Pablo González y las víctimas de segunda en la guerra
Si su nombre no les suena mucho, si no han oído demasiado sobre él, quizá es porque el periodista español ha sido encarcelado por “los buenos”
“¿Qué tal estás? Porque los corresponsales extranjeros estáis fichados allí”. Se lo preguntaba, con la mejor intención, el presentador Diego Losada al corresponsal de su programa en Moscú. Y mientras el reportero respondía, yo me acordaba de Pablo González.
Pablo González es el único periodista español detenido desde que arrancó la guerra de Ucrania. Lleva siete meses en prisión y su caso ha sido elevado al Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Si su nombre no les suena mucho, si no han oído demasiado sobre él, quizá es porque Pablo González ha sido encarcelado por “los buenos”.
Pablo tiene la doble nacionalidad rusa porque es nieto de un “niño de Rusia” de los que partieron en la Guerra Civil y el 6 de febrero estaba en Ucrania haciendo un directo para La Sexta. La conexión se alargó, lo que hizo que unos militares ucranios se mosquearan, le requisaran el móvil y le hicieran una foto a su pasaporte. Según contó el fotoperiodista que le acompañaba, Juan Teixeira, esa misma noche Pablo fue requerido por los Servicios de Inteligencia ucranios (SBU) e interrogado en Kiev. Salió de las oficinas del SBU acusado de ser un agente ruso con pruebas tan contundentes como escribir para el diario Gara o tener una tarjeta de Laboral Kutxa, ambos financiados, según los ucranios, por Rusia.
Mientras, en España el CNI interrogaba a amigos y familiares del periodista, así que Pablo decidió volver al País Vasco, donde vive con su mujer e hijos. Pero a finales de febrero retomó sus mandatos laborales y viajó hasta Polonia para informar de la situación de los refugiados ucranios. Allí fue detenido y encarcelado por los servicios secretos polacos, que lo acusaron de lo mismo que los ucranios añadiendo otras pruebas de peso, como que su padre, residente en Moscú, le pasa 350 euros mensuales. Los señalamientos le vienen de lejos: la fundación del filántropo Soros lo incluyó en su lista de “prorrusos” españoles en 2016, quizá porque uno de los conflictos que cubrió fue el del Donbás.
En los siete meses que lleva detenido, Pablo solo ha podido mandarles a su mujer y a sus hijos cinco cartas. En una de ellas les contaba que va a tener que volver a aprender a caminar en línea recta. Tanto su esposa como su abogado han agradecido la ayuda del cónsul español en Varsovia, pero también han denunciado la inacción del Gobierno: Pedro Sánchez y José Manuel Albares se han limitado a decir que respetan la justicia polaca. Una justicia que tiene a un ciudadano español encerrado durante 23 horas al día en una celda y que acaba de rechazar el recurso presentado contra la última prórroga de su prisión provisional.
Si Pablo González hubiera sido arrestado por “los malos”, probablemente otro gallo cantaría. Quizá oirían su nombre cada día en el telediario, igual las declaraciones institucionales serían distintas, quién sabe si Netflix no estaría preparando ya el documental sobre su caso.
Que los periodistas también son víctimas de la guerra es algo que, por desgracia, supo muy bien Julio Anguita. Cuando se enteró de que habían matado a su hijo en Irak estaba en un acto público y, desde el estrado, dijo que malditas eran las guerras y malditos los canallas que las hacían. Lo siguen siendo. Y malditos son, también, los que actúan como si hubiera víctimas de primera y de segunda.
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