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ofensiva de rusia en ucrania
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lo que siento (no se olviden de Ucrania)

El traductor del ruso Ricardo San Vicente, nacido en Moscú, recuerda el país donde se crio y se pregunta qué pensarían de esta guerra los comunistas españoles del círculo de sus padres

Unos niños, frente a un edificio destruido en Chernihiv, Ucrania, el 19 de junio.
Unos niños, frente a un edificio destruido en Chernihiv, Ucrania, el 19 de junio.Natacha Pisarenko (AP)

Recuerdo el país que me vio nacer. No puedo olvidar el olor de su tierra, el murmullo sereno de sus árboles cuando en el bosque el viento parece hablar con sus habitantes, el rumor plácido y constante de las aguas de los grandes ríos, el bramido feroz e imparable del deshielo en primavera, la lluvia lenta y, tras los relámpagos, los truenos que retumbaban en las paredes de las dachas, las frágiles casas de campo...

Añoro incluso el entrañable hedor de la bencina cuando aterrizaba en mi país. Y veía como se alzaba ante mi mirada el cielo, siempre lejano, la voz profunda y cálida de los hombres y la sirena aguda y siempre acogedora de las mujeres que me acogían en sus casas...

Unos, recuerdo, me mandaban a que me bañara, tal vez para quitarme la mugre occidental que cubría mi cuerpo, o, gracias a algún rito que yo desconocía, otros me llevaban directamente a la Plaza Roja, el ombligo de una dicha que desconocemos, o el ojo que todo lo ve. Unos terceros se apresuraban a llevarme a lo más hermoso y apacible del país; aquello que el hombre aún no ha logrado ensuciar ni destruir del todo: su campo, los bosques y los ríos: su amorosa y a veces implacable Naturaleza...

Ahora, no obstante, me resulta difícil llamar a los pocos amigos vivos que me quedan y explicarles lo que siento sobre lo que está pasando en su país y en el de, hasta hace muy pocos meses, sus hermanos ucranios.

Y siento un horror que no me abandona; unas náuseas que, sazonadas con la humedad olorosa del bosque, con el perfume siempre presente del suelo, me resultan insoportables.

Y me atacan los recuerdos, un pasado esquizofrénico y siempre hecho pedazos: las gloriosas unidades del Ejército Rojo que liberan su país y toda Europa Oriental —ciertamente con algunos testimonios de las víctimas violadas y asesinadas en el avance de esta “liberación”—; la imagen de los Kaláshnikov sobre el aguerrido pecho “hoz y martillo”, de los victoriosos tanques T-34, de los cazas Mig, los primeros cazas a reacción. Y las Katiushas (que en Occidente llamaban los “Órganos de Stalin”) y, hablando de Katiushas, las canciones de la guerra, da igual cual, y el compás sonoro de las botas militares… Como también los antecedentes de lo que ahora vivimos a cada instante: los hombres colgados en las calles de Budapest, los tanques en Praga y ya no hablemos de Afganistán, Chechenia o los ejercicios de “entrenamiento” en Siria o Mali…

Todo eso y más se difuminaba, se perdía en la neblina del bosque ruso, se fundía en el rumor de los ríos, del plácido susurro de los inabarcables campos de centeno, de las risas de los amigos, de las canciones, tan melódicas como guerreras…

Son episodios personales, historias mías, pero que me obligan a pensar, a reflexionar en un intento de conciliar el mundo soviéticamente romántico de la infancia, feliz y complaciente, con la presencia actual del monstruo.

¿Qué pensarían nuestros muertos, los viejos militantes del PC español y los del PSUC, mis padres y los amigos y compañeros comunistas de mis padres, los fieles a la “patria del socialismo” catalanes, andaluces, gallegos, vascos…, los fervorosos admiradores latinoamericanos de la URSS, los viejos amigos de la Rusia de siempre?

El gobierno de Rusia, heredero indiscutible del pasado, de sus pasados, se ha convertido en un monstruo. Es cierto que la guerra siempre es cruel, es siempre inhumana. Y sin embargo, ¿matar a personas declaradamente inocentes con las manos atadas a la espalda, atadas con el mismo trapo blanco con el que proclamaban su actitud pacífica, quemar cadáveres torturados para no dejar rastro, mentir cuando el resto del mundo presencia la imagen cierta de un crimen, violar, disparar como quien está en un videojuego ?... Repito, ¿asistir, gracias a nuestros periodistas, a la ejecución impune (?) de un crimen?

Me sigo preguntando, junto a millones de niños y mujeres, de viejos y personas asustadas: ¿Qué podemos hacer? ¿Qué podemos hacer los países amigos de los ucranios, de los amigos rusos y no rusos de la paz, ante unas acciones cuyo origen se remonta a un pasado lejano, pero que ahora nos revientan en la cara?

Para mí lo que está claro es que no podemos acostumbrarnos a esta monstruosidad: algo hemos de hacer contra este crimen cotidiano, contra este crimen que se perpetra cada día, cada hora, cada instante.

Al menos hemos de privar de recursos al monstruo, hemos de debilitarlo cuanto podamos; castigarlo a pesar de las consecuencias que tenga para nuestros bolsillos. Y hemos de armar, armar sí, a los luchadores que defienden con su alma, su existencias, su tierra.

