Rosalía, donde la realidad se bifurca
Cuando ves a Rosalía, hipócrita hermano, sientes la amenaza del empoderamiento. ‘Despechá’ es una lúdica puesta de largo
No lo vas a poder evitar, hipócrita boomer, mi prójimo, mon frère. Aunque sigas viviendo como yo entre melodías del mundo de ayer, al final quedarás magnetizado por Despechá. ¿La canción del verano? Por favor, seamos serios: una voz que cabalga sobre la nueva sentimentalidad, la propulsa y su magnetismo te lleva con ella para sentirte parte del presente.
Nada ha sido improvisado, todo ha funcionado según el plan previsto. La semilla plantada en el show inaugural de la gira en Almería y luego el alud que empieza a crecer en las redes, la chispa del momento viral en TikTok (35 segundos que son adrenalina pura) ansiado por las compañías que monitorizan las tendencias digitales al segundo y la comunión creciente con el público concierto tras concierto. Y el miércoles, el anuncio durante su actuación en el BEC de Bilbao. Antes de que lleguéis a casa, la canción estará colgada en la red. El viernes ya era obvio imaginar que lo estaba petando muy fuerte. A primera hora de la tarde ella misma quiso que supiéramos que se había coronado. Récord en Spotify España y mejor debut en toda la historia de la plataforma de una Spanish song cantada por una mujer. Signo de unos tiempos inevitablemente narcisistas. O se impone tu marca o eres polvo, ceniza, casi nada.
Sobre cómo se ha regenerado la marca Rosalía pueden descubrirse pistas en la última estrofa de la nueva canción. Se escucha su habitual fraseo de interjecciones, pero de repente cuela dos nombres —Chris Jedi y Gaby— y esquematiza su parábola vital —”De Barcelona pa’ Santo Domingo”—. Los primeros son dos de sus últimos productores: dos puertorriqueños que han sido colaboradores fundamentales de la muda de piel de la cantante en la progresión que va de El mal querer a Motomami. Esa evolución es la que la lleva de sus orígenes —podría ser un garito del Raval, como contó aquí Carla Turró— a ser una estrella mundial al inscribirse como una diva en el imaginario de la cultura latina. Es el círculo que ella misma trazó en Barcelona al recordarse cómo la adolescente que hacía 20 años había asistido allí a un concierto de Estopa y ahora los hermanos Muñoz la escuchaban felices en el Palau Sant Jordi. De un grupo que empezó con una maqueta a una artista que integró en su obra el cambio de paradigma de la industria.
Rosalía es un producto perfecto para el análisis cultural actual porque podemos identificar a la perfección sus raíces y, sin cortarlas, seguir con ella el recorrido de éxito y experimentación que emprende desde ese jadeo que parte del flamenco y acaba llegando al hip hop y la música urbana. Es un salto mortal que ha podido dar por su potencia como intérprete y que desemboca con plenitud en una realidad que se bifurca, pero ella tiene la capacidad de ocupar completa. En esta gira, mejor que en las anteriores, la experiencia de la música es tan real como virtual y transforma el concierto en una experiencia donde confluyen tanto el goce colectivo del directo como el goce individual de la viralización. Lo describió Luis Hidalgo a la perfección: “hoy las pantallas muestran la mirada construida por una realización que añade información a lo que el ojo ve sobre lo que ya es un escenario-plató”. ¿Qué ve el ojo? Esta es, como siempre, la cuestión.
La ve a ella, obviamente, la ve fundida al imaginario de su personaje: la motomami, la mujer que se reafirma a sí misma al expresar sus sentimientos sin adaptarlos a código tradicional alguno sino descarándolos. Despechá es, en este sentido, una lúdica puesta de largo. La fiesta de este modelo milenial que se corona en el baile y con el vestuario y al salir de la habitación propia como respuesta a cualquier sometimiento. Un boomer que se respetase tendría que prohibirse emplear esta expresión, pero es que la realidad se ha bifurcado y ha impuesto su lenguaje. Cuando ves a Rosalía, hipócrita hermano, sientes la amenaza del empoderamiento.
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