De noche, veo felones
Expandir por el país que una tributación sobre beneficios extraordinarios es una traición a la patria condena a la patria a limitarse a ser una plataforma de lanzamiento al enriquecimiento particular de unos pocos
En España hay gente que ve felones por todas partes. La palabra se las trae. Aunque arcaica y en desuso, fue rescatada por Pablo Casado para una retahíla de insultos al presidente Sánchez que no le llevó demasiado lejos en sus ambiciones. De hecho, quizá la máxima aportación que el liderato de Pablo Casado haya dejado a los españoles sea la revitalización del adjetivo felón, porque ni tan siquiera la venta de la sede de la calle de Génova será consumada, y eso que el mercado inmobiliario está en modo negocio. La última ocasión en que esta palabra, que señala directamente dos conceptos tan hirientes como el de la traición y la deslealtad, ha sido utilizada fue en el Parlamento, durante el debate sobre las medidas para frenar la burbuja de beneficios energéticos a costa del consumidor. Un diputado estableció un concepto novedoso, el de felonía fiscal, y cuando todo el mundo estaba pensando en el rey emérito, resulta que se refería al Gobierno de la nación. Felonía fiscal no hay que confundirla con la reversión de Robin Hood. Esto consiste en robar a los pobres para darle el dinero a los ricos, y al parecer no es considerado una felonía, sino sencillamente un sistema de becas novedoso, en el que con dinero público te puedes pagar escuelas exclusivas para evitar sentarte en pupitres rodeado de inmigrantes o pobres, ambas, según parece, especies contagiosas.
Felonía fiscal es algo más inasible y abrumador. Consiste en dictar una norma recaudatoria que lo que persigue es la traición patriótica. Por eso la expresión ha producido tanto estupor, porque es de una virulencia rayana en lo paranoico. Según esta adjetivación tan imaginativa, que se trate de frenar el beneficio extraordinario de las empresas energéticas en un periodo de guerra comercial, escasez y precios desorbitados no sería una racional medida de alivio para las familias, sino una puñalada a la patria tributaria. Esto solo es comprensible en un contexto en que la idea de los impuestos, quizá el avance social más importante de la gestión colectiva, sigue siendo símbolo del maltrato al individuo. A nadie le gustan los impuestos, ni siquiera al que va en el metro público al hospital público a recibir un tratamiento público carísimo de una enfermedad totalmente privada e íntima. La mala prensa de los impuestos es asombrosa. Pasa un poco como con el colegio; no hay dios que hable bien de sus años de escolar, pero nadie se ha parado a pensar en los tiempos en que esa rutina era un privilegio para elegidos.
Por todo ello, expandir por el país que una tributación sobre beneficios extraordinarios es una traición a la patria condena a la patria a limitarse a ser una plataforma de lanzamiento al enriquecimiento particular de unos pocos, una consolidación de la desigualdad en origen y un reparto cortijero de papeles donde queda bien claro quien puede ser señorito y quien peón. Bien merece un aumento de sueldo el escritor de discursos que inventó la expresión de felonía fiscal y la colgó en la ficha de la intervención parlamentaria. Aunque quizá sus empleadores harían mejor en mandarle de gira por Europa, para que compruebe cómo en todas partes, gobierne quien gobierne, se señala como imprescindible revisar la tributación de las compañías energéticas. ¿Serán acaso eurofelones? El problema de ver tanta felonía en España es que acabas viéndola por todas partes. ¿Habrá felones en Marte?
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