No nos podemos acostumbrar al dolor ajeno a pesar del precio de la gasolina. No podemos aceptar la lluvia de bombas de racimo a pesar del precio del trigo o del aceite.

No podemos sentirnos indiferentes ante el criminal deseo de destruir la vida de todo un pueblo.

KIEV (UCRANIA), 19/06/22.- Voluntarios del Batallón Revancha entrenan el 18 de junio de 2022 en las afueras de Kiev (Ucrania) llevados por el deseo de defender Ucrania ante la invasión rusa. En el Ejército ucraniano sobran voluntarios que quieran ir al frente -la espera para combatir es de semanas- pero faltan armas pesadas para detener el rodillo artillero de Rusia en el Donbás. En el Batallón Revancha, varios de los instructores son extranjeros con experiencia militar.
KIEV (UCRANIA), 19/06/22.- Voluntarios del Batallón Revancha entrenan el 18 de junio de 2022 en las afueras de Kiev (Ucrania) llevados por el deseo de defender Ucrania ante la invasión rusa. En el Ejército ucraniano sobran voluntarios que quieran ir al frente -la espera para combatir es de semanas- pero faltan armas pesadas para detener el rodillo artillero de Rusia en el Donbás. En el Batallón Revancha, varios de los instructores son extranjeros con experiencia militar.Orlando Barría (EFE)

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“ПОМНИМ, ЛЮБИМ, СКОРБИМ”

[PÓMNIM, LIÚBIM, SKORBIM: (TE) RECORDAMOS, AMAMOS Y LLORAMOS]

Con estas palabras acaban o empiezan la mayoría de las esquelas de los soldados rusos muertos en combate.

Todos recordamos, queremos como a nadie y lloramos durante años a nuestros seres queridos, no importa como han fallecido: en un accidente, por alguna enfermedad, por el paso de los años o por alguna otra razón.

Pero…

Si entran en Telegram en la página ucrania de “Горюшко” (el diminutivo de tristeza o amargura) se encontrarán a miles de jóvenes rusos, niños casi, caídos en combate. Algunos, es cierto, ya son mayorcitos, jefes, oficiales y soldados de contrato; pero otros muchos no llegan ni a los veinte años. Caras risueñas, optimistas —como si los estuvieran mirando también sus orgullosas y felices madres—, con uniforme o sin él, como en las viejas fotos de nuestra mili, con un trasfondo épico —”banderas al viento” con sus nubes y soles, escudos, imágenes de tanques, aviones y paracaídas— que parecen augurarles un futuro lleno de victorias y honores.

Pero lo único que han merecido —y no en todos los casos, ni mucho menos— son las condolencias de su autoridad local, la expresión de su dolor y orgullo por el joven caído en combate, cumpliendo su deber heroico en la lucha contra los fascistas, neonazis, etc., ucranios... Buen hijo, amigo de sus compañeros, a los que ayudaba en sus momentos difíciles... En fin todos los tópicos, ciertos o no, que se aplican generosamente a un joven muerto en los primeros años, en los más tiernos, ingenuos, enamorados, musculosos y llenos de esperanza, de su vida….

Amargura y dolor.

“Te recordamos, amamos y lloramos”…

Pero, ¿y a sus víctimas?

¿Qué hacemos con sus víctimas?

¿Qué decimos de los niños violados, de las niñas y madres reventadas, de los curiosos ciclistas ajusticiados de un tiro, con los civiles, con las manos atadas a la espalda asesinados con un disparo en la nuca por estos mismos aguerridos y jóvenes soldados que, inmersos en una guerra que ni esperaban ni conocían, en un escenario tan parecido a su aldea, a su paisaje, son recibidos a tiros, con una resistencia que ni esperaban ni entendían?

Pero no intentemos entender lo que pasaba por la cabeza de los invasores. De los salvadores, de los “desnazificadores”, de los liberadores ya se encargarán los tribunales. Es este otro tema: qué entienden estos por una guerra.

Dirijámonos a aquellos que pueden detener esta matanza.

Es un deber de todo demócrata —sea del color que sea— hacer todo lo posible por detener esta sangría, por ayudar a las víctimas vivas de este genocidio. Es un deber de todo defensor de la paz ayudar a detener la muerte de miles de inocentes y de millones de fugitivos de este exterminio.

Más aún. Esta guerra, esta invasión injustificada nos causará múltiples dificultades y penurias. Subirá el precio de muchos productos y no sólo de los derivados del petróleo y de los cereales

Aceptemos este contratiempo, cada uno según sus posibilidades —tal vez para algunos un problema grave de supervivencia—, y contribuyamos en lo posible a que los ucranianos vuelvan a vivir en paz, a que el gobierno de Rusia, sus jefes, su ejército y sus ciegos y sordos súbditos, renuncie este crimen abominable.

Ricardo San Vicente (Moscú, 1948) es profesor de Literatura Rusa en la Universidad de Barcelona y traductor de autores como Antón Chéjov, Varlam Shalámov, Joseph Brodski y Svetlana Alexiévich. También es responsable de las obras completas en castellano de Dostoievski.

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