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Columna
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Despertar a la bestia

Un coronavirus de diseño, contagioso y letal, enciende el debate de los límites de la ciencia

Análisis de muestras de coronavirus en un laboratorio de París, este 7 de diciembre.
Análisis de muestras de coronavirus en un laboratorio.THOMAS SAMSON (AFP via Getty Images)
Javier Sampedro

El viernes pasado, unos investigadores de la Universidad de Boston colgaron un preprint (manuscrito aún no revisado por pares) que ha encendido el pelo a las de por sí inflamables cabelleras de las redes sociales. Hohsan Saeed y sus colegas de Boston comunicaban allí que habían combinado la variante ómicron del coronavirus, que es muy infecciosa, pero causa una enfermedad leve, con una cepa de principios de la pandemia, menos contagiosa pero más letal. En sus modelos animales, la ómicron natural no mata a un solo ratón. La quimera diseñada en el laboratorio mata al 80%. Imagínense la que les ha caído a los científicos. Lo más suave que les han llamado en Twitter es perturbados. ¿Lo están?

Lo que pretende el experimento es responder a una cuestión central sobre la biología del virus. ¿Por qué ómicron se contagia mejor que las cepas anteriores de SARS-CoV-2 y que cualquier otra cosa que hayamos conocido antes? La respuesta tiene que estar en las mutaciones (como gatacca por gatacta, en el lenguaje del ADN) que ómicron ha experimentado a partir de las versiones originales del virus. Y el problema es que ómicron tiene un montón de mutaciones. La mayoría serán irrelevantes, pero ¿cómo encontrar la minoría que sí es esencial?

La única manera convincente es construir un monstruo como el de Boston. El virus sintético lleva las espículas de ómicron en el contexto de la variante antigua, y solo con eso escapa a los anticuerpos tan eficazmente como lo hace ómicron. Luego la alta capacidad de contagio de ómicron se debe a las mutaciones de su espícula, sin que el resto del virus importe gran cosa, salvo para matar gente. A partir de ahí, los científicos pueden seguir afinando hasta encontrar la causa molecular precisa de las olas pandémicas, y el proceso biológico concreto que está implicado, y el tipo exacto de medicina que puede corregirlo.

Los autores del trabajo son 23 científicos de los Laboratorios Nacionales de Enfermedades Infecciosas Emergentes, en Boston, y han recibido financiación de los Institutos Nacionales de la Salud (NIH) de Estados Unidos, la mayor maquinaria de investigación biomédica del mundo. No, no parece que estén perturbados. Pero hay científicos que les apoyan y otros que creen que se han pasado de frenada. ¿Usted qué piensa?

El coronavirus de Boston me ha recordado un caso de hace 10 años, cuando un laboratorio de Rotterdam y otro de Wisconsin descubrieron las cinco mutaciones exactas que podían convertir un virus de la gripe aviar (H5N1) en un agente pandémico letal para el ser humano. Cuando los científicos enviaron sus trabajos a Nature y Science, se encontraron con que el panel que asesoraba a la Casa Blanca sobre bioseguridad (NSABB) recomendó censurar los dos manuscritos. Esos artículos revelaban la receta para despertar a la bestia. Al final todo se publicó sin mutilaciones gracias a la intervención de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y los líderes científicos del campo, incluido el ahora famoso Anthony Fauci, que ya llevaba muchos años representando la fuerza de la racionalidad en la biología norteamericana. Lo que puede hacerse acaba haciéndose, dice el adagio, y yo creo que es mejor que lo hagan los científicos civiles.

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