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Estar sin estar
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Rubeus Hagrid…

Ha muerto el actor Robbie Coltrane, quien interpretó a Hagrid, quizá el personaje más entrañable en las novelas de J.K. Rowling. Mitad gigante y mitad humano, yo quiero ser así de grande.

Ilustración del columnista Jorge F. Hernández para su columna el 15 de octubre de 2022 titulada "Hagrid"
Jorge F. Hernández

Escribo parado sobre dos directorios telefónicos bajo cada pie. No es novedad que me dejo crecer la melena a partir de la llegada del otoño y me suelto la barba sin afeitar hasta cada marzo para que llegue a luenga (y así, soltar menos la lengua). En mi afán por reinsertar la levita decimonónica en los patrones de la moda popular, es sabido que procuro prendas largas y a menudo llevo abrigos oscuros hasta la rodilla que más o menos cubran la barriga. Soy Hagrid o al menos, le sigo la sombra, sobre todo cuando se arremolinan niños junto a mis tobillos y por lo menos un perro orejón salta para intentar morder cariñosamente las pantorrillas.

Rubeus Hagrid, mitad gigante y mitad humano es quizá el personaje más entrañable en las novelas de J.K. Rowling. Hermano mayor de todos los Harrys, un tío más que cariñoso con Ron y Hermione, pero en realidad guía-guardián y cicerone de todos los elegidos para formarse como debe de ser en el maravilloso castillo de Hogwarts. Hagrid el gondolero que ilumina la madrugada sobre las aguas quietas que conducen al malecón de la magia, el Golem guardaespaldas de aspirantes a todas las cosas de encantamiento, domador de búhos, conductor del tren que sale del andén invisible para los demás mortales en pleno corazón de una estación de neblinas en Londres repleto de novicias a graduarse como brujas y novatos que dominarán el arte de la varita mágica..

Rubeus –según Rowling—como nombre en homenaje al color rojo en latín y todo lo que implica, sea la sangre buena o la ideología de libertades variadas y Hagrid, palabra escocesa que a alude a la condición que hemos padecido las víctimas de la cruda, resaca o bien insomnio en sobriedad… como casi todos los días de mi biografía peluda. Anduve muchas veces Hagrid cuando me tropezaba en bosques de birras o pantanos de pócimas escocesas (malta mezclada o single malt) y desde hace poco más de dos décadas: Hagrid en sobriedad, pero siempre trasnochado, leyendo hasta el amanecer en cabañitas variables siempre en medio de bosques y enredaderas, desde el sagrado bosque de mi infancia hasta el flotante de la memoria que se va repoblando con historias fantásticas y tantos libros. Sobre todo, el bosque de la infancia, la secreta alquimia de saber perder la sombra y volver a cocerla a la punta de los botines (como Peter Pan), bosque maravilla donde Hagrid el entrañable aparecía en párrafos como guardián de la fauna heterodoxa y la flora psicodélica en ls confines de Hogwarts, luego promovido por las propias novelas al grado de Profesor del Cuidado de Criaturas Mágicas e incluso revelado (como guinda para toda la saga) como Miembro de la Orden del Fénix… porque se nos olvida que Harry Potter habita para siempre donde empezó todo: en novelas de tinta en párrafos antes de volverse películas (algunas de ellas, buenísimas). Es novela la tierra donde J.K. Rowling se liberó de una existencia gris y dolorosa al lado de un marido infame, mientras urdió el plan de evasión de llevarse a su bebé en carriola a las mesas de cafés y a los andenes de madera de una hermosa librería en Oporto, Portugal… para luego caer en manos de un editor lúcido y honesto que –luego de asegurar que la autora signaba el divorcio del patán ahora perdido en el olvido—le abrió las puertas de la literatura universal con millones de ejemplares que se siguen vendiendo y que le valieron incluso inaugurar unos Juegos Olímpicos en Londres.

Precisamente, desde ese principio en cuadernos con perfiles posibles de personajes dice la Rowling que anotó el perfil de Hagrid, el gigante bonachón, propenso a la sincera lágrima por ternuras variadas y a soltarse la lengua, revelando secretos, pócimas, encantamientos y chismecillos al atónito niño Harry Potter, el de la cicatriz como rayo en la frente… toda esta maravilla en libros que pasaron de manos de mis hijos y que vi hipnotizar mi sobrina Paula disfrazada de Hogwarts en una noche de Georgetown que parecía noche de brujas y espantos adorables por obra y gracia de unos libros que abaten hasta la fecha el sabor amargo que deja en la saliva cada vez que algún aguafiestas esgrime cuando afirma que la lectura ha muerto.

Quien ha muerto es el actor Robbie Coltrane. Hagrid de corazón, como el que escribe aquí su gratitud por la interpretación en el espejo, por andar entre los demonios del mundo sobre zapatones que parezcan zancos (pisando sobre directorios telefónicos) esfumando por debajo de las suelas a los enanos siniestros, los duendes del plagio, simulacro, hipocresía y mentira de tantas maldades, armado como un Quijote de melena obesa y barba de Sancho, desvelado y desmañado paseando a un sabueso de tres cabezas que podría llamarse al mismo tiempo “Chesterton-Orwell-Fluffy” y formar íntima tertulia con un mago que poco a poco se vuelve hombre (como mis hijos) mientras el actor Coltrane logra volver eterno al personje Hagrid, el gigantón que siempre rescata de la muerte a Harry Potter llevándolo en brazos como ramas de un árbol inmenso, como el actor de robustos cachetes rosáceos que hoy cierra los ojos para que crezca luenga su barba ya con canas y se confunda con una abultada cabellera como follaje de ficción y literatura pura, porque yo hubiera querido que J.K. Rowling me bautizara como JFHagrid, niño para siempre intentando ser gigante, pluma en ristre y muchas páginas por delante. Solitario habitante de buhardilla en la niebla o cabaña en la neblina más espesa del bosque, al filo de un fogón donde se calienta un potaje de magias y bajo una vela donde se leen los pesados pasos de un hombre hecho árbol para dar sombra y apapachos, abrazos a los niños que nunca dejan de soñar y soñarse mosqueteros, magos o músicos… porque de grande yo quiero ser así.

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