Perder el sentido de la oportunidad
El problema del PSOE es que comparte Gobierno con quienes no desaprovechan la ocasión para hacer bulla, para disentir públicamente a la menor ocasión, cuando lo que se demanda es más atención a los problemas cotidianos
A una semana de las elecciones andaluzas se ha dicho ya casi todo sobre ellas. Estoy seguro de que usted no quiere volver a leer el enésimo análisis de sus resultados. Ha dejado de ser noticia, o sea, novedad. Ahora estamos en otra cosa, en la reunión de la OTAN, y más adelante acaparará toda la atención cualquier otro acontecimiento. Esto, la velocidad a la que se suceden las noticias y se mantiene el interés sobre algo es una de las características con las que ha de contar todo actor político. Maquiavelo lo incorporaría a eso que él denominaba la qualità de’ tempi, las circunstancias de cada momento, lo que es específico de una situación dada. Sin atender a estos rasgos de una determinada realidad objetiva, el político está llamado inevitablemente a errar. Por eso, por volver a lo de Andalucía, no tiene más remedio que tratar de mantener vivo el relato que más le beneficia. O, como es el caso del Gobierno, intentar abundar en el olvido de lo sucedido, confiar en que el fracaso andaluz quede sepultado por lo nuevo que vaya apareciendo.
Entre estas “circunstancias de los tiempos” hay, sin embargo, también otras distintas a la forma en la que categorizamos el devenir temporal y nos obligan a emprender estrategias para afrontarlo. Me refiero ahora a algo quizá más relevante, el saber leer qué demandan los ciudadanos en cada coyuntura específica, qué temas encajan o no en el mercado del interés ciudadano. Y eso sí que exige olfato político o, mejor, sentido de la oportunidad, seguramente la más importante de las virtudes políticas. Esto es precisamente lo que les está fallando en estos momentos a los representantes de ambos extremos políticos, que siguen enzarzados en guerras culturales cuando la centralidad de las preocupaciones de la gente se concentra sobre la inflación y, en general, el miedo a la coyuntura económica. Los eslóganes que en un determinado momento les dieron tardes de gloria de repente pierden su impacto. Y como no puede ser de otra manera, la disminución de la fuerza de una de las fuerzas provoca el efecto correlativo en las de signo contrario.
Mucho se habla de la volatilidad del voto, aquí y en otros países europeos, de los volantazos de los humores ciudadanos. Quien sepa interpretarlos gana. Por eso no acaba de entenderse cómo tanto IU como Podemos (aunque sin presencia ministerial) pretenden hacerse presentes en la manifestación anti-OTAN de este domingo en Madrid convocada por la Plataforma Estatal por la Paz. Es, desde luego, perfectamente respetable, lo que no parece es oportuno. Y no ya solo porque la opinión pública europea haya girado hacia una clara defensa de la causa ucrania y se acepte ―sí, como un signo de los tiempos― la remilitarización de nuestras sociedades; la cuestión es que el mismo Gobierno con el que supuestamente están coligados ha hecho de la cumbre de la OTAN en Madrid uno de los hitos de esta legislatura. Justo aquella que introdujo el primer ensayo de Gobierno de coalición.
El problema para el PSOE es que comparte Gobierno con quienes no desaprovechan la ocasión para hacer bulla, para disentir públicamente a la menor ocasión, cuando lo que se demanda es más sosiego y atención a los problemas cotidianos. Transmite así una impresión general de desorientación, de haber perdido de vista las peculiaridades de este contexto específico, de que por mucho que se mueva no consigue avanzar. No hay nada peor para un Gobierno que el que la oposición se la hagan desde su mismo interior.
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