septiembre un 15%, a rebufo de una industria que ha sufrido sonados cierres de fábricas, ha exprimido al máximo la eficiencia y ha cambiado el gas por diésel siempre que ha sido posible. Incluso ahora, que la soga de los precios aprieta menos, mantener esa inclinación por el ahorro es esencial para dar tiempo a que los países más vulnerables (en el centro y el norte del continente) puedan construir las infraestructuras de regasificación, la llave para poder traer gas de cualquier rincón del planeta.

El precio es solo una de las dos caras de la moneda de la crisis. La otra es la seguridad de suministro, convertida en elemento central de preocupación en lugares como Alemania, que cometió la imprudencia de quedar completamente al albur de Putin, al llegar a la crisis sin una sola de esas plantas, a las que la actual tesitura ha convertido en auténticos comodines. En el plano del abastecimiento, no obstante, los progresos de los últimos tiempos también son apreciables: tras una primavera y un verano de temores sobre lo que podría ocurrir en los próximos meses, el llenado de depósitos en tiempo récord, el menor consumo en otoño y el suministro de GNL abundante, como ahora, es tiempo que se gana para la construcción de esas infraestructuras, llamadas a desempeñar un papel central en el mapa energético europeo.

La preocupación pasa de este invierno al próximo

“Este invierno luce mejor que hace solo unos meses”, constata Yafimava. “Pero cómo sea el de 2023-2024 dependerá de hasta que punto Europa pueda haber llenado sus depósitos durante el verano”. El año que viene, la brecha entre la oferta y la demanda de gas en la UE será “aún mayor que este”, recuerda Samantha Dart, jefa de análisis de gas natural de Goldman Sachs. En ese contexto, tanto las autoridades (europeas y nacionales) como los consumidores harían mal en confiarse y caer en la relajación. “Europa puede superarlo, pero es muy probable que el verano próximo haga falta destruir demanda industrial”, desliza Dart por correo electrónico.

“La crisis energética no está resuelta”, recuerdan desde el grupo ASE. “El mercado del gas es muy inelástico, y los desajustes entre oferta y demanda no se resuelven en un periodo corto de tiempo: la volatilidad está asegurada y, además, en 2023 aumentarán las tensiones porque durante la primera parte del año no se prevé recibir el suministro de gas ruso por tubería que sí ha llegado en el primer semestre de 2022″. El atasco, coyuntural, de buques metaneros alrededor de la península Ibérica, a la espera de que los depósitos admitan más gas, no debería nublar la vista: la crisis energética sigue y el camino, lejos de ser recto, deparará nuevas curvas.

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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.

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