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Elecciones Brasil
Columna
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El nuevo rostro de Brasil

La dinámica general de la política ha cambiado, más allá de los resultados de la disputa presidencial

Carlos Pagni
Elecciones de Brasil Lula da Silva
Una mujer durante la concentración de los partidarios de Lula, este domingo en Río de Janeiro.Silvia Izquierdo (AP)

Las elecciones de este domingo en Brasil sorprendieron con un resultado novedoso. La alteración va más allá de la sorpresa que produjo Jair Bolsonaro en relación con lo que vaticinaban las encuestas. La dinámica general de la política ha cambiado, más allá de los resultados de la disputa presidencial.

Lula da Silva ganó la elección. Pero fue Bolsonaro el que dio lugar para el asombro. Rompió, lo que se creía imposible, el techo del 40%, jamás superado por él en los sondeos de opinión. Esas investigaciones acertaron allí donde nada cambió: el Nordeste sigue siendo leal al Partido de los Trabajadores y a su líder, Lula. Pero en el Sudeste y en el Sur, donde se expanden las capas medias, el error fue llamativo. Los métodos de indagación son precarios, como se está demostrando en muchísimos países. Pero, además, hubo un voto vergonzante, que muchos observadores imputaban a Lula. Y fue de Bolsonaro. Aires de familia con lo que sucedió en los Estados Unidos en 2016, con el ascenso de Donald Trump.

Tal vez no haya que mirar solo las encuestas para indagar hacia dónde se dirige el electorado. Las redes sociales son un indicador llamativo. En Facebook, Bolsonaro tiene 14 millones de seguidores. Lula, 5.100.000. En Twitter, a Bolsonaro le siguen 9.012.954 de personas. A Lula, 4.481.465. En Instagram la diferencia es impactante: Bolsonaro suma 21.673.106 seguidores. Lula, 7.055.782.

Las urnas fueron la partida de bautismo, posdatada, de un fenómeno cuya consistencia había sido problemática en los últimos cuatro años: el bolsonarismo. A partir de este domingo se puede advertir que es un actor estable del juego de poder, capaz de extender su representación hacia franjas que se habían mirado durante más de 30 años en el espejo de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB), el partido de Fernando Henrique Cardoso. El hundimiento de esa fuerza en el Estado de San Pablo, su cuna, su sede eterna, es uno de los fenómenos más relevantes ocurridos en los comicios brasileños. Su candidato, Rodrigo García, sacó solo el 18,4% de los votos. Es el gobernador.

Al segundo turno van Tarcisio, ligado a Bolsonaro, y Fernando Haddad, el líder del PT en el distrito. Cardoso había llamado a votar contra el presidente. Y Lula escogió a Geraldo Alckmin, ex gobernador del PSDB, como candidato a vice. Pero los paulistas les dieron la espalda. Hay que mirar a Tarcisio. Si se convierte en gobernador de San Pablo, es posible que aparezca otro sol en el cielo de la ultraderecha. La hipótesis obliga a formular otra pregunta: ¿qué capacidad tendrá Bolsonaro para conservar su poder desde fuera del Estado si es que, como parece que sucederá, los brasileños no lo reeligen?

El otro rasgo no previsto en este nuevo rostro de Brasil es un Congreso muy volcado a la derecha. De los 27 escaños que se cubrieron ayer, un tercio del cuerpo, Bolsonaro y sus aliados conquistaron 20. Lula solo 7. En la Cámara de Diputados, formada por 513 miembros, también crecieron los partidos ligados al Presidente: tienen, por lo menos, 242 bancas. El PT y sus socios controlarán solo 80. El Congreso, por lo tanto, estará dominado por la derecha.

Lula tiene, como se ve, un desafío gigantesco por delante. Por supuesto, está en condiciones de ganar el segundo turno. Superó a Bolsonaro por seis millones de votos. El resto de los candidatos, sumados, consiguieron casi 10 millones. Para que el presidente se reelija, deberían preferirlo nueve de cada 10 electores. El juego, por supuesto, está abierto. Pero Lula sigue siendo el favorito.

