Chile, un país agobiado
A horas de elegir entre aprobar o rechazar la propuesta de nueva Constitución, el país oscila entre la rabia y la esperanza
A pocas horas de conocer el resultado de las elecciones sobre aprobar o rechazar la propuesta de una nueva constitución, Chile vive o sufre una experiencia que oscila entre la rabia y la esperanza. Rabia para quienes piensan que se trata de un documento maximalista e incoherente que nos enredará en una maraña de disputas ideológicas e identitarias que nos alejan de lo que le preocupa a la población: seguridad, pensiones, costos de salud, educación y vivienda. Esperanza para quienes piensan que ha llegado el momento de salir de la camisa de fuerza que nos impuso la dictadura con la constitución de 1980, y de inaugurar una nueva era en donde la carta fundamental ha sido redactada en democracia y por constituyentes que representan a la sociedad y no a los desprestigiados partidos políticos u obsoletas instituciones. Se trata de sentimientos, rabia y esperanza, que polarizan a la población y crispan el ambiente. Cuál sentimiento prevalecerá es la gran incógnita que se revelará en algunas horas.
Pase lo que pase, la dirección va por los cambios. Si gana el apruebo, no hay forma de que la propuesta de constitución se pueda implementar sin cambios, sobre todo al reducirse el quorum de dos tercios a cuatro séptimos para aprobar los diferentes elementos del borrador constitucional en el Congreso. La apuesta, si es que ha sido pensada en esos términos, es exigir lo máximo para después negociar. Si gana el rechazo, comienza la discusión sobre cómo redactar un nuevo documento, si con otra constituyente, posiblemente sin listas de independientes (de los partidos políticos) y con escaños reservados más proporcionales a la votación de la población indígena. Para ambas opciones el camino es largo. El actual Gobierno, inaugurado en marzo de 2022, tendrá que lidiar con ambos escenarios de triunfo, lo que dominará la agenda política en los cortos cuatro años que tiene por delante. Esto, en un contexto de pandemia, inmigración que desborda a las actuales instituciones, violencia en la macrozona sur mezclada con la temática indígena, reformas tributarias, inflación, caída de la inversión interna y externa, y crisis global. Chile está simplemente agobiado.
¿Respirará de alivio el país luego de estas elecciones? Quizás. Mucho depende de la proporción del voto, digamos 48 contra 52% para cualquiera de las opciones. Pero si es entre el 56-58 % contra 42-44% para las mismas estaremos en una situación de ganadores y perdedores, con la soberbia o el resentimiento que conllevan. Si gana el apruebo por el número mayor, tendrá todavía las cortapisas del Congreso, pero con la legitimidad de las mayorías. Si gana el rechazo, la centroderecha liberal podrá declararse victoriosa, pero se empoderará a la derecha más radical que no quiere saber nada de paridad, plurinacionalidad o inmigración a la que asocia con el narco y el crimen organizado. Es la derecha “cavernaria” que denunció Mario Vargas Llosa.
Volvamos a los sentimientos a horas de los resultados. La tensión que vive el país es enorme. Las encuestas están suspendidas, de modo que cada cual debe decidir, en el mejor de los casos, de acuerdo a su conciencia o, en el peor, orientándose por las propagandas electorales de último minuto, o por tendencias puramente viscerales. Quizás en el interior de cada persona exista un nivel de convicción respecto de cómo votar en el momento de acercarse a las urnas, pero persiste un clima, llamémoslo existencial, en donde la preferencia sería la de no tener que enfrentar elecciones en donde todo es incierto.
Es un país en suspenso, con deseos de irse a la cama, agotado y nervioso, y despertar con ánimo para enfrentar lo que viene.
Es hora “del pensar profundo” diría Andrés Bello. Cualquiera sea el resultado, mañana es otro día.
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