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Tribuna
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La seguridad europea después de Madrid

La cumbre de la OTAN debe contribuir a que demos un paso adelante y asumamos nuestras responsabilidades en lo que respecta a la seguridad de nuestro propio continente

Cumbre de la OTAN
RAQUEL MARÍN
Javier Solana

Veinticinco años después de la cumbre de la OTAN en Madrid de 1997, la seguridad europea escribirá durante los próximos días, en la misma ciudad, un nuevo capítulo. En gran medida, ese capítulo lo tendrá que protagonizar Europa. En definitiva, la cumbre de la OTAN en Madrid tiene que contribuir a que los europeos demos un paso adelante y asumamos nuestras responsabilidades en lo que respecta a la seguridad de nuestro propio continente. Esa es la mejor contribución, y la más necesaria, que puede hacer Europa al futuro de la OTAN.

Madrid vuelve a ser el escenario en el que la Alianza Atlántica tomará decisiones de calado para su futuro. En 1997, la cumbre de Madrid invitó a tres países del antiguo Pacto de Varsovia a formar parte de la Alianza: República Checa, Hungría y Polonia. Hoy, el contexto histórico es el opuesto al que nos encontramos hace un cuarto de siglo. Tras la firma del Acta Fundacional entre la OTAN y Rusia y la creación del Consejo OTAN-Rusia, Europa tenía por delante un futuro de acercamiento con Rusia sin precedentes históricos. Hoy, poco queda de ese optimismo.

La OTAN es la piedra angular de la seguridad europea. Para un número creciente de países, la OTAN es garantía de seguridad nacional. Una de las consecuencias más importantes de la guerra en Ucrania ha sido la solicitud de Finlandia y Suecia de adherirse a la OTAN, dos países que reúnen todas las condiciones para contribuir de forma muy positiva a la Alianza. Tras la reciente decisión de los ciudadanos daneses de incorporarse a la política de defensa europea, las instituciones que vertebran la seguridad europea están cada vez más alineadas.

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Durante décadas, el debate sobre la seguridad europea se ha caracterizado por una falsa oposición entre europeístas y atlantistas, que ha alimentado un debate estéril e improductivo. Pocos disputan hoy el hecho de que los europeos tenemos que contribuir más a la Alianza y a la seguridad europea, y que debiéramos desarrollar las capacidades para liderar en futuras crisis de seguridad. La pregunta es, por lo tanto, cómo contribuir a la OTAN.

Una Europa fuerte es indispensable para revitalizar el vínculo transatlántico. Recuerdo muy bien las palabras de un antiguo jefe del Estado Mayor de la Defensa británico en una de mis primeras reuniones como alto representante en Bruselas, que describía con gran pertinencia la dirección que debía tomar la relación transatlántica: “Una Europa que permanece aliada a Estados Unidos simplemente por su propia debilidad tiene un valor muy limitado”.

Reforzar el vínculo transatlántico implica reconocer un hecho cada vez más evidente: la componente europea de este vínculo ha cambiado. Los acontecimientos de los últimos meses han consolidado a la Unión Europea como un actor capaz de responder de forma coordinada y contundente a las amenazas a su seguridad. Las sanciones, la financiación conjunta del suministro de armas a Ucrania y el mero planteamiento de un desacoplamiento energético de Rusia hubiesen sido impensables hace tan solo unos años.

La respuesta europea a la invasión de Ucrania, tras las medidas adoptadas para hacer frente a las consecuencias económicas de la covid-19, ha confirmado que Europa se fortalece en momentos de adversidad. Es cierto que Putin ha allanado el camino para que Europa se uniera, pero dados los costes que suponen algunas de las medidas para la propia economía europea no se puede ignorar la altura de miras que han mostrado los líderes europeos frente a esta agresión.

Las bases para avanzar en la integración de la defensa europea están sentadas, más allá del detonante que ha supuesto la invasión de Ucrania para el ulterior desarrollo de la política exterior europea. Los avances en los últimos 20 años en la política de seguridad y defensa común, la experiencia en misiones de carácter civil y militar, el trabajo de la Agencia Europea de la Defensa y la aprobación de la Brújula Estratégica sitúan a la UE en una posición favorable para afrontar este reto.

En cuanto a la integración de la política de defensa europea, hay razones para ser optimistas. La predisposición de las instituciones públicas nacionales y comunitarias a financiar proyectos conjuntos para fortalecer el sector de la defensa europea es un primer paso indispensable. El reciente giro que ha tomado el Gobierno alemán en cuanto a su política de defensa, anunciando un aumento del gasto en defensa de 100.000 millones de euros, el doble de lo que venía gastando el Gobierno alemán en los últimos años, supone una oportunidad histórica para financiar proyectos compartidos a nivel europeo.

La guerra en Ucrania ha llevado a un repunte del gasto militar en Europa sin precedentes. Los Estados miembros de la UE han anunciado incrementos en el gasto en defensa de unos 200.000 millones de euros adicionales para los próximos cuatro años. Estos compromisos se contraponen al déficit de gasto militar que padece Europa. En los últimos 20 años, el incremento en el gasto en defensa combinado de los Estados miembros de la UE ha sido tres veces menor al de EEUU, 15 veces menor al de Rusia y 30 veces menor al de China.

No obstante, lo importante en el gasto militar no es el cuánto, sino el cómo. Hay que gastar juntos, mejor y como europeos. El gasto conjunto en defensa es más eficiente y contribuye al reforzamiento de la base industrial y tecnológica europea. Tras el compromiso de la Comisión de destinar 500 millones de euros para la adquisición conjunta de armamento, Europa va en la buena dirección.

Gastar más y mejor en defensa no debe acentuar nuestras dependencias externas. Europa obtiene un 60% de sus capacidades militares fuera de sus fronteras. Además, el gasto en defensa debe ser progresivo y gradual. De lo contrario, puede desincentivar la inversión a largo plazo en una industria de la defensa que sea propiamente europea. Una mayor autonomía estratégica de la defensa europea no será tal si ello conlleva una mayor dependencia de las industrias armamentísticas de terceros países. La Unión Europea de la Defensa, a la que apeló la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, tampoco debe crear nuevas dependencias internas, beneficiando a unas pocas industrias nacionales europeas.

Es hora de contribuir a la OTAN como europeos. El desarrollo de la política de defensa común de la UE no supone una partición de responsabilidades en lo que respecta a la seguridad europea, ni pretende sustituir la vital función que cumple la OTAN. Las responsabilidades de las organizaciones que vertebran el vínculo transatlántico seguirán siendo las mismas. De lo que se trata es de asumirlas con todas las capacidades que tenemos a nuestra disposición.

Decía Walter Lippmann que las alianzas son como cadenas, no se fortalecen con eslabones débiles. Estas valiosas palabras del intelectual americano son, en vísperas de que se reúnan los miembros de la Alianza Atlántica en la cumbre de la OTAN en Madrid, la mejor forma de ilustrar el reto político al que se enfrenta la relación transatlántica. Hecho el diagnóstico, solo la voluntad política de los europeos y sus representantes podrán fortalecer la seguridad de nuestro continente.

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