Sanación
Un paseo por el Museo del Prado y el jardín Botánico permiten limpiar el cerebro de la atmósfera de malas noticias y sandeces de la que vivimos rodeados
Cada cierto tiempo trato de limpiar mi cerebro de toda la basura que conlleva una atmósfera cargada de crímenes de guerra, de violaciones, asesinatos, odio político, sandeces de las redes y declaraciones de algunos líderes de opinión cuya estupidez y sectarismo resultan humillantes. Esta mañana, después de tomar un té en una terraza bajo un sol de primavera, he decidido realizar un ejercicio de desintoxicación, como otras veces. Con todo ese sucio bagaje a cuestas he entrado en el Museo del Prado por la puerta de Goya. En otras visitas acostumbro a pasar unas horas concentrado solo ante un par de obras maestras. Esta vez he optado por atravesar la galería central del museo caminando muy despacio sin volver los ojos hacia los cuadros colgados en las paredes. Mi propósito era realizar un ejercicio de respiración durante esa travesía. Inspirar, espirar, inspirar, espirar lentamente ese aire cargado de energía que despiden desde distintas salas Tiziano, Velázquez, El Greco, Durero, el Bosco, Fra Angélico. He intentado que el ejercicio durara lo suficiente para que esa belleza desalojara de mi inconsciente a través de los pulmones toda la suciedad que traía adherida del albañal de la calle. Realizado este primer ejercicio de sanación, he abandonado el museo por la puerta de Murillo para penetrar a continuación en el jardín Botánico situado apenas a unos pasos y allí he paseado por sus caminos que se bifurcan entre toda clase de plantas y flores y esta vez he llenado los pulmones con la brisa que agitaba las ramas de la acacia de Constantinopla, del cedro del Atlas, del palosanto, del árbol de amor, de la sequoia roja, del olmo del Cáucaso. El Museo del Prado y el Botánico son complementarios; ambos convergen en un vértice muy exclusivo del espíritu. En mi caso la desintoxicación me suele durar al menos una semana. Después todo vuelve a ensuciarse.
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