Brasil ante una elección crucial
En los comicios del domingo se juega no solo el futuro de la economía, sino la estabilidad de las instituciones democráticas del país
Hay pocas elecciones que se pueden considerar realmente decisivas. En muchos casos, sabemos con antelación quién tiene más posibilidades de ganar o de formar Gobierno. En otros, las cosas siguen funcionando como siempre, de forma incluso aburrida: se producen cambios en una que otra política por la ideología del nuevo Gobierno, pero sin grandes sorpresas.
Sin embargo, hay comicios en los que nos jugamos mucho, por lo que despiertan tanto interés como pasiones. No dejan indiferente a nadie y provocan que ardan las redes sociales: los comicios presidenciales de este domingo en Brasil pertenecen a esta última estirpe.
En ellos se juega no solo el futuro de la economía, sino la estabilidad de las instituciones democráticas. Se disputan el voto dos presidentes, políticos experimentados con proyectos antagónicos. Lula da Silva representa una política de centroizquierda, de cariz social-liberal, con demostrada vocación negociadora. Junto a él, aunados en un frente en defensa de la democracia, se sitúan fuerzas de izquierda y centroderecha. Bolsonaro, por su parte, defiende una política de derecha radical, militarista y con inspiración autoritaria. Sus aliados se encuentran en un importante sector de las Fuerzas Armadas, líderes religiosos evangélicos y algunos empresarios del negocio agrícola, beneficiados por la ausencia de medidas medioambientales duras durante su gestión. La diferencia se extiende, asimismo, a sus votantes. Por Lula se decantan los más pobres, las mujeres y los católicos; por Bolsonaro, las personas con mayores ingresos, los hombres y los evangélicos.
La elección de este domingo resulta crucial por tres razones fundamentales. La amenaza a la estabilidad democrática del país se sitúa, sin duda, en primer lugar. Son muy preocupantes las declaraciones de Bolsonaro cuestionando la fiabilidad de la votación y la independencia del Tribunal Superior Electoral brasileño. Sus palabras no tendrían mayor importancia si no fueran respaldadas por la declarada decisión de las Fuerzas Armadas de auditar de forma independiente el resultado de la votación. De este modo, el actual presidente amenaza con rechazar los resultados del plebiscito si desconfía de la limpieza del proceso electoral. Tampoco son alentadores sus ataques a otros poderes, en particular al Supremo Tribunal Federal. En ese escenario, una posible victoria de Lula podría dar lugar a un intento de golpe de Estado. Por su parte, la reelección de Bolsonaro profundizaría la trayectoria, observada durante todo su mandato, de conflicto entre poderes y erosión institucional. Sea cual sea el resultado, se prevé marejadilla.
La segunda razón tiene que ver con la posición de Brasil en el ámbito internacional. Tradicionalmente, el país ha sido signatario de acuerdos internacionales en temas de paz, medio ambiente y comercio. Durante los gobiernos del PT de Lula, participó activamente en el fortalecimiento de instancias de negociación como Mercosur, los BRICS y se acercó a los demás países de América Latina y de África. La política exterior del Gobierno bolsonarista se ha caracterizado, en cambio, por la falta de directrices estratégicas, la marginación de la diplomacia profesional en el diseño de la política exterior, una alineación automática con los intereses de Estados Unidos y el incumplimiento de acuerdos, en particular aquellos relacionados con el medio ambiente. Con Lula, Brasil se codeaba con Obama, Merkel y Xi Jinping en foros internacionales. Por el contrario, Bolsonaro ha destacado en la prensa internacional por ofender a la primera dama francesa, tildar de “virus chino” al coronavirus, no acudir a un acto oficial con el presidente de Portugal y, hace pocos días, por utilizar la tribuna de Naciones Unidas como plataforma electoral.
Finalmente, la tercera razón se encuentra en el hecho de que el sufragio del domingo requiere la selección de un candidato con habilidades extraordinarias para superar una crisis que no solo es económica, sino profundamente política. El Gobierno actual registra niveles mínimos de aprobación por una serie de problemas de fondo que incluyen un crecimiento económico irrisorio, recortes drásticos en educación y ciencia, reducida inversión en infraestructuras, tasas de pobreza, inflación y desempleo al alza, así como la cifra de más de 700.000 muertos por la pandemia. La mayoría de los ciudadanos creen que el cuadro económico empeorará con una eventual reelección de Bolsonaro. No obstante, si las urnas conceden la victoria a Lula, no queda claro cómo afrontará la crisis. Tendrá que asumir el reto de formar coaliciones y generar consensos que permitan una reforma judicial con vistas a evitar abusos semejantes a los cometidos en la Operación Lava-Jato. También debe superar el desafío de encarrilar la economía en un contexto de crisis internacional, un ambiente muy distinto del que caracterizó sus dos primeros mandatos.
El clima general, como se puede constatar, es de fuerte incertidumbre. Si, como indican las encuestas, Lula gana este domingo o en la segunda vuelta el día 30 se iniciará un proceso largo y laborioso para gobernar. Primero, será necesario asumir la presidencia y evitar un golpe de Estado. Luego, deberá realizarse un esfuerzo hercúleo de reconstrucción económica y política para el país. Si gana Bolsonaro, se vaticinan cuatro años más de medidas erráticas y disputas con otros poderes. En esta convulsa situación, solo nos queda desear que Brasil regrese pronto a un escenario de elecciones aburridas y de consecuencias predecibles.
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