Buenas razones para ahorrar
El plan energético aprobado por el Gobierno responde a la necesidad de una cultura de la austeridad en situación de crisis
Entre las medidas aprobadas el lunes por el Consejo de Ministros (y al margen ahora del relevante anteproyecto para reformar la Ley de Secretos Oficiales) figura el plan de ahorro energético que le corresponde a España, tras los compromisos europeos en el marco del acuerdo del 26 de julio. En él, los miembros de la Unión Europea plantearon un objetivo de ahorro de gas natural del 15% para la mayoría de los países de la Unión y del 7% para aquellos países que, como España, están sometidos a circunstancias excepcionales por su escasa conectividad energética. Entre las medidas se incluyen nuevos límites a la climatización de comercios y oficinas (en invierno, 19 grados, y 27 en verano), el ya anunciado fomento del transporte público, el impulso del teletrabajo y medidas de aplicación voluntaria en las viviendas particulares y en los comercios, como la limitación de horarios de los rótulos comerciales o apagar las luces en los edificios que no estén en uso.
La finalidad de este plan no es otra que contribuir a reducir la dependencia continental del gas ruso y colaborar, de esta manera, al logro de los objetivos estratégicos de la Unión, en un contexto en el que las amenazas de corte del suministro revelan las debilidades de buena parte de nuestros socios. Es, por lo tanto, un ejercicio palmario de solidaridad continental, a la que suele apelar España cuando las circunstancias son diferentes. Es también un ejercicio de contención contra el despilfarro o el uso desmedido o inconsciente de recursos que al final pagamos todos. La cultura de la austeridad energética es lenta, pero hemos aprendido ya hace años a cerrar el grifo del agua mientras nos cepillamos los dientes. Las nuevas circunstancias obligan a ampliar y ensanchar las medidas de ahorro contra la dilapidación.
No son únicamente motivos estratégicos los que nos deberían llevar a este plan. España, pese a no ser dependiente del gas ruso, está igualmente sometida a los mercados internacionales y una reducción en el consumo se revelará positiva para nuestras abultadas importaciones energéticas. Servirá también para contribuir, aunque sea marginalmente, a la contención de los precios de la energía. No es la primera vez que España acomete medidas de ahorro, pues ya en la crisis de los años setenta se pusieron en marcha actuaciones y, en la más reciente crisis financiera de 2008, se plantearon iniciativas como la reducción de la velocidad máxima en las autovías y autopistas, una medida que logró una disminución del 5,7% en el consumo.
Por último, pero no menos importante, las medidas planteadas tienen también un efecto ambiental. La crisis de 2022 nos ha hecho apartar momentáneamente los objetivos climáticos al subvencionar los hidrocarburos y reactivar la producción eléctrica con carbón, lo que dificulta los necesarios objetivos europeos de reducción de emisiones. Ahorrar energía contribuirá a paliar este revés en la política climática y a reorientar los esfuerzos hacia la senda prevista para 2030 y 2050, porque, aun acelerando la inversión, las energías renovables no podrán evitar que tengamos que modificar nuestros estilos de consumo energético si queremos —y debemos— alcanzar los objetivos climáticos. Es perentorio seguir intensificando los esfuerzos para lograr mayores y mejores cotas de eficiencia y ahorro en nuestro consumo energético a medio y largo plazo, con corbata y sin corbata.
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