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Columna
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China, Rusia y el imaginario de Occidente

Tal vez la interdependencia económica sea la mejor forma de proteger la paz

Guerra en Ucrania
DEL HAMBRE
Máriam Martínez-Bascuñán

No hay dudas de que el espectacular vuelco en la guerra en Ucrania no se debe tanto al formidable espíritu de combate ucranio como a la movilización militar de Occidente a favor de Kiev, especialmente de Estados Unidos. Quizás por eso, por haber actuado como bloque, en nuestro imaginario no encaje del todo la ambivalente posición de China respecto a la guerra de Moscú. Xi Jinping no ha prometido a Vladímir Putin ni armas ni chips, y el volumen de ayuda no tiene correspondencia alguna con el estadounidense. Mientras aquí insistimos en mostrar un mundo claramente diferenciado en dos bloques, Putin lamenta que el apoyo económico de Pekín no esté al nivel de la amistad “ilimitada” que se le había prometido en febrero. Es paradójico que describamos a Rusia como el principal aliado sistémico de China: el socio comercial prioritario de China es Europa, con Alemania a la cabeza.

Tampoco es nuevo que el mundo no encaje con la representación que de él hacemos en Occidente, siempre desde nuestra propia experiencia. Por eso nos sorprende que una nación con una cultura de 4.000 años, 1.300 millones de habitantes y que ha sacado a más de 400 millones de ellos de la pobreza (¿hay algo parecido en la historia?) quiera actuar como la potencia mundial que es. Pero hay una hipótesis plausible que nos cuesta plantear. Esperamos que China actúe como lo ha hecho EE UU en su papel de potencia global. Y aunque tal vez EE UU sepa “hacer los mejores bombarderos y sistemas de misiles del mundo”, en palabras de Joseph E. Stiglitz, China, el depredador global de materias primas, destaca también “por su capacidad para proveer infraestructuras físicas a los países pobres, en vez de por dar lecciones al mundo”. Es también la lección de John M. Keynes: proporcionar ayuda logística y financiera a los países en dificultad, en lugar de incentivar los cambios de régimen, contribuye más a la estabilización del mundo y también a ganar influencia. Es lo que hace China con sus nuevas rutas de la seda y los préstamos que concede a sus socios, muy superiores a los del Banco Mundial. Las relaciones comerciales, no la guerra, podría ser el camino de China como potencia mundial.

Nos cuesta aprender que las sanciones a Rusia han desoccidentalizado su economía, pero no la han desglobalizado. Hay mundo más allá de Occidente, uno que hemos descuidado, y es allí donde Rusia estrecha lazos comerciales, pues les preocupan más sus necesidades materiales que una guerra centrada en el equilibrio de poder europeo. Y aunque, por geografía y valores, nuestro socio natural sea EE UU, quizás China no quiera formar parte de un bloque construido desde el imaginario occidental. A Xi Jinping, sencillamente, no le interesa pelear las guerras de Putin y no sacrificará su economía por ambiciones imperiales ajenas. Y he aquí otra vez el viejo dilema que trajo esta guerra: tal vez la interdependencia económica sea la mejor forma de proteger la paz.

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