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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Código de honor y barbarie

El asesinato de dos mujeres en Pakistán reaviva el debate sobre un plan de protección contra el machismo dominante en las familias

Hermanas Pakistán
Las dos hermanas asesinadas, en una imagen distribuida por la policía del Punjab (Pakistán).EFE
El País

El asesinato de dos mujeres paquistaníes vecinas de Terrassa, de 24 y 21 años, Arooj y Aneesa, ha devuelto a la actualidad la trágica presión bajo la que viven muchas hijas en familias sin una conciencia interiorizada de la libertad de la mujer adulta. Han sido asesinadas porque rechazaron el plan familiar de viajar a Pakistán y volver a España con los maridos que la familia había concertado a sus 18 años, primos de ambas: las asesinaron por rechazar las leyes de la tribu y querer vivir sus vidas en libertad. La sensibilidad que despierta el caso tiene que ver con la convivencia creciente de la sociedad española con familias inmigrantes de países donde los derechos de las mujeres no existen o apenas tienen ninguna forma de respaldo jurídico o institucional. Su socialización en un Estado igualitario como el español propicia que la obediencia al clan familiar entre en cuestión, al menos fuera de casa. El fenómeno sigue siendo minoritario y silencioso: unas pocas de ellas deciden desatarse de las leyes de la familia cuando empiezan a alcanzar una mayoría de edad suficiente para armarse de coraje y decir no a las imposiciones que padres, hermanos, tíos y otros parientes les exigen. La sumisión de estas mujeres sucede de puertas adentro. A veces, sale de puertas afuera, como en este caso, y demasiadas veces en forma de violencia, castigo o asesinato.

La reforma del Código Penal en 2015 ha hecho posible que la Fiscalía actúe para averiguar circunstancias familiares que nuestro Estado de derecho no admite, como el matrimonio forzado. La negativa a cumplir con los planes de la familia significaba la voluntad de organizar su vida por su cuenta y como adultas, pero son ellas las que necesitan un plan específico para hacer frente a las múltiples formas de dominación machista, y entre ellas el código de honor familiar. El riesgo de deshonrar a la familia las llevó a recibir sendos disparos de pistola en la cabeza. El teatro de los siglos de oro en España está saturado de casos semejantes, donde legalmente el marido, el hermano o el padre estaban autorizados a asesinar a la mujer que desafiaba las leyes del honor y la honra. Hace 400 años (e incluso bastantes menos) que esa bárbara realidad era cotidiana en España, pero esa es la realidad actual en Pakistán. Igual que la judicatura está aprendiendo a aplicar la perspectiva de género en múltiples casos de abuso o de acoso sexual, todo el sistema público ha de afinar sus mecanismos para detectar situaciones de asfixia moral y social donde el control de los miembros masculinos de la familia (como en este caso) deja a las muchachas sin amparo del Estado de derecho. En él no cabe que ni el padre ni el hermano ejerzan de comisarios políticos o religiosos, y menos todavía de ejecutores letales de las leyes del clan. Dar publicidad a la trágica historia de Arooj y Aneesa ha servido ya para que otra joven paquistaní pida protección a la Generalitat de Cataluña. El foco sobre la barbarie salva vidas.


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