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Ofensiva de Rusia en Ucrania
Columna
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Concesiones territoriales

En el Gobierno de Zelenski radica la responsabilidad para cambiar las fronteras y obtener suficientes garantías de seguridad frente a la agresividad rusa

Guerra en Ucrania
El presidente ucranio, Volodímir Zelenski durante una reunión con el Ejército de su país.UKRAINIAN PRESIDENTIAL PRESS SERVICE
Lluís Bassets

Las fronteras naturales y la sagrada integridad de los países son pura mitografía. Los mapas cambian, con frecuencia por los peores motivos, como son guerras e invasiones, pero también a través de la negociación y el pacto, como suele suceder al final de los conflictos.

Vladímir Putin inició la actual invasión hace ya ocho años con la ocupación subrepticia de Crimea y la organización de una sedición en las provincias de Donetsk y Lugansk, y ahora ha intentado completarla, primero con la sustitución del Gobierno legítimo de Kiev por otro títere, y luego, fracasada ya la guerra relámpago, con la destrucción y ocupación del entero Donbás.

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En el horizonte se dibuja la negociación que le conviene para consolidar sus conquistas territoriales y obtener el reconocimiento internacional de la anexión de una amplia franja de territorio fronterizo con Rusia, que incluye Crimea y convierte el de Azov en un mar enteramente ruso. Es su objetivo de mínimos, que no excluye objetivos más ambiciosos, como la desaparición de Ucrania, propugnada por los pensadores del voraz imperialismo putinista.

Son pretensiones inaceptables para la Unión Europea y la Alianza Atlántica. También lo son el levantamiento de las sanciones, la amnistía para las atrocidades cometidas o la omisión de las indemnizaciones y reparaciones. Además de proporcionar un peligroso antecedente a países con programas irredentistas como China, significaría una resonante victoria para Putin, puesto que habría conseguido su propósito de modificar unilateralmente el orden internacional por la fuerza.

No han faltado voces desde el primer día en favor de una negociación que incluya eventuales concesiones territoriales. La más notable, la de Henry Kissinger. Joe Biden minimizó la gravedad de la guerra, cuando era solo una amenaza, si se trataba solo de “una incursión menor”. Washington ofreció a Volodímir Zelenski los medios para huir de Kiev al empezar la invasión, una forma elegante de allanar el camino al Ejército de Putin. Con la guerra ya avanzada, no han faltado apelaciones, como las de Emmanuel Macron, en favor de una negociación y de una salida airosa que evite la humillación de Rusia.

Cuanto mayor sea el verbalismo apaciguador, mejor para el Kremlin. Solo el Gobierno legítimo y democrático de Ucrania tiene el derecho y la obligación de definir el desenlace y el momento de la negociación. En sus manos radica la responsabilidad de utilizar sus poderes constitucionales para cambiar las fronteras —mediante el referéndum obligatorio que contempla la Constitución de Ucrania— y obtener a cambio suficientes garantías de seguridad frente a la agresividad rusa y a su indudable mala voluntad en la aplicación de los tratados internacionales. A diferencia de la mayor parte de los países de Europa occidental, las actuales fronteras ucranias no tienen más de un siglo, con el caso destacado de Crimea, incorporada en 1954.

Zelenski necesita armas y sanciones para conseguir la victoria y discreción y silencio sobre la negociación. El resto sobra.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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