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tribuna
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Más democracia, más inclusión y más respeto en Brasil

Los votantes se han decantado por la candidatura de Lula y Alckmin, que representa la reanudación del proyecto democrático de la Constitución de 1988

Lula abraza a su mujer durante la celebración de su triunfo.
Lula abraza a su mujer durante la celebración de su triunfo.Andre Penner (AP)

La elección de Luiz Inácio Lula da Silva a la presidencia de la República este domingo tiene varios aspectos inéditos. Lula es la primera persona en ser elegida tres veces para el cargo y Bolsonaro se convirtió en el primer presidente en perder la carrera por su reelección. Además, la diferencia de poco más de dos millones de votos fue la más pequeña desde la Constitución de 1988. Para entender estos resultados, es necesario tener en cuenta la trayectoria de los dos opositores.

Hace menos de tres años, Lula salió de la cárcel, donde había pasado 580 días, para recurrir en libertad ante el Tribunal Supremo las condenas que se le habían impuesto en el marco de la operación Lava-Jato. Sólo en abril de 2021, cuando el STF anuló esas condenas, Lula recuperó sus derechos políticos y pudo lanzarse a la presidencia. El hecho de que Lula saliera tan rápidamente del ostracismo a una nueva campaña victoriosa por la presidencia sólo puede entenderse si tenemos en cuenta los éxitos de sus dos primeros mandatos (2003-2010), en los que Brasil disfrutó de un notable crecimiento económico, que lo llevó a la posición de séptima economía del mundo, y promovió políticas de distribución de la renta que redujeron significativamente la pobreza extrema del país. Al final de su Gobierno, Lula tenía un 87% de aprobación.

El recuerdo de este periodo sigue siendo muy fuerte entre las capas pobres de la población, que se vieron muy favorecidas por las políticas sociales del Gobierno. Este electorado “lulista”, compuesto sobre todo por trabajadores poco cualificados, se mostró especialmente resistente en la región del nordeste, la segunda más poblada del país y de la que es originario Lula.

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Este electorado garantizó a Lula una base política a partir de la cual construyó alianzas en el centro para reducir la resistencia al regreso del Partido de los Trabajadores (PT) al poder. El movimiento que mejor simboliza estas alianzas fue la elección de Geraldo Alckmin como candidato a la vicepresidencia. Además de haber sido candidato a la presidencia de la República contra el propio Lula en 2006, el exgobernador de São Paulo fue uno de los líderes del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), de centroderecha, que fue la principal fuerza de oposición a los gobiernos del PT. Sin espacio en su partido desde que tuvo menos del 5% de los votos en las elecciones presidenciales de 2018, Alckmin se unió al Partido Socialista Brasileño (PSB) para hacer viable su lista con Lula y aportó parte de la élite paulista a la campaña. En la segunda vuelta, Lula ha sumado nuevos apoyos, especialmente el de la senadora Simone Tebet, del Movimiento Democrático Brasileño (MDB), de centro, que quedó tercera en la primera vuelta, con el 4% de los votos.

Este frente amplio por la democracia era esencial para competir con el presidente Jair Bolsonaro. Elegido tras la crisis de un sistema de partidos seriamente sacudido por los casos de corrupción, Bolsonaro, desde sus primeros actos, no dejó dudas sobre el proyecto autoritario que intentaría implantar. Siguiendo ejemplos como el de Donald Trump y Viktor Orbán, Bolsonaro ha atacado constantemente a las instituciones democráticas, incluyendo el Tribunal Supremo y el sistema electoral. Instituciones internacionales como Freedom House y el Instituto V-Dem han reconocido los graves retrocesos que se han producido en Brasil durante su Gobierno, especialmente en materia de libertad de prensa, derechos de las minorías, difusión de información falsa y disminución de los mecanismos de control sobre el poder ejecutivo.

A pesar de su autoritarismo y de su desastroso manejo de la covid, Bolsonaro ha llegado a las elecciones como un candidato competitivo. Durante su mandato, Bolsonaro supo utilizar las redes sociales para consolidar su liderazgo sobre el electorado conservador de Brasil, especialmente en las regiones vinculadas al agronegocio, que se beneficiaron del desmantelamiento de la política ambiental, y entre los votantes evangélicos, movilizados en torno a agendas morales como la defensa de la familia tradicional. Una gestión ortodoxa de la economía y el recorte de los derechos de los trabajadores también le han asegurado el apoyo continuado de la mayor parte del empresariado.

Pero la fuerza de Bolsonaro también fue resultado de la adopción de políticas que trajeron mejoras en la situación económica. En julio, una de las principales políticas de transferencia de ingresos del país, la antigua Bolsa-Família, ahora llamada Auxílio Brasil, se incrementó en un 50% y alcanzó los 600 reales, una cantidad ligeramente superior a los 100 euros, beneficiando a la población más pobre. La reducción de la inflación y el desempleo en los meses anteriores a las elecciones también contribuyeron a mejorar la valoración del Gobierno. Además, cabe destacar que el uso de recursos públicos en favor de la reelección del presidente alcanzó niveles sin precedentes, violando incluso las normas de responsabilidad fiscal.

Además de enfrentarse a la sólida coalición de Lula, las amenazas de Bolsonaro a la democracia también tuvieron su reacción por parte del Tribunal Superior Electoral (TSE). La justicia electoral creó mecanismos para combatir la desinformación y obligó a retirar numerosos contenidos de internet; logró preservar su autonomía frente a las presiones de las Fuerzas Armadas, guiadas por Bolsonaro; y reforzó los mecanismos de seguridad del sistema de voto electrónico adoptado en Brasil. A última hora de la noche del domingo, Bolsonaro aún no había reconocido su derrota, pero parece poco probable que pueda movilizar a sus partidarios para cuestionar el resultado.

Aunque por un estrecho margen, la mayoría del pueblo brasileño eligió la candidatura que representa la reanudación del proyecto democrático de la Constitución de 1988. Tanto Lula como Alckmin fueron diputados constituyentes y su candidatura consiguió unir a la sociedad en defensa de la democracia. A ellos les corresponde renegociar las reglas del sistema político y tratar de saldar la enorme división social que aún existe en Brasil. En su discurso de victoria, Lula dijo que el pueblo brasileño ha demostrado que quiere más democracia, más inclusión y más respeto. Estos son exactamente sus retos.

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