Más allá de esta competencia, otro dato inesperado: Lula y Bolsonaro concentraron al 91% de los votantes. Una polarización que nunca se había visto en el país. Aun cuando, desde hace aproximadamente una década, Brasil venía cambiando de fisonomía en la distribución del voto. Cuando se observan los mapas de esos alineamientos, se percibe que a partir de 2010 ningún candidato logra imponerse en todos los Estados, como era habitual con anterioridad. La geografía está partida en dos. Es una división de clases que se proyecta sobre el territorio. Como en tantas otras sociedades, los grupos no se constituyen en pos de algo, sino contra algo. Entre los brasileños esta antinomia es exótica. Ellos solían premiar el acuerdo, no el conflicto. Algo se rompió y este año queda claro que se rompió por mucho tiempo.

Lula tiene otra evidencia a su favor para soñar con el triunfo. Minas Gerais expresa, desde siempre, el promedio de la sociología brasileña. Es bastante cierto el precepto según el cual “quien gana Minas, gana Brasil”. Lula ganó Minas. Pero para la gobernación se impuso Romeu Zema, alineado con Bolsonaro.

En los próximos días habrá que prestar atención a los movimientos de los dos contrincantes. En especial de Lula, que sigue siendo el favorito. Es obvio que intentará acercarse a quien salió tercera, Simone Tebet. Fue la receptora de 4.915.130 votos, el 4.16% de la elección. Es la candidata del Movimiento de la Democracia Brasileña. Ex alcaldesa de Tres Lagoas, del estado de Mato Grosso del Sur, Tebet es una dirigente moderada, que enfrentó con mucha severidad a Bolsonaro por su respuesta a la pandemia. ¿Podría Lula incorporarla a su equipo cediéndole algún ministerio? ¿Ella está en condiciones de aceptarlo? Hay un número que podría condicionar sus movimientos. En su Estado, una ultrabolsonarista como Tereza Cristina cosechó más del 60% de los votos como candidata a senadora.

Aunque diera la impresión de que Ciro Gomes, el cuarto candidato surgido de las urnas, podría tener más afinidades conceptuales con Lula, no hay que esperar demasiado en una combinación entre los dos. Ciro fue severísimo en las caracterizaciones del expresidente durante toda la campaña. Quedó una herida abierta.

Además de anudar compromisos con otros líderes, es posible que Lula deba precipitar una decisión clave: la identidad de su ministro de Hacienda. En su campo en el que genera muchas dudas. Él intenta resolverlas diciendo que los que quieran saber qué va a hacer deberían mirar lo que hizo entre 2003 y 2010. Es una respuesta defectuosa, porque ignora que el contexto entre aquella experiencia y la que podría inaugurar el año próximo ha cambiado demasiado. Hace pocos días, Lula se reunió con Henrique Meirelles, presidente del Banco Central durante su presidencia y ministro de Hacienda de Michel Temer. Es muy probable que haya querido dar una señal de moderación. Seducir al centro. La dificultad es que en sus discursos de campaña suele criticar las reformas de Meirelles.

Si Lula gana, asumirá la presidencia, formará su equipo, y después habrá un mes de suspenso, hasta el 1º de febrero. Ese día se deben elegir las autoridades del Congreso. En el Senado es muy probable que no haya sobresaltos. Todo indica que Rodrigo Pacheco continuaría en la presidencia. El gran interrogante está en Diputados. Veinticuatro horas antes de las elecciones, el titular de ese cuerpo, Arthur Lira, anunció que su partido, el PP, se fusionará con Unión Brasil para constituir la primera minoría. Con los resultados de ayer, serán 104 diputados. Si actuaran coordinados con el Partido Liberal de Bolsonaro, llegarían a 203. Republicanos, que es otra fuerza afín, permitiría sumar 41 legisladores más.

Esos 244 diputados serían un núcleo de poder muy desafiante para Lula. Por eso él, en caso de ganar, deberá meditar bien una estrategia. ¿Enfrentará a Lira, quien, además, viene de imponerse en Alagoas? ¿O pactará con él, a pesar de ser un líder muy identificado con Bolsonaro? Es una encrucijada estratégica. De Dilma Rousseff suele decirse que hundió su gobierno cuando, recién llegada al poder, cometió el error de querer derribar al presidente de la Cámara, Eduardo Cunha, y fracasó en el intento.

El electorado está partido en dos. Liderada por Bolsonaro, una derecha recalcitrante se impuso en Río de Janeiro, Minas Gerais y disputa la primacía de San Pablo. Esa misma derecha, que un mosaico de varias facciones, domina las dos cámaras. Hay un nuevo Brasil. ¿Habrá un nuevo Lula?

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