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Columna
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¿Por qué no me quieren?

La razón del desamor al Gobierno es más mundana y está en la naturaleza de la democracia: los ciudadanos no votamos por la política económica, sino por la situación económica

Pedro Sánchez durante un pleno en el Congreso.
Pedro Sánchez durante un pleno en el Congreso.Álvaro García
Víctor Lapuente

Es lo que, cada mañana frente al espejo, se pregunta Pedro Sánchez. La gran incógnita que sobrevuela el ala oeste de la Moncloa. Los asesores y spin doctors no dan con la respuesta al misterio demoscópico: ¿cómo es posible que los españoles valoren positivamente la práctica totalidad de nuestras medidas (las dulces, como el ingreso mínimo vital, pero también las amargas, como las subidas de algunos impuestos) y luego no quieran votarnos? ¿Por qué, usando la famosa expresión de la socióloga Belén Barreiro, haciéndolo bien, caemos mal?

No es un problema de comunicación, que suele ser la excusa para todo fracaso: es que no lo explicamos adecuadamente. La gente sabe lo que han hecho. Y es difícil encontrar un Gobierno con una artillería pesada de mensajes más atronadora: de las redes sociales a las series documentales, pasando por declaraciones a diario de la mayoría de ministros, repitiendo al unísono la expresión del día: clase media trabajadora, justicia social...

No es una conspiración. Desde el Ejecutivo se ha dejado caer en varias ocasiones la teoría de que existe un oscuro frente mediático-económico dispuesto a todo para derrocarlo, pero no recuerdo Gobierno cuyas políticas anticrisis hayan recibido tantas muestras de apoyo de unos líderes de opinión tan diversos, de la extrema izquierda a Von der Leyen. Las medidas de González, Zapatero o Rajoy eran vapuleadas por los medios de forma estruendosa.

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No es un fallo de negociación. El electorado ―incluso el socialista que, en lo más profundo de Castilla, no quiere que el presidente del Gobierno vaya ahí a hacer campaña― entiende que no hay alternativa real a pactar con nacionalistas e independentistas.

La razón del desamor es más mundana y está en la naturaleza de la democracia: los ciudadanos no votamos por la política económica, sino por la situación económica. En primer lugar, la nuestra. Si las cosas nos van mejor con el Gobierno actual que con el anterior, es probable que se lo agradezcamos en las urnas. En segundo lugar, también valoramos el contexto nacional. Cuando la economía crece, recompensamos al partido en el poder.

Las mejores políticas del mundo sólo darán votos si la economía, que depende tanto o más de Putin y Bruselas que del propio Gobierno, mejora. En política, como en la vida, puedes intentar que te quieran, pero no lo puedes controlar.

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