Santa Bárbara y la cultura de la defensa
El debate que nos demanda la hostilidad internacional es más profundo y nos interpela sobre qué condicionantes de seguridad queremos preservar como democracia comprometida con el orden vigente
Solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. Así se describe el hecho de no tomar en cuenta algo relevante hasta que sucede. Una manera de proceder que se observa con claridad en el ámbito de la seguridad y la defensa. Efectivamente, la acción encaminada a incrementar la cultura de la sociedad en esta materia es una asignatura pendiente en España que encuentra explicación en una pluralidad de factores. Solo algunos entroncan con nuestra realidad histórica y el papel que en ella han tenido las Fuerzas Armadas. Las razones que permiten entender esta laguna ya no respaldan, sin embargo, que el actual desinterés permanezca constante en el tiempo.
No podemos ignorar, en este contexto, que el Ministerio de Defensa viene desarrollando iniciativas encaminadas a incrementar la cultura de seguridad y defensa con diferentes colectivos, entre los que destaca por su intensidad el sistema universitario español. La capacidad de impacto de dichas actividades de corte académico no es ni mucho menos despreciable, pero en modo alguno alcanzan a la totalidad de la sociedad. De ahí que muchos ciudadanos encuentren dificultades para valorar con criterio propio la respuesta ofrecida por la Unión Europea a la amenaza rusa. Ocurre lo mismo si atendemos a los acuerdos adoptados tras la cumbre de la OTAN y al esfuerzo presupuestario que su implementación nos exigirá para fortalecer el poder de disuasión de esta alianza defensiva.
La hostilidad del mundo anticipa tiempos en los que las amenazas formarán parte habitual de la conversación y condicionarán de manera significativa las decisiones políticas. Algo así exige de los poderes públicos, y también de otros agentes relevantes en la configuración de la opinión pública, una aproximación a la materia cada vez más sofisticada, sin sesgos ni marcos narrativos nostálgicos y desconectados de la realidad. Esta aproximación habrá de tener, además, una vocación más estructural sin que su tratamiento esté en conectado exclusivamente con una circunstancia excepcional como la que ha provocado Rusia al violentar la soberanía territorial de Ucrania y atentar a la seguridad de todos los europeos. Por ello, sería un error si el debate político en España queda atrapado en el estrecho margen del acuerdo o desacuerdo que provoque en cada uno de los partidos políticos la necesidad de incrementar el gasto en defensa.
Las circunstancias del presente recomiendan un esfuerzo añadido para que la conversación trascienda las estructuras orgánicas del poder y conecte directamente con la ciudadanía en un esfuerzo genuino de pedagogía política, dado que la seguridad, conviene no olvidarlo, es una responsabilidad de todos. Solo entonces resultará posible pedir a la sociedad que entienda y respalde las decisiones que sus representantes políticos tendrán la responsabilidad de votar en el Congreso. No es una cuestión, por tanto, de qué partida presupuestaria quito o pongo. El debate que nos demanda la hostilidad del entorno internacional es más profundo y nos interpela sobre qué condicionantes de seguridad queremos preservar como democracia comprometida con el orden internacional vigente y qué elementos de defensa necesitamos para hacerlo posible. Lo dicho. Una pena que solo nos acordemos de San Bárbara cuando truena.
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